Homenajeado por la «Asociación de Escritores» de Mérida
Jiménez Ure y la «ambivalencia de la vida»

* «Nuestro autor no sólo es un escritor: es un literato -en el sentido más profundo del vocablo- comprometido con su tiempo histórico, consciente de su valor y de sus aportes desde una mirada lúcida y crítica de la realidad presente»

Por Ricardo Gil Otaiza (*)

Nada más complejo que exponer en breves cuartillas la impronta literaria, cultural y humana del escritor Alberto Jiménez Ure (Tía Juana, estado Zulia, 1951). En él converge diversidad de facetas que hacen de su figura centro de una ambivalencia digna de todo gran creador. Tan es su consubstanciación con el hecho literario, que para quienes lo conocemos se torna arduo difícil separar en él esa amalgama literatura-hombre, que hace de su obra y de su vida una ecuación perfecta.

Jiménez Ure no sólo es su obra (cuya experticia le ha ganado adeptos y animadversiones dentro y fuera del país), sino que todo en él comienza y termina en un insólito engranaje en el que el texto literario se convierte en el argumento ideal, que hace de su visión personal una mera proyección (en todo caso transposición) de lo escrito por él y por los otros. Si a ver vamos, este escritor e intelectual zuliano-merideño es la encarnación vívida de lo literario. En palabras distintas: Jiménez Ure es literatura. Si quisiéramos ir más allá podríamos argumentar que hasta su propia vida personal está sazonada con tantos elementos rayanos en la inverosimilitud y la truculencia, y de ella se podrían escribir varias novelas bestsellerianas, de esas que tanto abomina nuestro autor.

La pasión literaria en Jiménez Ure es sin duda un fenómeno freudiano (con todas las connotaciones epistemológicas y filosóficas que tal aseveración puedan derivar), que comienza desde su lejana juventud y trasmonta los linderos tempo-espaciales, para erigirse en la actualidad en la propuesta narrativa más original y perturbadora que pueda mostrar un autor venezolano.

Jiménez Ure logra construir en cuatro décadas una obra que llama la atención por la diversidad de factores que las colman: un lenguaje osado, rico en neologismos, que se hace personaje dentro de la trama para irrumpir con fuerza en nuestros sentidos. Una historia descarnada, lindante con la locura, que muestra el lado oscuro del alma humana, hasta dejarnos inermes frente a nosotros mismos y ante la realidad. Una densa carga filosófica que busca lo paradójico, hasta convertirse en espada de doble filo frente a la lectura y las certezas propias de la existencia. Personajes esperpénticos que se desnudan a los ojos del lector sin perder en el camino su identidad y sin dejar de ser al mismo tiempo -paradoja de paradojas- ellos mismos. Atmósferas cargadas de sombras, de claroscuros, de acechos permanentes, que buscan recrear incertidumbres y certezas, realidades y fantasías, terribilidades y portentos. Constante acecho de lo imposible en contextos en los cuales todo es permitido; incluso lo posible. La mezcla irreverente de tiempos y de dimensiones, que producen en el lector la sensación de vacío, de perennidad de lo terreno y de temporalidad de lo eterno. Textos breves, demasiados breves, pero con una carga explosiva de sensaciones, que hace de ellos espacios ideales para la lujuria del intelecto y de los sentidos. Elevada confluencia de lo erótico, hasta el extremo de perderse en su liviandad el sentido de lo humano y de lo racional. Un denodado peso de lo político, que hace de cada texto una lectura soterrada de realidades, que por conocidas se nos transforman en verdades profundas y dolorosas.

En lo personal, Jiménez Ure es la confluencia de lo telúrico y de lo global, de lo poético y lo racional. Su presencia se hace necesaria en la medida en que encontramos en él permanente estímulo y apoyo en la conquista de los sueños que se hacen compartidos. Nuestro autor no sólo es un escritor: es un literato -en el sentido más profundo del vocablo- comprometido con su tiempo histórico, consciente de su valor y de sus aportes desde una mirada lúcida y crítica de la realidad presente. Jiménez Ure es amigo y es aliado y su voz incisiva y lacerante se hace molesta a los oídos de los gobernantes, quienes ven en él a un esteta de la palabra, que no da tregua a su verbo a la hora de denunciar sin subterfugios todo aquello que nos desdibuja como ciudadanos. Durante décadas su presencia en los medios de comunicación es signo evidente de su claridad y contundencia en eso de quitar caretas a los impostores, de dejar sin argumentos a los falaces, de poner al desnudo las realidades sociales que se nos venden como ideales, y tras cuyos andamiajes se esconden el horror y la demagogia.

Jiménez Ure es un escritor honesto, sencillo, sin poses ni falsas posturas intelectuales: un hombre de una sola pieza, a quien no le tiembla la pluma ni la voz si con su palabra devuelve a la persona la condición de humanitas, que es inherente -e indivisible- a su propia naturaleza. Este homenaje que se le tributa es merecido y debería servir de estímulo para que otros nos veamos en su espejo, que posee la doble cualidad de lo cóncavo y lo convexo, lo que permite concentrar y difuminar, como en un perverso juego de lo real y lo fantástico. Ergo, como en el doble juego de la vida (Texto leído en la sede de la Librería «La Rama Dorada», de Mérida, el 17 de Noviembre de 2011)

(*) rigilo99@homail.com (Escritor y Profesor Titular de la Universidad de Los Andes)