Nació en San Antonio de Maturín, Monagas, Venezuela, 1944). Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad de Los Andes (Mérida, ULA) durante más de 30 años. Doctor en Economía de la Universidad de la Sorbona,  París. Profesor jubilado de la ULA en el 2004. Primer Director de la Escuela de Medios Audiovisuales de la ULA. Guionista y realizador cinematográfico en los años 80.
 
 

CONTACTO:

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OBRA LITERARIA:


Narrativa: Un cierto regreso (Caracas, Comala, 2004) y Zona de sombra (Caracas, Comala, 2005), Yo fui embajador de Chávez en Libia (Editorial Cyngular, 2011). Ha publicado cuentos y ensayos en diversas revistas nacionales y extranjeras. Es colaborador del Papel literario del diario El Nacional y de la revista Veintiuno, de la Fundación Biggott.

 


TIEMPO DE LECTURA

Suelo leer la prensa recostado a una poltrona de cuero, mullida. La luz de la mañana llega como la brisa a través de mi ventana. Pareciera un polvillo amarillento de tonalidades diversas que invade el espacio de la sala desvelando los objetos de la casa. Me sumerjo en las diferentes secciones del periódico, y digo me sumerjo, porque literalmente es así. Una vez que comienzo a escudriñar el contenido de artículos, obituarios, críticas literarias o simples noticias nacionales o extranjeras, el mundo que me rodea deja de importunarme. Puede sonar el teléfono o el timbre de la puerta o repicar las campanas de la iglesia que yo permanezco zambullido en sus decenas de líneas sin que nada ni nadie, me perturbe. Respiro frente a la realidad de papel que se me vuelve tan real como mis manos que la sostienen. Soy un hombre de edad imprecisa, pero me siento joven. Los únicos testigos visibles de esa condición, son justamente mis manos, mejor dicho, mis dos dedos pulgares que sujetan la cara anterior del periódico por sus extremos laterales manteniéndolo abierto y erguido mientras avanza la lectura. Ellas (las manos), poseen la suavidad de una piel propia de los intelectuales, son delicadas y ausentes de maltratos. Han sido concebidas para acariciar los papeles y libros que amamos o curioseamos durante nuestra vida de lectores. En la parte superior derecha de la página izquierda se distingue la fecha de hoy. A la izquierda de ella, claro está, si pasamos las páginas, se encontrarán todas las fechas anteriores hasta el primer ejemplar publicado de este diario. A la derecha de la fecha de hoy aparecen las fechas futuras de quien sabe hasta cuando. Nadie puede predecir la vida de un diario en el tiempo. Algunos han durado años pero éste no es tan antiguo como parece aunque se acerca al medio siglo. Es uno de los mejores del país. Retrocedo en las páginas juntándolas para rescatar la de la izquierda con mi pulgar derecho y voy hacia atrás hasta donde lo desee. Me encuentro con que los Estados Unidos de Norteamérica han lanzando una bomba atómica en Hiroshima matando a millares de japoneses y han dejado una impronta que tendrá consecuencias futuras. Ahora me he topado con la noticia, en Ketchum, Idhao, sobre el suicidio de Hemingway, el Nóbel de 1954. Se disparó una escopeta en la cabeza y se voló los sesos ¿Qué le pasaría al viejo sibarita? Puras suposiciones, puras conjeturas y especulaciones de la prensa. Ni siquiera a quienes dejan notas escritas puede creérseles. Al leer esta noticia me he sentido extraño con una sensación de memoria y recorrido fuera de lo común. He intentado tomar conciencia de mi lectura y sólo puedo obedecer a la atmósfera de mi viaje, al señuelo de mi intuición y a nada más. Reviso varias páginas y aparece de repente, la desintegración de la otrora URSS. y luego la caída del muro de Berlín. Cuánta historia insólita junta. Cuántos centenares de victimas constatadas. Yo, que he comenzado a leer con la placidez de mi cuerpo adaptado a la concavidad de la poltrona, por tantos días de lecturas, ahora, me resiento de torceduras en la espalda ¿Cuándo antes habían aparecido esos síntomas? ¿Tendrá esto que ver con el sentido de las páginas y las noticias que voy encontrando? No me extrañaría: ¡en esta casa pasa cada cosa! Ahora el pulgar de mi mano izquierda roza con el de la derecha y aquel, con delicadeza, y con la mera yema, tantea el borde de una página al azar y se abre el contenido a dos pliegos. La operación se repite y el avance o retroceso es vertiginoso, tanto, que observo la dermis de mi mano izquierda borrosa llena de venas y vasos capilares como si la piel fuera un pedazo de pergamino antiguo. Es raro, soy incapaz de mirar a otro lado mientras estoy sumido en estas páginas. Comienzo a tomar conciencia del entorno y siento temor en asomarme a la realidad externa al periódico. La gran noticia de hoy, según la página que miro, está dedicada in extenso a la llegada de los primeros astronautas a Marte. Amartizaje destaca el título. El descenso ha sido exitoso y los dos conejillos de india han realizado el primer recorrido a pie y tomaron las primeras fotografías del Monte Olimpo. Que extraño, la bandera enarbolada en ese planeta no es la de los Estados Unidos. Más adelante, en la página de la derecha hay una primicia espeluznante sobre el deshielo de la Antártida: de un kilómetro y medio de espesor la nieve ha pasado, en algunas partes, a treinta centímetros. Se reseñan algunas catástrofes debido al recalentamiento de la tierra y al aumento en el nivel del mar. Observo mi mano derecha y hay nuevas alteraciones no para ser reveladas en este momento, pero están allí como testimonios de un fenómeno imposible de procesar ahora. He decidido al fin, mirar por encima de mis lentes (¿lentes?) fuera del ámbito del periódico. Mi casa pareciera la misma pese a los nuevos objetos entremezclados con los antiguos. En una de las paredes cuelga un solo cuadro de la colección de mi amigo Julio Zapata, eran cuatro y apenas queda el de las piernas convulsas ¿Qué se hicieron los demás? Me levanto de mi asiento y mi cintura cruje como una vieja silla de madera ¿Pero qué es esto? Avanzo hacia mi cuarto y al pasar frente al espejo reconozco mi rostro, vuelvo a revisar mis manos y comprendo con cierto aturdimiento, el desandar de mi lectura hecha en la poltrona junto a la ventana por donde se cuela un haz de luz rojizo jamás percibido por mí mientras leía.