Alicia Gubitsch de  Thiele nace en Mitra (Eslovaquia) el  27-06-1920. Muere el 26 de noviembre de 2016 a los 96 años de edad. A muy temprana edad llega a Argentina donde obtiene su actual nacionalidad. Es graduada en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires con el título  de: Profesora de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Letras en el año de 1965. Realiza sus estudios de Posgrado en Letras en la Universidad de Buenos Aires en 1966. Obtiene sus título de Doctora en  Ciencias del Teatro, Filosofía, Arqueología Clásicas y Literaturas Europea en la Universidad  Viena (Austria). En el Instituto Goethe en Múnich Obtiene su título de profesora de Alemán y Literatura Alemana. Ejerce la Cátedra de Literatura Comparada en La Universidad de Buenos Aires. Desde Viena viene a Venezuela a la Universidad de los Andes, en Mérida, perteneciendo al Departamento de Literaturas Hispanoamericanas y ejerciendo como profesora las Cátedras de Literaturas Comparadas, Teatro  y Arte Clásico, Historia del Teatro Griego y Romano y Mitología Clásicas. Ha dictado conferencias en Ciencias del Teatro en Universidades latinoamericanas y  Canadá. Actualmente es Profesora Jubilada de la Universidad de Los Andes y esta residenciada en la ciudad de Mérida-Venezuela.


OBRA LITERARIA:
Los signos de la violencia en la representación teatral, Teatro abierto metáfora de la violencia.

 

 

Hermann Hesse
Ensayo sobre La Lírica Substancial
Alicia Thiele
ULA - Mérida

 


El poeta resuelve en sí armónicamente cosas inconciliables, ya que vive el sueño de la vida a la vez en el pasado y en el futuro; es así capaz de concebir la palabra a menudo monosílaba que falta a los enigmas del mal entendido para dar paso a la evolución.
Goethe


En nuestro tiempo pocos poetas nos revelaron algunas de estas palabras mágicas que señala Goethe en la frase precedente, y entre estos pocos se encuentra Hermann Hesse (1877-1962).

Su iniciación en la literatura -fue a principios de este siglo- cae en una época de optímismo arribista, un tanto cansada y de alas cortas, cuando la ciencia y la técnica deslumbraban a un pueblo, cuyos híjos creían tener aún perspectivas de porvenir sin sobresaltos. En el arte había, por cierto, un intento de comprender el sentido de esta evolución; cuajaba una rebelión contra la suficiencia aburguesada que se había formado en esas circunstancias. Con todo, el impresionismo, corriente literaria que dominaba, en su eterno desnudar y analisis, en su hurgar prolijo, no acertó a expresarlo.

Para estos artistas, el mundo fue una continuidad infinita de pequeñas partículas, colocadas de manera que formaban superficies y debajo de éstas había nuevas y nuevas capas, Todo es exterior. Adentro y abajo no hay nada, hay vacío. En la mayoría de sus obras se siente este miedo instintivo, el «horror vacui que sin éxito trataban de fundir en formas excesivamente solidas.

Es admirable la seguridad, con que Hesse desde el primer momento tomó rumbos propios, sin refugiarse en la "poesia pura", programática, y sin reaccionar en oposicion -como lo hicieron los expresionistas-, con unificaciones del tema y descomposiciones formales. Sin embargo, sólo ahora, cuando nos parece ya de sabor casi escolástico el gran tema de las corrientes positivistas, víctimas de un realismo "ingenuo" en el juego entre el "objeto" y su "relato", mascaras forzadas al fin, empieza a adquirir la lírica substancial de Hesse, además de los nunca discutidos valores estéticos, una trascendental importancia por el contenido de su mensaje.

Es necesario haber vivido en una pequeña ciudad antigua, rodeada de campos y montes, para comprender el sereno encanto y la influencia que pudo ejercer sobre Hesse su ciudad natal Calw. El niño absorbe ese panorama que cambia poco, conoce todas las calles, las casas y la gente; a dos pasos están los prados, el bosque, los montes y el arroyo.

En el hogar lo cuida una madre profundamente comprensiva y cariñosa que le cuenta de un país lejano, la India, donde ella nació en la misión dirigida por su padre, el conocido orientalista H. Gundert, (a quien ayudaba posteriormente en sus tareas). Imágenes muy distintas de las que le rodean, se plasman así en la fantasia del niño; chozas de bambú bajo el sol ardiente, gente morena en trajes blancos, cuentos milenarios sobre guerras y cazas en bosques inmensos, leyendas sobre faquires y monjes.

La educacion que recibe es severa y dura, aunque no lo son ni la madre, alma poética y amorosa, ni el padre, sabio misionero de caballerosidad delicada. Es el principio pietista que considera a la voluntad del hombre fundamentalmente perniciosa; es necesario, según su ley, romper esa voluntad, reprímir los deseos y las inclinaciones naturales, pues se oponen a que el hombre se salve en el amor de Dios y en la comunidad cristiana.

Nunca dejará de lamentar Hesse las tendencias represivas de esta educación, aunque recordará con cariño la música y el canto, las narraciones y lecturas, los paseos, los juegos nocturnos y las fiestas cálidas que animaban su culto hogar.

Terminados los estudios secundarios en Basilea, (adonde se trasladó por unos años la familia) lo mandaron al seminario para que un día pueda proseguir en la obra del abuelo y de su padre. Pero Hesse se rebela contra un destino que le quieren imponer; adolescente ya, presintiéndose misionero de otra causa, prefiere abandonar los estudios, antes que someterse a un principio que siente irracional.

«El alumno ejemplar», nos cuenta él mismo, "será desde entonces (desde que se sabe poeta), un mal alumno, será castigado y echado, en ninguna parte obrará bien, causará preocupaciones y pesadillas a sus padres, sólo porque entre el mundo, cual es o parece ser, y la voz de su propio corazón, no ve posibilidades de conciliación".

En sus recuerdos dirá respecto a esta experiencia una verdad trágicamente profunda: «Cada artista tiene en su vida un momento, cuando debe elegir entre ventajas y el arte, entre comodidades y el arte, entre fidelidad y traición, alternativa en que la mayoría sucumbe».

Él mismo se salva, felizmente, de esta crisis y después de un tiempo reanuda el contacto con los padres, que en su obra tendrán una influencia simbólica excepcional y perdurable.

En este poeta de la adolescencia la madre -será interesante señalar que es semifrancesa- revivirá en mil formas: como principio y origen; como sublime consuelo en luchas desesperadas, acompañará al peregrino en sus andanzas, será el símbolo de la naturaleza radiante y de la blanda noche compasiva.

El principio paterno se transformará en el dinámico impulso del espiritu que apaga la inocencia de la niñez, que llama a la lucha y a la conciencia.

Interrumpidos los estudios, entra, para independizarse de sus padres, en un taller mecánico y poco después como aprendiz en una librería de Tübingen.

Allí; en una pieza oscura, las paredes decoradas con decenas de recortes y fotografías representando personas y temas que le interesaban, entre una reproducción del Hermes de Praxfteles, un gran cuadro de Chopin y dos retratos de Nietzsche, llenaba sus cuadernos de poesías y ensayos.

Divide el escaso tiempo que le queda entre éstos trabajos y el estudio.
Se transforma poco a poco en autodidacta, rasgo que imprimirá un profundo sello a su personalidad. Como tal, carece muchas veces de método, se propondrá cosas demasiado difíciles de cumplir, pero sus problemas están ligados más orgánicamente con su ser, no sufrirá del mal profesional y de las especializaciones estrechas.
Toma nuevamente contacto con la literatura romántica alemana -con la que se familiarizó ya en la casa paterna- lee a Jean Paul, Novalis, Holderlin, Hoffmann, a quienes admira pot su juvenil «élan vital» y por su ligazón con el espíritu se interesa por los realistas como Tolstoi, Zola, lbsen (ante estos, dice, si uno los ve, debe sacarse el sombrero, pero se siente mejor, si no los ve); y muy especialmente por sus admirados maestros Keller y Stifter.

Pero por encima de todo, está la ocupación "embriagadora y endemoniada» con Nietzsche, el rebelde orgulloso, quien con certeros latigazos castiga la falsedad del pietismo que casi habia truncado su vida; y con Goethe, en quien halla al artifice de la lírica interior, sin intenciones, ese cantar quedo y melancolico que brota tambien de él mismo en sus momentos de inspiración. ¡Que profunda, por otra parte, debe haber sido la influencia de un parrafo de "Wilhelm Meister" como aquel coloquio entre Werner y Wilhelm sobre el poeta y la poesía, cuyo "mosaico" encabeza el presente ensayo!. "El poeta, formado como un ave", escribe Goethe, "para estar suspendido sobre el mundo, para morar en altas cúspides, tomar su alimento de capullos y frutas, y cambiar fácilmente de una rama a la otra, él ¿deberia a la vez arrastrar como un buey el arado, acostumbrarse como un perro a una huella, o tal vez hasta, encadenado, asegurar una chacra con su Ladrar?. No otra cosa sentia el aprendiz Hesse. Y como un ave ansiosa de libertad, escapa de la jaula de Tübingen y en el otoño de 1899 llega a Basilea.

Por primera vez conoce la comprensión por su obra incipiente; en el círculo de amigos, entre los cuales se destaca Wilhelm Schäfer, ya presienten en él al poeta profundo y original.

Animado por ellos, empieza a publicar sus poesias; canta tímidamente al principio, algo turbado y caprichoso, algo triste e irónico con el pudor de las primeras confesiones y la insolencia de la juventud, su admiración hacia la naturaleza y la vida, fatalmente caprichosas y crueles; su amorosa comprensión del hombre en la trágica lucha con la necesidad que lo agobia y el anhelo de liberación.

Canciones tristes y melancólicas son éstas; del amor que deja insatisfecho, del negro caballero andante, del pecador cuyos ojos ya no pueden encontrarse con los de María, cuya alma ya no puede implorar la suya.

Al año publica su primer libro, «Hinterlassene Schriften und Gedichte von Hermann Lauscher» (1900).

Aparecen en estas narraciones los dos mundos infantiles, el de las fantasías quedas e iluminadas, donde reina su voluntad y su imaginación; y el exterior, frío y extraño, con deberes y castigos; después las vivencias angustiosas del adolescente que despierta a la verdad, "la cual nunca es asi como se la desearia o eligiera, pero siempre adversa". Más luego, graves inquietudes torturan al joven artista porque no puede conciliar sus ansias de vida integral con sus impulsos de creación: el deseo de perfección y de armonia se escurre por entre cantinas y amoríos lo mismo que entre las redes dc la doctrina mística de Jacobo Böhme que tanta influencia ejcrce sobre él en esa época.

En los tiempos lauscherianos, Hesse no ceja mientras queda algo oscuro en sus viajes interiores; esa monomanía de inquirir pone en peligro hasta la integridad de su ser. Pero las profundidades a que llega asi, le permiten cimentar sus creaciones posteriores sobre bases que resistirán en las sucesivas crisis y salvarán al poeta y al hombre. Él mismo quedará asombrado, al reeditar sus primeros cnsayos, de ver esbozados en ellos los problemas que mucho después habrán de imponerse en su obra.

El artista Hesse venció en Lauscher los primeros obstáculos, pero el hombre sigue consumiéndose en una crisis, pues, aunque por la verdad se habia acercado a las leyes de la creación, le faltaba aún el conocimiento de la belleza interior para comprender el sentido cósmico de la existencia. Si en su juventud, las fiestas y el ocio obligado durante las enfermedades le permitían substraerse al caos para encontrar a si mismo, son ahora las peregrinaciones que le conducirán a la luz y a la comprensión.

Es en Italia donde halla el sentido de la vida que se le perdió con la extinción de la niñez: toma contacto, con la maravillosa existencia de San Francisco de Asis y desde entonces, como una llama le consume y le ilumina la vision del amor que hermana a todos los seres y tiende el puente hacia la naturaleza y hacia la eternidad.

El Dios del amor y de las contemplaciones fecunda su ser y su gracia lo llena de fe y de alegría. Ese Dios, tan cercano en su infancia, quien «in aliquo effectu cognoscitur», como decía el doctor Seráfico, se hace presente también en su obra que adquiere la temprana madurez, cuyo primer fruto ha de ser la novela "Peter Camenzind".

Las meditaciones lauscherianas le sumieron en una desesperación porque la búsqueda de si y sólo de sí mismo lo habia conducido a un callejón sin salida, le hicieron comprender que todo arte radica en el instinto "esa fuerza atractiva y repulsiva que revela su existencia con ocasión de todas las circunstancias que interesan a los fines vitales del individuo", —principalmente la búsqueda del placer, y la huída ante el dolor—, pero sentía que la satisfacción consecuente del instinto empobrece más bien que enriquece al artista, a la vez que, por su insaciabilidad, produce al hombre desengaños y conflictos.
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