JAVIER ALFREDO MORENO
Nació un 24 de junio de 1992 en Valera, estado Trujillo,Venezuela. Es hijo de Delvis Cecilia Castellanos González y deAlfredo Moreno Montilla. Estudia Primero de Ciencias en el colegio República de Venezuela, en Valera. Aproximadamente a los cuatro años vivía en la Quebrada de Trujillo, muy cerca había una biblioteca pública donde pedía cuentos con ilustraciones que “leía”, mejor dicho ojeaba con avidez sentado en un rincón. En la escuela inventaba cuentos. Actualmente lee un libro que –asegura– no tardará en volverse un clásico: El cuento Nº 13 de Diane Setterfield...

Los libros donde se entrenó en el manejo del suspenso son los de Dan Brown, y entre sus cuentos favoritos están Tres cuentos de hadas, de Gustavo Martín Garzo y La princesa y los trasgos, de George MacDonald...

CONTACTO:
j_moreno_24@yahoo.com

     
     



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De hamadríades, leyendas, abuelas,
conjuros y peripecias de inframundo y magia

(prólogo)

Un niño de diez años, estimulado por historias, cuentos, leyendas y fábulas que le ha ido contando la abuela, decide y lo dice en voz alta como una orden desde el corazón y su imaginación creativa: “Deseo vivir mi propio cuento maravilloso”. De ahí en adelante todo confabula para que Guillermo comience a vivir las maravillas de “Mundo mágico” y los peligros del “Inframundo”.

Todo gran escritor ha sido antes un excelente lector, esta premisa la han sostenido muchos estudiosos y críticos literarios, basados en entrevistas e investigaciones. El joven autor de Hamadríades una leyenda, es la prueba más fehaciente de esta afirmación. Y nos reconfirma, además, que se puede ser original aún los influjos y destellos de lecturas que van marcando la vida y la obra; desde el inconsciente colectivo la mayoría de las veces.

Javier Alfredo Moreno Castellanos, desde los 14 años, sensibilizado por libros, y voces que cuentan, se dejó llevar por su intuición creativa en la construcción de relatos que se fueron haciendo leyenda. Así fue dándole forma, ingeniosamente, a una atractiva historia con piezas de un lego mental muy suyo, entremezclando sus impresiones visuales y auditivas con las diversas ficciones contemporáneas y clásicas de su infancia. Como Los Viajes de Gulliver entre otros. Así, Alicia en el país

A n t e s a l a

Virginia veía caer la tarde y comenzar la noche. Su edad anciana le preocupaba, como también el hecho de que en tan solo tres días cumpliría un año más de vida. Hace poco tiempo contrajo una extraña tos seca que ocultó a sus familiares. No parecía grave, con un par de vitaminas de seguro terminaría aquella “pequeña” enfermedad.

Para evitar el efecto sonoro de la tos, corrió rápidamente y se tiró en la cama de su cuarto para abrazar a la almohada y toser en ella. Al levantarse, llevó su mano derecha a los labios para detener el grito que se avecinaba. En la almohada había dejado una pequeña mancha de sangre y, al separar la mano de su boca sus dedos dejaban al descubierto el líquido rojo. Nadie se puede enterar aún –se dijo entre la confusión que sentía.

El bacilo de Koch, responsable de la tuberculosis, estaba desgastando sus pulmones. Virginia tenía tiempo presenciando los primeros síntomas y no había acudido a un especialista. Si no se trataba rápidamente las medicinas solo le alargarían un poco la vida; la muerte sería inminente. Entre su terquedad y su incomprensible orgullo prefería mantener en secreto la enfermedad ante sus familiares, quienes aún no se recuperaban de la muerte de su querida yerna. "No, no se pueden enterar, se decía".

Pronto se necesitaría un milagro para sanarla, o tal vez una planta legendaria.

En otra dimensión, Cóxel no recordaba quién era, atrapado en su propia leyenda sin final. Lidiando en el inframundo contra los Corceles llamados Pesadillas, vió un punto de luz que, al acercársele, era un ángel sin alas que le traía una importante noticia:

—Mis alas han sido depositadas en un joven que vendrá impulsado por una misión –le anunció el ángel. Él será el encargado de sellar tu leyenda sin fin. Necesita tu esencia.

 

El deseo de un gran niño

Seguramente no había noche más placentera que aquella en Féderland. Las estrellas brillaban como nunca en aquel pueblito alejado de la sociedad. La temperatura fría y neblinosa daba a la noche un toque de sumo agrado. Cualquiera se sentiría feliz cobijado en su cama. Conciliar el sueño sería un trabajo fácil, excepto... para alguien.

En la penumbra de un bosque, alejado del pueblo recóndito, Guillermo, un niño de diez años, no lograba descansar. En la casa, rodeada de altos y frondosos árboles, vivían Guillermo, su padre, leñador, y su abuela. Por más que intentaba, el ruido de las ramas del árbol junto a su ventana no lo dejaban dormir; sin embargo, a pesar de aquel tic tac del árbol, Guillermo se fue quedando dormido. Aunque, después ,deseó no haberlo hecho.

Entre la oscuridad de su sueño comenzó una extraña pesadilla. Advirtió un sitio inhóspito de piedra con un pasillo tan brillante como oscuro, vio un ir y venir de gente rara, de cuerpo fosforecente. ¿Dónde estoy? –se preguntó. Tras él, un hombre de cara amable lo tomó del hombro, lo giró hacia él y le dijo: ¡Búscame! A la espalda del hombre un corcel negro de casco en llamas se aproximó y lo tragó de una bocanada.

Guillermo se levantó sobresaltado. Fue solo un sueño, se alivió. Las ramas del árbol golpearon más enérgicas, y Guillermo gritó con todas sus fuerzas.

Al escucharlo, su abuela y su padre se aproximaron a su cuarto muy asustados. Las palabras del pequeño sonaron alentadoras para ambos.

—Es que las ramas de aquel árbol golpeaban estrepitosamente en mi ventana –dijo, sin intenciones de hablar sobre tan extraño sueño.

—Es solo un árbol –contestó su papá.

—¿Los árboles están vivos? –preguntó el niño a su padre.

—Los árboles no…

Antes de terminar, la abuela le tomó la palabra.

—Creo que debes saber de una historia –dijo su abuelita sentándose en la cama.
La abuela siempre tenía una historia para cada ocasión, era muy creativa, tenía mucha imaginación. Siempre lograba calmar los sueños del niño y sus miedos, pues sus historias llenas de fantasía lo ponían a pensar en la magia y lo hacían olvidarse de sus temores. Su padre sabía que era su deber retirarse para no interrumpir.

—Ya te he hablado mucho de las ninfas, hijito mío, esas hermosas doncellas del bosque que cuidan las plantas, las flores y los árboles.

El niño miraba atento a su abuela.

—Ahora te voy a hablar de una de sus hermanas, las hamadríades. Una variedad de ninfas que viven solo en los árboles, con ellos nacen, y mueren si el árbol es cortado. Cuentan de una Hamadríade que soñaba con ser humana. Veía a muchos hombres y mujeres tomar de sus frutos, hablar, danzar e incluso amarse y, comenzó a envidiarlos. Ella no podía salir del árbol en el que habitaba, ni hacer nada de lo que ellos hacían. Se dice, que un día llamó a un pájaro para que trajera a una bruja y conjurara un hechizo. La abuela notó un susto feliz en los ojos de su nieto.

—Pero, no cualquier bruja –carraspeó– tenía que ser una bruja buena, de las que visten de blanco.

Así llegó Bonnadora, la mágica, la gran hechicera. La bruja blanca se acercó a la Hamadríade diciéndole:

Desde los altos vientos me han mandado a llamar,
para cumplir un deseo que desde la savia anhelas.
Si con fervor me piensas desear,
yo con gusto te concederé lo que quieras.

Hamadríade le respondió: No deseo mucho, solo ser mujer: su cabellera, su cuerpo armonioso al andar. Querida Bonnadora, ¿me lo has de otorgar?

Es una petición delicada la que deseas, mas...
con una condición te la he de dar:
tocarás una puerta y a una persona
un deseo otorgarás. Luego de concederlo
humana serás. Pero, habrás dejado
un portal mágico en tu espacio vital.
El árbol en que tú has estado, llevará
hacia las puertas de Mundo mágico.
Hamadríade le responde:

Prometo responsabilidad por mis acciones,
y aunque dejase mi mundo de colores,
un deseo a alguien he de conceder.
Permíteme humana ser,
que con responsabilidad este acto tomaré.

Bonnadora, alzó su básculo en dirección al árbol exclamando vigorosamente:

Cumple un deseo, espera uno nuevo,
que un lazo eterno selle la magia contenida allí.
Que humana seas,
y que a una persona un deseo le concedas.

Se dice que la Hamadríade esperó con paciencia que una persona le pidiera un deseo, y cuando llegó, se convirtió en una humana. El árbol se tornó de un amarillo pálido. la Hamadríade se enamoró de un hombre y vivió feliz para siempre. Pero... la historia no termina allí.

Por el bosque se corrió el conjuro de Bonnadora: cada vez que un árbol se encuentra cerca de la ventana de alguna persona, con ayuda del viento toca fuerte la ventana o la puerta, espera que alguien le solicite un deseo.

El rostro de Guillermo esbozaba una sonrisa de felicidad, la misma alegría de su corazón latiendo con fuerza. Se acercó mucho más a su abuela y le preguntó como en secreto:

—Abue, ¿crees que mi árbol sea una Hamadríade?

—No te lo puedo asegurar; tal vez sí, tal vez no. Se quedó pensativa un rato, luego dijo: Pídele un deseo, a lo mejor lo cumple.

—Ay, sí, Abue, tienes razón, tengo uno en mente. Cerró los ojos y dijo con voz clara y definitiva:

¡Deseo vivir mi propio cuento maravilloso!

—Ese es un deseo fantástico mi niño. Para que se cumpla debes dormir. Mañana sabremos si era o no una Hamadríade.

—Tienes razón abuelita. Buenas noches.

—Buenas noches amor. Te quiero mucho.

—Y yo –dijo– dándole un beso a su abuela en la mejilla.

Antes de que ella se marchara, preguntó con frenesí.

—¡Abue!, mañana... ¿cómo sabré si es una Hamadríade?

—Muy fácil cariño –sonrió– el árbol se habrá decolorado en señal de que la Hamadríade se ha vuelto humana.

—¿Y si quiero entrar a ese mundo que ha dejado en el árbol qué hago? –retomó una nueva y grandiosa pregunta.

—Eso es lo más difícil. Como las Hamadríades han prometido responsabilidad, debes encontrarla en su estado humano, para que te dé la clave de cómo entrar. Ahora lo mejor es que duermas.

Virginia, la abuela de Guillermito, estaba un poco preocupada porque había ilusionado muchísimo al pequeño con aquel cuento, y la hacía sentir mal que al otro día pudiese desilusionarlo. Bueno, él es un niño muy serio, espero que no se sienta mal, terminó pensando.

Extrañamente, el árbol había dejado de tocar la ventana aunque el viento seguía soplando. Las ramas del árbol permanecían inmóviles.

El niño se durmió pensando en las hamadríades, en su deseo, y en todas las aventuras que podría vivir en ese mágico mundo.