JESÚS ALFONSO REDONDO LAVÍN

Mi nombre es Jesús Alfonso Redondo Lavín. Realmente me bautizaron como Jesús Alfonso Dionisio Antonio, por haber sido el primer nieto varón de la familia y todos mis tíos quisieron poner su firma en mi pila bautismal. El hecho de usar dos nombres, tan a lo culebrón de telenovela caribeña, se debe a que en Madrid hay un letrado que se llama Jesús María Redondo Lavín y así evito llamadas telefónicas equivocadas y recepción de requerimientos judiciales a los que tan asiduo es mi homónimo abogado.

CONTACTO:
jerela49@gmail.com

   

Soy español, nacido el día de San Blas en Madrid en 1949, de raíces asturianas, maragatas, castellanas, pasiegas, trasmeranas y vascas. Mi niñez la repartí entre Madrid y Lezama, un pueblo vizcaino en el que mi abuelo Dionisio ejercía de maestro de primeras letras que fueron las mías. Mi juventud se desarrolló en Bilbao entre frailes de la Salle en mi bachiller y Jesuitas en la Universidad Comercial de Deusto, en la que cursé los estudios de Economía.

Es en Bilbao donde cultivé mis amistades y mis amores y donde me casé con María Asunción García de Baquedano Elorriaga, bilbaína del Campo de Volantín, originaria de los verdes paisajes vizcaínos cercanos al mar y de la brava tierra que forma frontera entre Navarra y Álava de las Amescoas y valles de Arana.

Mi vida laboral, siempre en el área económico-financiera, se desarrolló en España, en los Laboratorios farmacéuticos de Lilly y en la empresa de Defensa española, Santa Bárbara.

No tengo más raíz literaria en la familia que un libro de poesías publicado en 1960 por Carmen Botas una hermana de mi abuela Dolores y una biblioteca, en mi casa, que agrupa libros heredados de mis mayores o adquiridos por mí.

María Luisa Lázzaro (Marial) descubrió de pequeña, en sus primeras lecturas, ese libro de poesías y el azar de la red de redes hizo que contactásemos. Marial entusiasta venezolana de la literatura, me animó a ir desgranando mis recuerdos, plasmándolos en letras. Estoy seguro que sus caritativos halagos han ayudado a que encuentre afición en el escribir. En cuanto a mis aficiones lectoras, es la historia misma y la novela histórica las que me atraen y peleo con mi pobre y corta memoria para retener en la mente mis lecturas. En la actualidad estoy estudiando la vida de Blas de Lezo, un auténtico héroe de la defensa de Cartagena de Indias.

Mi otra afición es escudriñar en la genealogía de mi familia, buscando con ello, datos que me sugieran historias que contar y razones para viajar por estos amables pueblos de la España del norte. En estos momentos ya tengo más de 6.200 personajes en mi árbol genealógico.

No soy un constructor de catedrales, nunca escribiré un libro. Me considero un cantero de canecillos, como mis ancestros cántabros de Miera. Escribo para cubrir mi tiempo libre de jubilado y trasmitir a mis hijos y nietos, grabados en pequeños cuadros literarios, las escenas que he vivido o los hechos que he leído u oído en mi familia o en las crónicas de mis pueblos.

Descubrir el Blog “Esta noche te cuento”(ENTC), que desde Cantabria dirige mi amigo Juan Morán, me ha permitido mantener una cierta disciplina por la que cada mes envío un relato de no más de 200 palabras, que es comentado con cariño y amabilidad por el resto de blogueros. También me ha hecho repasar mi olvidada gramática y a actualizar mi escritura machacada por mi actividad laboral, nada poética y demasiado telegráfica por culpa del lacónico Power-Point.

Cierto es que en los prolegómenos del blog, en 2011, tuve la fortuna de conseguir un primer premio compitiendo entre otros 700 relatos con un escrito que titulé: “Desde el mirador del otero”, también de 200 palabras. Me sorprendió enormemente aunque estoy convencido que como en el cuento, que el burro tocó la flauta por casualidad. Sea lo que fuera, fue u n gran incentivo que me animó a seguir escribiendo este tipo de relatos.
Me veo agradablemente obligado a corresponder a Marial enviándole los relatos que siguen. Estos relatos ya figuran en internet, y son los que cada mes he enviado a ENTC en 2012 y 2013 y alguno adicional.
ENTC sugiere a sus “blogueros” un tema mensual y cada uno desarrolla con plena libertad.
También me he aventurado a realizar un relato titulado: “Gibraltar de los Fenicios”, de mayor dimensión, enviado a otro blog más salvaje: “Hislibris”, con asiduos críticos jactanciosos, nada amables con los incipientes aficionados a la escritura y absolutamente alejados del calor que nos damos mutuamente “ENTCianos”. Fue ciertamente desanimador recibir críticas tan amargas, pero aleccionador de cualquier forma. El mundo editorial está lleno de lobos. Esto es así. Que no entren más, que somos ya demasiados y la tarta en pequeña.

Lejos de mi intención sacar rentas de esta afición, más allá que la muy agradable que supone el sentir el cariño de los lectores, entre los que me gustaría que estuviesen mis hijos y nietos.

Madrid. 20 de Diciembre de 2013.

 
 

 

MI CLIENTE DE BURUNDI:


De lo que le sucedió a José Ignacio Almaraz Gutín, contado por Jesús Alfonso Redondo Lavín.

Él rezaba de rodillas frente al camarín que guardaba el coriáceo cadáver de Sor María.
Desde Burundi había llegado a España por motivos comerciales, relacionados con la ayuda europea a la reconstrucción de su país tras las últimas guerras.

Nuestro plan de viaje era visitar varias empresas de componentes eléctricos, firmar un contrato y hacer la recepción de unos transformadores. En esto estábamos, cuando se percató, en la provincia de Soria, del nombre del pueblo por el que pasábamos: Ágreda.

—¿Agredá?... Sœur Mari d´Agredá. ¡Je vous en prie, s’il vous plaît, arrêtez ici la voiture!.

Eran ya las 7 de la tarde. Le llevé al convento y esperé respuesta en el timbre-telefonillo.

—Ave María purísima.

—Sin pecado concebida madre. Mire, vengo aquí con una persona de Burundi que dice ser devoto de Sor María de Ágreda y quisiera rezar en su capilla.

—Ya hemos cerrado pero la guardesa vive en el pueblo, pregunten por ella en el bar.

La guardesa era “todo preguntas”, miraba al africano de arriba abajo y yo trataba de darle confianza ante lo extraño de la situación.

Finalmente se le dio paso franco a la capilla y al camarín donde la “Venerable”, con sus manos negras momificadas y la cara cubierta con una mascarilla, reposaba sus restos.

Se dice, de aquella monja, que entraba en trances de bilocación. Sin salir de Ágreda sermoneaba a los indios tejanos que la llamaban la “dama azul”. Fue inspirada por la Virgen María para escribir la vida infante de Jesús y también fue consejera en temas espirituales y terrenales del “Austria” Rey Felipe IV, que solo veía por sus ojos.

Mientras mi acompañante rezaba, la guardesa ya con plena confianza en mí, me preguntaba y comentaba:

—Y ¿dónde dice usted que está Burundi? … A este convento venían los cortesanos para hacer lo que hoy llaman « tráfico de influencias » que Sor María hábilmente manejaba en su correspondencia con el Rey… Ahora ya no hay españolas en el convento, casi todas las monjas son orientales…

—Parece muy devoto el moreno éste, ¿verdad? ¿Quiere usted que le abra el camarín y le quite la máscara a la monja?

—Haga usted los que quiera, por favor, le dije con una mueca de repugnancia.

Ante la momia, ya desenmascarada, el gran cuerpo del africano cayó yaciendo de bruces con sus brazos en cruz.

Desde los telefonillos de la capilla que conectaban con el convento se oían siseos y admiraciones de monjas y novicias.

Salimos de Ágreda a las 11 de la noche. El resto del viaje lo hizo mi colega, flotando fuera de este mundo, rezando imparable con un rosario en la mano y ojeando un libro de horas que simonícamente le había vendido la guardesa.

Finalmente, en lo que se refiere al negocio:

—Pero ¿no va a leer usted el contrato?

Con una sonrisa seráfica, sin mostrar sus dientes y mirando al cielo a medio párpado, me respondió:

—Faut pas, vous avez été choisi par le Senneur, pour moi être possible de voir le ciel.

FIN.

Post escriptum:

No quería, pero lo hago, contaros que este “viaje de empresa”, acompañado de mi espiritual compañero, duró cuatro días más por tierras del norte de España. En ese tiempo no abandonó su recalcitrante piedad y pertinaz insistencia en visitar todos los centros religiosos del camino. Yo excusaba las asistencias recordándole nuestras obligaciones comerciales. Incluso me planteó ir a rezar ante la Virgen del Pilar en Zaragoza, muy lejos de nuestra ruta.

Yo, desesperado, solo deseaba alejarme de él y dejarle en su nube angélica, ya que su constante intento de convertirme a la Fe, me llegó a marear.

En Zarautz se me cayeron los palos del sombrajo, cuando el dueño del hotel nos dijo que sólo tenía una habitación, pero que era muy amplia y podríamos dormir los dos cómodamente. El burundés, que algo pispaba de castellano, captó la propuesta del hostelero, me apartó a un lado y en voz baja me dijo:

— Pardon, mais je besoin d’intimité.

Qué no haría mi inseparable en la intimidad, ¿se pondría cilicios?, ¿se latigaría la espalda? o simplemente era que sufría de santas flatulencias aerofágicas.

Todo se solucionó poniendo a la disposición de “Monseñeur” la suite del hotel, mientras, en mi cuarto de “clase turista” yo dormiría con una gran sensación de liberación.

Sensación de libertad fue la que realmente sentí cuando le di la mano en el aeropuerto, sin prestar atención a su insistencia en que fuera a visitarlo a Burundi.

No obstante, y esta vez “gracias a Dios”, el negocio salió fructífero.