JOSÉ MANUEL BRICEÑO GUERRERO

Nace en Palmarito, estado Apure, Venezuela (1926). Fallece en Mérida, el 31 de octubre, 2014. Cursa sus primeros estudios en Barinas. Su adolescencia transcurre en Barquisimeto (Lara) donde también cursas sus estudios de secundaria. El Maestro Briceño, como lo llaman sus numerosos discípulos, o por el seudónimo Jonuel Brigue. Filósofo, ensayista y narrador; profesor Titular, jubilado de la Universidad de Los Andes. Es reconocido en diversos países de Europa y América por su obra ensayística y narrativa que ha sido merecedora en Venezuela del Premio Nacional de Ensayo (Caracas, 1981) y el Premio Nacional de Literatura en (Caracas, 1996).

 

     

Creció como un niño del llano, entre las tierras de Apure, Barinas y Lara. Sus primeros contactos con los idiomas extranjeros ocurrieron, posiblemente, en el Puerto de Nutrias, la salida fluvial más importante del estado Barinas, de la cual cuenta: Entraban barcos extranjeros; los marineros traían maquinas de escribir y unas botellas boconas llenas de caramelos que intercambiaban por plumas, por cuero y por algodón. Cuando los hombres bajaban del barco y caminaban por el pueblo hablando entre ellos en su idioma, yo siendo un niño los escuchaba sin entender. Mis amiguitos y yo fingíamos que hablábamos como ellos: “Ano hambito es chincon”. Así comenzó ese interés por ese misterio. Un encanto, una fascinación que no se me ha quitado hasta ahora. Es más, hoy tiene la misma fuerza… sueño fonética, sueño expresión, sueño con esa actitud que porta cada edificio fonético de un idioma.

Cursa estudios de primaria, en varias escuelas del estado Barinas, ya que por el oficio del padre, su familia se mudaba constantemente. Durante su adolescencia realiza sus estudios de bachillerato en el Liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto, estado Lara. En 1951 obtiene el título de Profesor de Bachillerato en el Inst. Pedagógico Nacional, en Caracas, después que comenzara sus estudios en la Universidad Central de Venezuela y que por razones políticas hubieran cerrado; al año siguiente comienza a desempeñarse en una de sus primeras vocaciones: profesor de idiomas; pues para esta época ya Briceño Guerrero dominaba ampliamente los idiomas: inglés, francés y alemán. Impulsado por su espíritu universalista, e inspirado en consejos de algunos de sus más significativos mentores, viaja a Europa y en 1956 finaliza sus estudios en Lengua y Civilización Francesa en la Universidad de la Sorbona, Francia. En 1961 obtiene el título de Dr. en Filosofía en la Universidad de Viena, Austria, donde fue alumno y amigo, entre otros, de Albin Leskyy Friedrich Kainz. Buscando conocer más a fondo los conceptos del Marxismo realiza estudios en la Universidad de Lomonosov, Rusia. En 1979 finaliza sus estudios de Filosofía y Teología de la Liberación en la Universidad de Granada, España, luego de lo cual funda el Seminario de Mitología Clásica en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes, Venezuela. Entre los idiomas que domina están el Griego, Latín, Hebreo, Francés, Inglés, Alemán, Ruso, Italiano y Portugués; y tiene conocimientos de Chino, Sánscrito, Japonés y Persa. Debo confesar con cierta vergüenza que he sentido más enamoramiento por las lenguas que por una mujer (...) Las admiro, las escucho, las consiento… las lenguas se hacen dueñas de mis fantasías y desvelos. Cuando aprendo un idioma pareciese más bien que estuviera cortejándolas.

El Dr. Briceño se ha desempeñado como profesor de idiomas en Barquisimeto y Valencia, Venezuela, es profesor de idiomas y filosofía en Mérida, Venezuela. Fue profesor visitante de lengua y filosofía griega en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1971 funda el Seminario de Estudios Filosóficos, Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes (ULA), Mérida, Venezuela, es también fundador de la Cátedra de Filosofía de la Ciencia, del Seminario de Estudios Latinoamericanos y del Seminario Postgrado Lento en Epistemología para Investigadores y asesor del Vicerrectorado Académico de la ULA. Nellyana Salas declaró, al respecto de una entrevista con el Dr. Briceño: Es extraordinario encontrar a una persona que con tanta voluntad y tanto amor se entregue a la enseñanza. Él hace lo que un maestro debe hacer, encender la chispa de la reflexión y la creación en aquellos que van tras el encuentro con hombres notables, los que son escuela de humanidad.

Premios Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en 1981 y posteriormente, en 1996, el Premio Nacional de Literatura 1996, ambos en su país natal. La sabiduría y la sensibilidad literaria de José Manuel Briceño Guerrero le han conducido hacia el misterioso terreno de las letras, una región que logra dilucidar a través de sus reflexiones, muchas veces expuestas en conferencias y publicaciones diversas. Por la trayectoria ensayística de este escritor, el jurado seleccionado por la Dirección General Sectorial de Literatura del Conac le ha otorgado el Premio Nacional de Literatura 1996. La decisión tomada por Luís Beltrán Guerrero, Rafael Pineda, Luís García Morales, Eduardo Liendo y Manuel Bermúdez, obedece al reconocimiento de su obra sobre filosofía del lenguaje, así como sus 'serenas y sabias reflexiones sobre las raíces sintácticas y semánticas del discurso americano frente a la ideología y pensamientos europeos'. A esto el jurado agregó las 'nobles enseñanzas socráticas en el corazón de la juventud estudiosa venezolana.

Pensamiento Filosófico y Obra Literaria La obra filosófica de Briceño Guerrero reúne los mismos motivos que su obra literaria: Latinoamérica, la búsqueda de sí mismo y el lenguaje. Estos motivos se interrelacionan, se bifurcan, se extienden y se explican para lograr un pensamiento propio en cada uno de los ensayos. Se puede decir que Briceño Guerrero quiso profundizar en las preguntas de la tradición filosófica partiendo no de supuestos extranjeros, sino de aquello que sentimos, somos, bailamos, comemos, mezclamos... Esto último es de gran importancia, pues partiendo de esa reflexión hace un llamado a que construyamos dentro de nosotros mismos una Latinoamérica que se constituya como ejemplo de fraternidad.

ENLACES EXTERNOS
Sitio Web de la Universidad de los Andes dedicado a Jonuel Brigue
80 años de José Manuel Briceño Guerrero
Fotodocumental
Jonuel Brigue en Bookfinder.com
Un encuentro cercano con la obra de Jonuel Brigue
La Charlorra de Briceño Guerrero, una conversación grata sobre temas serios; pero sin tapujos
Niñez, seminario y barba, Documental


 


OBRA LITERARIA:
¿Qué es la Filosofía?, Mérida, Universidad de Los Andes (1962), Dóulos Oukóon, Caracas, Arte (1965), América Latina en el Mundo, Caracas, Arte (1966), Triandáfila, Caracas, Arte (1967), El Origen del Lenguaje, Caracas, Monte Ávila (1970), La identificación Americana con la Europa Segunda, Mérida, Universidad de Los Andes (1977), Elogio de la Ciudad, Mérida, Imprenta del Estado (1980), Discurso Salvaje, Caracas, Fundarte (1980), “La Colonia Penal”, en: Unos Cuantos Cuentos (Varios autores), Mérida, La Imprenta (1980), América y Europa en el Pensar Mantuano, Caracas, Monte Ávila Editores (1981), Geraldine Saldate, Mérida, Universidad de Los Andes: Talleres Gráficos Universitarios (1981), Recuerdo y Respeto para el Héroe Nacional (Discurso pronunciado en el Palacio de las Academias, Caracas, con motivo del homenaje de las universidades nacionales al Bicentenario del natalicio del Libertador Simón Bolívar), Mérida, Universidad de Los Andes: Revista Azul (1983), Reedición de: La Identificación Americana con la Europa Segunda, Mérida, Universidad de Los Andes: Consejo de Publicaciones. Holadios, Caracas, Fundarte (1984). Reedición facsimilar del periódico Senderos de la Escuela Federal Graduada “Carlos Soublette” de Barinas, Estado Barinas, Venezuela, de 1943–1945, en el que fue autor de varias colaboraciones, “Tierra de Nod”, en: El Cuento en Mérida (Varios autores), Mérida, Universidad de Los Andes (1985), Amor y Terror de las Palabras, Caracas, Mandorla (1987), “La Legitimidad del Poder” en: Legitimidad y Sociedad (Varios autores), Caracas, Alfadil-Universidad de Los Andes (1989), El Pequeño Arquitecto del Universo, Caracas, Alfadil (1990), Anfisbena. Culebra Ciega, Caracas, Editorial Greca (1992), L’Enfance d’un Magicien (Traducción al francés por Nelly Lhermillier), París, Editions de L’Aube (1993), Le Discours Sauvage (Traducción al francés por Nelly Lhermillier), París, Editions de L’Aube (1994), El Laberinto de los Tres Minotauros, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana (1994), “Maracaibo ¿Qué Tengo Yo Contigo?”, en: Visiones del Zulia, Caracas, Oscar Todtmann Editores (1995), Reedición de: América Latina en el Mundo, Barquisimeto, Fundacultura Gobernación del Estado Lara (1995), “Les Droits Humaines et les Practiques de Domination”, en: Qui sommes-nous (Varios autores), París, UNESCO (1996), Reedición de: El Laberinto de los Tres Minotauros, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana (1996), Diario de Saorge, Caracas, Fundación Polar (1997), Discours des Lumières suivi de Discours des Seigneurs (Traducción al francés por Nelly Lhermillier), París, Editions de L’Aube – UNESCO (1997), Reedición de: Amor y Terror de las Palabras, Mérida, Universidad de Los Andes: Consejo de Publicaciones (1997), Esa Llanura Temblorosa. Cuaderno, Caracas, Oscar Todtmann Editores (1998), Visión de Portuguesa (coautor junto con Hernán –Chino– Rivera), Caracas, Gobernación del Estado Portuguesa (1999), Matices de Matisse, Mérida, Universidad de Los Andes: Consejo de Publicaciones (2000), Reedición de: ¿Qué es la Filosofía?, Mérida, Ediciones Puerta del Sol (2000), Trece Trozos y Tres Trizas, Mérida, Ediciones Puerta del Sol (2001), Reedición de: ¿Qué es la Filosofía?, Mérida, Ediciones Puerta del Sol (2001), El tesaracto y la tetractis, Caracas, Oscar Todtmann Editores (2002), Reedición de: ¿Qué es la Filosofía?, Mérida, Ediciones Puerta del Sol (2002), Mi casa de los dioses. Mérida, Ediciones del Vicerrectorado Académico, Universidad de Los Andes (2004), Reedición de América Latina en el mundo. Mérida, Ediciones del Vicerrectorado Académico, Universidad de Los Andes (2004), Los recuerdos, los sueños y la razón. Mérida, Ediciones Puerta del Sol (2004), El sentido de Carora. Publicado en el diario El Carabobeño (2005), Para ti me cuento a China. Mérida, Venezuela: Ediciones Puerta del Sol (2007), La Mirada Terrible. Mérida, Venezuela: Ediciones Puerta del Sol (2009), Los Chamanes de china. Mérida, Venezuela: Ediciones Puertas del Sol-Universidad Experimental de Yaracuy (2010), Operación Noé. Mérida, Venezuela: Ediciones Puertas del Sol-Universidad Experimental de Yaracuy (2011), El garrote y la máscara, Venezuela: sello La Castalia (2011), 3x1=4 (Retratos), Venezuela: Ediciones la Castalia (2012).

 

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(Del libro El pequeño Arquitecto del Universo)

UNO


He decidido ser sincero. Decir la verdad. No puede un hombre hacer nada importante –auténtico– si está inhibido por consideraciones y respetos. El temor de herir, el deseo de agradar. Me había gobernado hasta ahora el intento mimético de pasar inadvertido para no sufrir sin necesidad la hostilidad de los otros. Soy diferente y los muchos desconfían del que diside, esto lo sé bien. Además, cuando no lo asiste ningún poder superior tienden a excluirlo por el rechazo, a aniquilarlo por el desprecio y la burla, a suprimirlo por la agresión abierta. Yo quería evitar el conflicto; escogí la comodidad.

Pero me animaba también una delicada consideración hacia los demás: no inquietarlos, no escandalizarlos. Aunque en el fondo quizás era pereza: no verme obligado a remediar la consiguiente desazón con explicaciones, obedeciendo la ley aquella del oráculo «el que hirió curará».

Otra motivación rivalizaba con las anteriores: el pudor, en mí siempre más fuerte que el deseo de exhibirme. Cada vez que exteriorizaba mis pensamientos y sentimientos me sentía obsceno y me avergonzaba.
Voluntariamente me dejaba contagiar por el estado de ánimo de los más cercanos en cada ocasión. El último en hablar tenía siempre razón. Cuando había discusiones y disputas yo me mostraba perplejo y confundido y esperaba el resultado, o me retiraba prudentemente para que no me obligaran a tomar partido. Si alguien me preguntaba algo, yo procuraba averiguar o adivinar lo que a él le gustaría oír, y si no lo lograba respondía en forma ambigua o declaraba que la cuestión era muy complicada y difícil, fingiendo a veces una necesidad urgente de orientación y guía. Me comportaba así en política, religión, arte, vida social, deportes, en la escogencia de trabajo, ropa y arreglo personal, medios de transporte, muebles, distracciones, comida y bebida.
Pero un acontecimiento inesperado me produjo cambios importantes de actitud. En ocasión de examen médico para certificado de salud se reveló enfermedad incurable. Tengo los días contados.
Me conmovió devastadoramente ese descubrimiento, no lo niego; pero no me sorprendió mucho, excepto en la precisión del lapso. Siempre supe obscuramente que iba a morir algún día, pero vivía como si fuera inmortal, por lo menos en el nivel superficial y falso de la consciencia.

En el fondo sabía de la muerte no sólo como fin en el futuro, sino también como presencia actual en la entraña de la vida; no en vano había visto, sentido y comprendido al sol azteca que tiene una calavera en el centro. Pero en la cotidianidad trasladé lo fundamental radical hacia lo temporal, puse la muerte en el futuro, consideré la vida como una cantidad disponible para gastarla mientras durara y me consideré a mí mismo como un usuario y consumidor de vida sin preguntarme quién era ese supuesto yo que así gastaba y malgastaba; sin preguntarme tampoco si esa analogía era adecuada ¿cómo podía preguntármelo? Esta había surgido espontáneamente y yo la había recibido junto con el lenguaje sin someterla a examen.

Viendo la cosa en términos de tiempo, mis días siempre han estado contados, sólo que yo no sabía la cuenta ni me importaba, como no la sé ahora con seguridad: los médicos suelen equivocarse; pero el desahucio me ha devuelto la claridad. Comienzo a vivir conscientemente bajo el ojo yerto y crudo de la muerte. Me alumbra con un temor angustioso, único en su especie, que vuelve inofensivos los otros miedos, quita sentido a todo escondite, desprecia la posibilidad de molestar y desbarata toda imaginable comodidad. Así alumbrado, me parecen ahora el aislamiento error y la separación pecado.
Abandono el intento de pasar inadvertido, al menos por escrito, aunque tal vez lo logre involuntariamente si nadie pone atención a lo que escribo.

Veo que el hombre es en gran medida comunicación, palabra. Para él, ser es decir. No totalmente, porque lo vivido es, de alguna manera, extraverbal; pero pide palabra y sufre si ha de permanecer inexpresado, en lo inefable.

Veo que para ser hombre en plenitud, para morir como hombre completo, para haber sido debo convertirme en palabra. Contar para existir. Ser es ser dicho.

Lengua madre, señora de la mentira y del error, si me ayudaste a vivir en la hipocresía y el disimulo, si me enseñaste a huir cobardemente de la crueldad de los otros, si encubriste mis púdicas entrañas de la mirada hostil, escúchame ahora.

Lengua madre, señora de la profecía y de la ciencia, tú que arropas con ternura las revelaciones de los místicos y de los soñadores y gobiernas con mano firme los discursos del pensador, tú que incendias la boca de los oradores sagrados y de los jefes de guerreros, si de noche a solas y en secreto, a pesar de mi insignificancia y pequeñez, sufriste que yo recorriera con lujuria las redondeces turgentes de tu carne y que buscara tus depresiones mórbidas, el juego de tus articulaciones, la vibración de tus arterias y tus nervios, si toleraste que yo hundiera lascivo mi cabeza en tu vientre y me respondiste con ardor, si fuiste conmigo a repasar el tortuoso devenir de los pueblos, el dédalo de los pensamientos, el piélago incesantemente agitado de las emociones, si me llevaste en vuelo hacia el enigma de los astros y si yo cada día atendí tu santuario y te sacrifiqué miembros calientes, corazón candoroso, concédeme este deseo: que mi verdad se vuelva verbo, madre.

 
     
 

Tomado del libro Anfisbena Culebra Ciega

A

Despídete. Apenas hay tiempo. Aprovéchalo. No pienses que te apremian demasiado. A pesar de todo, las autoridades han sido benévolas contigo. La orden de expulsión, aunque perentoria, no ha sido de efecto instantáneo. Piensa que otros se han visto forzados a partir sin darse cuenta siquiera de lo que estaba ocurriendo.
Así, sentado en la sala de espera, puedes conversar contigo mismo mientras la nave calienta los motores y la tripulación se apresta. Confórmate con eso. Además, no te gustan las escenas de despedida. Los guardias armados te protegen de llantos, buenos deseos formulados con rostros tristes y alegría secreta, hipócritas pañuelos. Ojalá se vaya pronto, tengo mucho trabajo, estoy dejando de ganar, a quién busco ahora para sustituir a éste, después de todo bien merecido se lo tiene, fue imprudente, al venir aquí me comprometo, puedo caer en sospechas, ¿y si se me pega la mala suerte?, tal vez me dé un regalo, ojalá no se le ocurra encargarme algo difícil de hacer, ahora se me abren los caminos, acaparaba muchas cosas, viva la libertad.
Hay otros esperando, cada uno solemne en su sillón de aeropuerto. No te está prohibido hablar con ellos. Podrías matar la breve espera con habladurías sobre trivialidades y vanas conjeturas. Pero no lo harás; eres de los que quieren comprender. Despídete en tu interior. No te han quitado la memoria, ni la imaginación, ni los deseos, ni la acuciosa y acuciante palabra; todo lo demás sí -saldrá como nació- ya es mucho que te hayan dejado ese uniforme verde oliva jaspeado, esa vieja faja de cuero, esas botas sucias, esa arrugada gorra de guerrillero. De tantos te separas, dejas tantas cosas. Despídete solo en el secreto de tu soledad.


B


A veces me siento interpelado desde una dimensión más alta que las voces audibles. Alguien me llama, me obliga a dar explicaciones, me instruye, me aconseja. Pero, ¿cómo sé yo que soy el interpelado y no otro? Tal vez se trata de mensajes no dirigidos a mí. ¿Quién soy yo? No por el nombre sólo me conozco; otros se llaman o podrían llamarse como yo. Ni por características del cuerpo o del alma; todas se encuentran por ahí repartidas en porciones desiguales y no es un juego de cantidades mi esencia.
Tampoco me conozco por una forma permanente -genio y figura hasta la sepultura- todo eso es tan cambiante. Sólo el acostumbramiento a una manera de ser, reforzada por la mirada de los otros y el apego a un oficio, puede crear y mantener tal ilusión de identidad.
¿Quién soy yo? Recurro a la memoria. La consciencia de individualidad, el dolor de separación, la convicción de ser alguien, esas tres cosas -tres en apariencia, pero una sola en el fondo- aparecieron en mí tardíamente como sentimiento angustioso de inseguridad. Pero no de inseguridad ante peligros como enfermedades, ladrones, fantasmas, monstruos, ofensas, desprecios, miseria, esclavitud; sino de inseguridad en el conocimiento. Erré, creí saber y me equivoqué.
Antes de eso mi vida fue tornátil, leve y vagarosa como las nubes nacaradas de ciertos amaneceres. Una placidez impersonal presidía todos los cambios; los estados de ánimo se interpenetraban fácilmente, se convertían los unos en los otros a través de incruentas transformaciones en un juego hecho de matices de luz. Detrás de la apariencia no había nada; todo era superficie, brillo de sol, vano devaneo del color.
Después de eso mi vida fue doble, torpe, preñada de tormentas secretas, de enfoscadas renuencias, como esos nubarrones que el vendaval arrastra sin lograr forzarlos a declararse en temporal. Una consciencia desapegada presidía todos los actos; detrás de los compromisos había alguien que no se comprometía; dentro de las promesas y juramentos había reservas irreductibles. Todavía espero, desolado, que revienten centellas.
Antes de eso, casi que no era mi vida, sino la vida; mi vida, la que puedo llamar mía porque mía la siento, comenzó al aproximarse la edad viril. Se manifestó de manera paulatina. Casi imperceptible en un principio, arreció de golpe para gobernar en plenitud con un imperio esquivo, huidizo, sin símbolos ni ceremonias, pero omnipresente.
Me habían enseñado doctrinas sobre Dios, el origen del mundo, el sentido de la vida, la misión del hombre sobre la tierra, los derechos y deberes, lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, la muerte y el más allá, los ideales, la patria, las virtudes, la felicidad. Yo las había aprendido ingenuamente como conocimientos, y resultó que no eran conocimientos sino creencias. Creencias cuya fuerza y valor dependían de que fueran creídas. Fuerza y valor no despreciables, pues eran fundamento y gobierno de la vida colectiva, de la conducta de comunidades pequeñas dentro de la gran sociedad, y del comportamiento individual. Pero yo esperaba y deseaba que fueran conocimientos firmes, al abrigo de toda duda, independientes de la adhesión que se les prestara por medio de la creencia, válidos para todos los hombres. Y resultó que eran diferentes en diferentes países, en diferentes épocas, y que aun en el mismo país y en la misma época presentaban variantes contradictorias y antagónicas. Es más, aun en una misma persona, no se presentaban de manera unitaria ni eran siempre coherentes. Peor todavía, descubrí que podían coexistir doctrinas diversas formando estratos y que los
interesados pasaban alegremente del uno al otro según sus necesidades prácticas, sin sentir molestia lógica alguna. No niego la utilidad ocasional de tal estado de cosas, pero yo esperaba y deseaba la certidumbre de lo verdadero.
¿Me equivoqué en redondo?
Si lo verdadero dependía de mi creencia entonces no era firme, no era lo verdadero. No pude aceptar que el hombre fuera la medida de todas las cosas. Cuando más, sería la medida de todas las cosas suyas, de las cosas hechas por él, pero era evidente para mí que el mundo hecho por el hombre anidaba en un mundo mayor, independiente de su juicio, y se construía con materiales dados, recursos formales dados, fuerzas dadas, desde un centro de consciencia dado que ignoraba su origen. A menos que el hombre fuera Dios mismo, un Dios caído en la amnesia y la fragmentación, o desde siempre ignorante y en pedazos. ¿Podría ser Dios en tal caso?
Por otra parte, yo vivía entre hombres, en el mundo donde el hombre es la medida de todas las cosas. De no ser así, no sobreviviría. Mi supervivencia proclamaba cotidianamente mi participación y dependencia.
Desgarrado por estas reflexiones, presa del sentimiento angustioso de inseguridad en el conocimiento -pues podía poner en tela de juicio incluso el agradecimiento, lo justo, lo conveniente como resultado de un condicionamiento discutible-, me vi en la encrucijada de cuatro conductas.
Fingir creer para compartir el mundo de mis congéneres. En fin de cuentas, la aculturación y la socialización son actos teatrales consistentes en la adopción de roles. Luego se consolidan y afirman. Pero si yo mantenía el fingimiento a plazo indefinido, no sería más que un vil parásito, siempre externo, indigno incluso del destino de Rut. Tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios.
Forzarme a creer. Hay vocaciones espontáneas y vocaciones hechas a mano, a pulso. Alguien llega irresponsablemente a un oficio que no le gusta; pero puede con dedicación y buena voluntad llegar a practicarlo con eficiencia y amarlo. Yo había llegado involuntariamente a un sistema de creencias, es decir, a una cultura y había encontrado que no tenía fundamento infrangible ¿por qué no tratar de apegarme a él, de afirmarme en su inmanencia hasta el punto de sentirlo incontrovertible? Me dio vergüenza. Sería aceptar una derrota antes de haber peleado. Mi general, Rondón no ha peleado.
Convencer para convencerme. Si logro que otros crean algo, terminaré por creerlo yo también. Emprender una guerra santa, sumarme a un credo combatiente. No otra cosa hacen muchos, inconscientemente, hasta que la victoria los bendice con la fe. Pero ¿no es eso una forma épica de renunciar a mí mismo, de evadirme? Paradójicamente, buscaría, mediante el combate, huir del combate.
Suspender el juicio y la participación en todo. Dedicarme exclusivamente a la búsqueda de la verdad inconcusa hasta encontrarla o hasta convencerme de que no existe o de que es imposible encontrarla. Diseñar una moral interina de corte cartesiano, arriesgarme al infausto destino de Fausto. Pero, ¿no andaba yo en eso ya de alguna manera?
La encrucijada resultó ser un pequeño laberinto que me traía siempre al mismo sitio, a mí mismo, a la consciencia de individualidad, al dolor de separación, a la desolación de ser en lo incierto.
Si una voz, desde más allá de las voces audibles, me interpela a mí y no a otro, es porque se dirige a este sentimiento angustioso de inseguridad ante el conocimiento, es porque se dirige a esta perplejidad que me define.
¿Me siento interpelado yo en estos términos? ¿Es a mí a quien se habla desde una dimensión más alta? ¿Qué se me exige?

 
     
 

Tomado del libro Esa Llanura temblorosa

41197


J.J. no ha podido comunicarse con C. por teléfono ni puede ir ahora a su casa. Ella dejó un mensaje negativo en la contestadora para él. No quiere verlo. Él se muere.
Los caminos están cerrados. El abastecimiento de gasolina está muy limitado. Se trata de una huelga de transportistas; los acuerdos del año pasado, dicen ellos, no fueron respetados. Hay grandes pérdidas para los productores de frutas y legumbres, entre otros.
A J.J. se le perdió la cartera en la Gare de Lyon en París. Allí me esperó para tomar el tren de Avignon. ¿La dejó sobre la mesa del café? ¿Se le cayó mientras caminaba por el andén? ¿Se la quitó un carterista? Cuando se dio cuenta estábamos ya en el tren, lo recuerdo en cuatro patas con la sien en el suelo buscando debajo de los asientos después de haber revisado todos los bolsillos, maletas, maletines y bolsos; hasta me hizo revisar todo mi equipaje: después de nueve horas de avión se confunde uno, dijo.

Estamos en la DRAC Oficinas muy modernas. Tiempo de libros. Fiesta del libro. El África del Sur hoy en día. Fundación La Napoule: le hemos acordado una subvención de 50 mil francos; gracias Dra. Trautmann. Le comunico que he perdido mi cartera con dos tarjetas de crédito, no me acuerdo de los números, me llamo Boin B, o, i, n. Nombre de origen italiano, Buono seguramente.
Quiero saludar a Daniel Van Eeuwen por teléfono. No está en la casa. No está en su oficina. Le dejamos un mensaje. Saludamos a Nelly, mi traductora. No tenemos tiempo de ir a verla ahora.
Está lloviendo mucho como para ir a pie a un café ahora. No sé dónde dormiré esta noche. Anoche dormí casa de J.J. Una casa bellísima en la falda sur del Luberon. Tiene piscina, pero ya el otoño está muy avanzado. Se podría ver Pertuit y Aix, pero el cielo está nublado. Los jardines son preciosos, pero tuvimos que venirnos muy pronto y muy rápido, cómo disfrutarlos sin tiempo, sin morosidad, sin languidez. Por la ventana veo a una niña que besa a un niño y lo acaricia entre las piernas, pero vienen otros niños y ella se aleja. Muchos niños ¿el cierre de los caminos?
Los camioneros españoles, italianos, ingleses y alemanes sufren también por la huelga francesa: no pueden entregar sus cargamentos. Oí en la radio que en algunos lugares se han producido enfrentamientos entre españoles que no sabían lo del cierre del tráfico y franceses. Teléfono. No, señora, no ha entregado el texto, pero lo prometió para el primero de diciembre. Yezabel, traiga la agenda para fijar una cita. ¿Cómo le parece el 25 de noviembre? ¿Las diez, las once? Las anotaciones no coinciden en los dos cuadros. Ella se fue, pero yo me quedo todavía unos momentos. Hay que conseguir los textos. Perdí mi cartera en la Gare de Lyon, un disgusto, un impedimento, me la robó tal vez un carterista, prestidigitador, acróbata, me quitó tiempo. Las mandé anular. Tal vez se me cayó, era muy larga y sobresalía del bolsillo hasta más de la mitad. La otra vez sacaron con mi tarjeta perdida más de once mil francos. Hay gente que sabe averiguar el código de las tarjetas ajenas. ¿Cómo harán? Tengo que preguntarle a un ingeniero electrónico, a Charles Páez puede ser. Ya yo firmé esos cheques y fueron cobrados. Llené el tanque, pero con lo mucho que manejo, si esta huelga sigue, me quedaré parado en cosa de setenta y dos horas. Si el gobierno no interviene se va a paralizar el país. Los patronos no quieren sentarse en la mesa de negociaciones. Aquí no se forma mercado negro de gasolina con especulación en los precios ¿o sí? A C. se le echó a perder la computadora, está en ebullición. Hay nerviosismo en el ambiente. Un millón cuatrocientos veinticinco mil doscientos cincuenta y tres. Faltan cien mil en la delegación secundaria. Habrá que sacarlos de alguna parte.
Una de las secretarias murió de una dolencia renal. Todos los días le hacían limpieza de sangre, diálisis; pero se reventó por dentro. Todavía era miembro de esta oficina, no se había retirado, no se había jubilado; tenía permiso por enfermedad. De la oficina no fue nadie a los ritos funerarios ni al entierro, por lo menos oficialmente. Eso es inhumano, dijo Miriana, una sirve para trabajar y cuando revienta a nadie le importa. No es inhumano, dijo él, es una falta de modales; alguien debió presentarse a los familiares y decirles “Sentido pésame”. Recordé la cara de un compañero muerto; casi lo había olvidado. La viuda del escritor suicida dijo: El fue reconocido, fue embajador, fue ministro. Nos encargamos de que sea recordado; además sus libros son buenos, siempre habrá alguien leyéndolos. Acuérdense de lo que dijo Pushkin completando a Horacio. Horacio dijo: me hice a mí mismo un monumento más duradero que el bronce, más alto que las pirámides; ni la lluvia ni el viento lo dañarán ni el fuego, ni el paso de los años. Pushkin agregó: en el camino que conduce hacia él no crecerá la hierba. Pero la secretaria está más muerta que el escritor si la muerte es el olvido. Pero, ¿puede el recuerdo remediar la muerte? ¿Puede el recuerdo curar de la muerte? ¿Puede el recuerdo de los vivos alimentar a un muerto de tal manera que sea consciente, goce, sufra, piense, moleste, viva? Los vivos se ocupan del muerto no para ayudarlo a nada sino para consolarse de su ausencia, en el mejor de los casos. Me puse a pensar en Henry Clews.
Cesó la huelga, cesó la lluvia, se normalizó el tráfico. C. le dio cita a J.J. Saludé a Daniel. Compré un cuaderno. Ante un cielo tan claro no presiento nada malo, pero el presentimiento a veces se equivoca.

 
     
 

3821

En Rusia fui invitado a banquetes. Recuerdos del primer banquete. Ante todo se brindó por Venezuela ¿Cómo hacía yo para no brindar? Luego se brindó por la Unión Soviética ¿podía yo negarme? Entonces, se brindó por la amistad entre nuestros dos países y por mi presencia allí como señal de esa amistad ¿iba yo a decir que no brindaba? Yo estaba a punto de perder el conocimiento, yo que no tengo «cultura etílica» como dice Mireya Kríspin, entonces comencé a fingir. Cuando se brindó por la amistad entre todos los pueblos de la tierra pedí permiso para ir al baño, incapaz ya de gobernar el estómago.

En otro banquete observé que los rusos se comían una enorme cucharada de mantequilla antes de comenzar con los brindis. Hice lo mismo, pero no me valió de mucho.

En otro banquete, ya sin brindis, el anfitrión me explicó que los hombres se tomaban una botellita de vodka como aperitivo; las mujeres no, su parte la tomaba el caballero acompañante. ¡Encontré ahí la solución a mi problema! Declaré que era una mujer barbuda travestida y rogué que un galante caballero se tomara mi parte. Fui a un matrimonio en un Koljós. La ceremonia era muy parecida a la religiosa, sólo que en este caso el presidente del Koljós leía en un librito citas de Lenin. Después vino el banquete. La mujer barbuda se sorprendió al escuchar la palabra «gorca» escandida con fuerza por toda la concurrencia. «Gorca» significa «amargo». Los novios debían besarse para endulzar la reunión. Se besaron. Al poco tiempo recomenzó el grito escandido «gorca, gorca». Otra vez se besaron. Había una exigencia de mayor dulzura en los besos. Al final del banquete. A los novios, después de tanta dulzura (se llegaba a extremos), no les quedaba, me imagino, miel para la luna.

Miniatura del bosque soberano y mensajera del vergel y el viento va y viene como lo hace el pensamiento en la colmena del cerebro humano. En uno de los pasillos de la enorme residencia, una linda muchacha me pidió prestado mi bolígrafo. Yo esperando. Al rato me lo devolvió y se fue corriendito. Cuando lo iba a enganchar en el bolsillo de la camisa, no entraba. Me puse a verlo. Un papelito doblado varias veces hacía obstáculo, acuñado bajo el ganchito. Lo saqué, lo abrí. Era una invitación. Indicaba piso, habitación, hora; ese mismo día. Ni corto ni perezoso a las nueve de la noche, como indicado, me presenté. Había varios jóvenes, muchachos y muchachas. Me sirvieron vodka y pepinos en vinagre. No recuerdo bien lo que pasó en esa habitación, pero al día siguiente, yo, que había estado nervioso todos esos días me desperté serenito.

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Morir, tal vez soñar. Decía Hamlet. Y temía. Pero sí, morir es como soñar sin retornar. Perder uno de los dos mundos. Entonces el sueño consciente es un ejercicio, un aprender a morir sin terror. Además, no hemos explorado el mundo de los sueños, ni hemos aprendido a movernos en su física. Además, si tanto interés hay en este, sabemos de médiums y de préstamos cismundiales. Además, si tanto amamos esta vida, las más antiguas y venerables tradiciones enseñan la reencarnación. Además, el problema de muchos sabios es cómo hacer para no seguir reencarnando. Además, Hamlet, ¿por qué pensar en términos de miedo y esperanza? ¿Por qué no el goce del pionero, el goce del explorador? Además, quiere el hombre ir a otros planetas, a otros sistemas solares ¿por qué no a los inimaginables continentes del sueño donde no conocemos sino las orillitas? Además, ¿por qué no el viaje inverso hacia mí mismo, hacia mi origen? Deslastrarse de mundos y quedar escotero, liviano; pero contigo, princesa.

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Me causa asombro observar cómo soy un extraño en mi propio cuerpo. Él lleva su vida por su cuenta, hace una enorme cantidad de operaciones secretas. El hígado, el corazón, el cerebro, los riñones, los testículos, los pulmones, todos los órganos actúan sin mi permiso ni mi decisión. Es poco lo que puedo hacer para intervenir. Mis trabajos de alimentación, evacuación, limpieza, son ordenados por él. Me es más fácil intervenir en mi carro que en mi cuerpo. Para saber lo que ya se sabe sobre el cuerpo humano en instancias científicas, tendré yo que estudiar a dedicación exclusiva durante diez años por lo menos y eso no me quitaría la extrañeza. Soy un testigo de mi cuerpo, y no muy bueno; cuando se queja busco médico. Y el cuerpo de mis viajes oníricos ¿qué cuerpo es ese? ¿Tiene hígado, cojones, lengua? También soy testigo de mi propia vida. Me es extraña, no sé a ciencia cierta de dónde viene, ni a dónde va, ni por qué. Puras hipótesis, suposiciones, teorías, y me equivoco que da miedo. Todo se puede interpretar de varias maneras y ninguna es mejor que otra. Conveniencias de momento. Con mis emociones y mis pensamientos es lo mismo. Soy un testigo estúpido. No sé dar cuenta definitiva. Rodeos y rodeos en torno a la ignorancia. Tal vez, quién sabe puede ser, a lo mejor, es lo más seguro, quizás.

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No sé nada. Mentira. Si sé muchas cosas. Es más: mi alma tiene hambre de conocimientos; quiero aprender siempre, estudio para saber. Me siento alimentado cada vez que aprendo algo. Puedo decir esto de manera más fuerte: mi alma está enferma de ignorancia; para curarla debo darle a diario dosis de conocimiento. Pero cuando digo no sé nada, no miento. Me refiero a cierto tipo de conocimiento. Aclaro. Cuando Sócrates decía Sé que no sé nada, se refería al conocimiento vivencial que no se ha reflejado todavía adecuadamente en el espejo del pensamiento y del lenguaje. El valiente general sabía lo que es el valor, pero no sabía decirlo. Y muy bien sabía Lisis, vivencialmente, lo que es la amistad pero no sabía decirlo, pensarlo claramente; no podía dar cuenta y razón de la amistad.

El mismo Sócrates se declaró conocedor de las cosas de Afrodita, experto en amores y en el amor. Cualquier brujo que se respete conoce sus yerbas y es experto en usarlas. Conocimiento aumentable, pero de ninguna manera despreciable. Sin embargo, el último punto de soledad, el saberse ahí sin causa última conocida, es el saber de una ignorancia radical, con otras en un mundo cultural, seguro sólo de morir. Aquí sí digo no sé nada, aunque eso ya es mucho. Sin embargo, al mismo tiempo me sé anhelo, anhelo irrenunciable, disparado hacia un fin desconocido y maravilloso, accesible a un saber sabroso distinto a todo otro saber.