MIGUEL ÁNGEL GAVILÁN
Nació en Santa Fe Argentina , el 5 de agosto de 1971. Profesor en Letras egresado de la Facultad de Formación Docente en Ciencias dependiente de la Universidad Nacional del Litoral (1994). Cursó la Maestría de Literatura Argentina en la Facultad de Humanidades y Artes dependiente de la Universidad Nacional de Rosario. Entre las distinciones más importantes que recibiera son destacables: 1er. Premio Nacional “Cantares Mediterráneos 1990” (Género narrativa) 1er. Premio Provincial “Hugo Mandón 1991” (Género poesía). 2do. Premio Provincial “Gastón Gori 1991” (Género narrativa). 1er. Premio Argentino-Chileno “Pablo Neruda 1991” (Género poesía). 2do. Premio “Espacio Joven ‘92”, 18º Exposición Feria Internacional de Buenos Aires El libro-del Autor al Lector (Género poesía). 1er. Premio Nacional “Quijote de Plata 1994” Santiago del Estero (Género narrativa).
1er. Premio Nacional del Ateneo Riocuartense de Poesía 1994 (Género poesía). 3er. Premio Regional “Casa de la Cultura de Alvear 1995” (Género poesía). 1er. Premio Certamen Anual “Leoncio Gianello” 1995 por su libro “Testigos de la Ira” (Género poesía). 1er. Premio VII Certamen Nacional de SADE Sur Bonaerense 1995 (Género narrativa). 2do. Premio Provincial Mutual de Integrantes del Poder Judicial 2000 (Género narrativa). 1er. Premio Nacional Municipalidad de Gral. Cabrera 2000 (Género narrativa). 2do. Premio Nacional “Cosme Sebastián Reinero”- Municipalidad de Avellaneda 2001 (Género Poesía). 1er. Premio Municipalidad de la ciudad de Santa Fe 2001 (Género Ensayo) 1er. Premio del II Certamen de Micro ficción organizado en Lyon por la Maison d’Amerique Latine en Rhône-Alpes (2011). Selección de cuentos en el X Concurso de Cuentos Infantiles sin fronteras de Otxarkoaga, Bilbao (2012). Su novela inédita:”Escorzo” resultó finalista del Premio EMECÉ 2011. 3er premio en la categoría “cuento” del III CONCURSO DE CUENTO Y POESÍA PARA NIÑOS: Como si la risa pudiera molestar organizado por JITANJÁFORA Redes sociales para la promoción de la lectura y la escritura (2012).


WEB:
http://www.satencereza.com.ar/

   

OBRA LITERARIA:

Testigos de la Ira (1993-Poemas-Premio "Leoncio Gianello" 1995). Propiedad Privada (2001-poemas). Los párpados y el asombro (una lectura de Poeta en Nueva York (2001-Ensayo-Premio edición Municipalidad de Santa Fe), Llueve en Arizona (2010-cuentos-Mención única en el concurso Provincial “Alcides Greca”).

 

 

Beso (I)


Lo notable del relato ocurre cuando los hombres se encuentran en el beso. Ahí se vuelven una única postal del derrumbe.

El ambiente es desolado, increíble. Una cárcel latinoamericana multiplica el cuento de las películas, sacude el sudor y las heridas de los interrogatorios. Las rejas están cubiertas con chapas. Detrás de ellas, el mundo que es una sucesión de gritos, de traiciones, de pasillos donde otros presos se dejan morir sin magia.

Molina redacta la pasión y Valentín la resemantiza en políticas imposibles, en libertades que se truncan, en justicias jamás conseguidas.

Y entre el marica que lucha por ser las mujeres que cuenta y el guerrillero que se destroza por encontrar en aquellos relatos a la mujer que lo dejó, aparece el beso de la araña. Una forma de no desear del todo lo que se quiere, un intento por adivinar lo que nunca se consigue.

El final es predecible. Molina, inoculado con los abruptos ideales de la hombría, muere en un tiroteo antes de informar lo que aprendió a cambio de un poco de amor. El guerrillero, acribillado a torturas, se duerme en una morfina que lo sacude hasta la playa donde está la araña que teje el beso.

Tuvo muchos vaivenes la realización de esta película. William Hurt y el director Héctor Babenco casi terminan a los puñetazos ni bien comenzó la filmación, Manuel Puig nunca estuvo convencido con la elección de actores y la compaginación se vio afectada por demoras y por olvidos que casi hacen desistir del estreno.

Nadie creyó en el éxito de la mujer araña; nadie tampoco en la descompensada historia que cuenta, tan alejada de la novela. Lo que impacta es la hermandad de los protagonistas. Los dos se reparan en la fantasía que los hace confiar en sus sueños, aunque estén perdidos desde el inicio, y lo sepan, y no les quede otra salida que seguir soñando.

 

Beso (II)


Gaby Herbstein creyó en un gran banquete, donde sólo estuvieran invitados los pájaros. Puras piezas de colección, maquilladas como humanos, desangrando errores, quiebres, posibles fantasmas de un glamour en subasta.

Se esmeró en pensar que el hombre puede poner plumas en el corazón de una princesa, o que una mujer sin alas es lo mismo que un ojo hecho pico: silencioso emblema de aletazos.

Se dijo que los pájaros también proponían adefesios, artefactos con plumas, majestuosos romances entre la piel que no vuela y el color que fija lo etéreo.

En fin, se dijo que algo como un dibujo humano podía parecerse a un escape, a una migración de graznidos, a una herida hecha con la sal de otras heridas. El vellón en el párpado de quien calla.

Después sacó muchas fotos. Sin candor, sin ternura.

Fotos en venganza por entender perfectamente lo que las jaulas hacen con los vuelos, o lo que la calle hace con los pasos. El cogote de los flamencos preguntaba un signo rojo.

Después sacó fotos. Con mujeres que se quedan en la tierra mirando un cielo de cisne; con magos que disecan aves para armarse un paraíso y guerreros que organizan el vuelo para que otros nunca se decidan al despegue.

En fin. Los lectores hicimos el resto.

 

Paseo (I)


El hombre que pasea por la Costanera tres veces al día, intuye que lo siguen. Es un ritual. Alguien, desde un parque, dispara fotos. El hombre se ha tomado el trabajo de rastrear dentro de su paseo, el momento en que el disparador se detiene en sus cavilaciones.

Un día creyó en la sed, pero la lente cortó de su historia ese desatino. Otro, magnificó un rencor, rumiándolo durante varias respuestas. Justo cuando estaba ganando la discusión, sintió el desprecio de la foto y vio, contra la pared pintada de verde, una caja con libros.

El hombre también confía en la literatura. Es un ritual. Busca aquel libro que perdió cuando era chico. Tenía tapas nacaradas y la forma de un ángel en relieve. Fue curioso el extravío, porque durante años, se lo topaba a cada rato en la biblioteca. Elegía un lápiz y el libro se caía de un estante; guardaba un juguete y el libro aparecía en su repisa.

Porque se aferra a lo que ya no tiene, suele creer en todos los ángeles que han pasado por sus ojos. El de perdones de Saramago y el terrible de Rilke. También, los de la iconografía medieval y la muerte en Venecia con Tadzio en la playa. Recuerda la mujer que cosía alas de papel en las camisas de su hijo, y aquella otra que afirmó haber parido un ángel el día que mató a su marido. Imagina el agua que alguien acerca a un sediento, y las manos hundiendo los labios en esa sed.

Entonces le toman una foto. Por un movimiento entre los fresnos se convence de que es inútil negarse al fotógrafo. En el próximo paseo, estará ahí, conciliando con su máquina qué momento capturarle; celoso del instante en que la discusión esté definitivamente cerrada.

Es un ritual.


Paseo (II)


El paseo parecería ser el hermano modesto del viaje. En un paseo no suele haber distancias que propongan un desafío, ni mapas, ni GPS, ni brújulas plantadas en un norte. Tampoco implica grandes ansiedades ni preparativos. El paseo surge frontal, como la verdad. Se presenta tan falto de aventura y de riesgo que el retorno al punto de partida se desprende de sí; el regreso al hogar, al hotel, a la parada, está presupuesto en él, sin titubeos.

Pero hay otro punto curioso del paseo: tiene cierta relación con una pertenencia de clase. No pasea cualquiera. El paseo implica despreocupación personal, algo snob que se realiza cuando las ocupaciones básicas de la vida están satisfechas; quien pasea pretende y arriesga una metáfora “culta” del descubrimiento. Por otro lado, la acción de pasear se corresponde con un sitio agradable de recorrer. No se pasea por una quema ni por un zanjón. El lugar “paseable” está hecho para el disfrute, para ser capturado desde el costado sutil de los sentidos. A muchas plazas y parques se los llamó durante años y se los llama “Paseos”

José Donoso tiene un cuento titulado “Paseo”. En ese texto plantea varias facetas de lo que es pasear y cómo la trivialidad se puede convertir en el más despiadado de los viajes.

Un narrador testigo encuadra la infancia en un caserón de Santiago de Chile. La niñez se comporta como el lugar de la gente grande y sola, donde los diálogos oídos tras las puertas y los comentarios por la mitad, se despojan de cariño a través de un silencio ordenado. A propósito: rememorar es una manera personalísima de “pasear” por lo vivido.

Dentro de ese recuerdo perdura la tía Matilde, amarga y fea, que quedó para cuidar a los hombres elegantes y apuestos del hogar. Matilde se sustenta en la historia como la mentora del equilibrio familiar. Un halo de severa santidad se desliza desde sus atenciones y registra que sin ella, la casa narrada no hubiera existido.

El hecho que quiebra la historia, es la llegada de una perra que se gana el costado suave de la rigurosa samaritana. El animal está enfermo, herido, igual que ella. A través de la perra, Matilde comienza a resarcirse, se “cura”, se prepara para salir. El animal la empuja al paseo, a ese acto sin rumbo que cada vez les irá ocupando más horas, más curiosidad y finalmente, más ansiedades. A medida que las salidas se suceden y se hacen más largas, la mujer fea se vuelve hermosa, y el mundo masculino en el que estaba metida, se resquebraja, expulsándola, abandonándola.

Varios “paseos” conforman el Paseo definitivo del cuento. Esta deriva por la niñez recupera una mañana de domingo en un barrio chileno de blasones empolvados, donde la pertenencia a un sector social impone un recorrido; o una madrugada en la que una mujer cuyo recato de señora bien, ya relavado, la lleva a decir:”Está tan linda la noche…”

La tía rejuvenece con sus salidas, en tanto el chico envejece mirándola huir de sus recuerdos. La perra se repone para irse, mientras los hermanos varones, serios y adoctrinados por su clase, se vuelven vulnerables ante el abandono de esa cualquiera.

Al comprobar que su tía no regresa, el chico le pregunta a la cocinera qué fue de ella. “…Se fue de viaje…”, le responde. Esta estrategia de virar el paseo por el viaje, clausura para siempre el regreso de Matilde. Negándole la vuelta, la dejan bogando en un espacio de retorno vago, donde todas las brumas son también mares.