ORIANA REYES

Nació el 06 de enero de 1998 en Mérida, vive en Ejido en donde estudió primaria y bachillerato. Actualmente es estudiante de la Facultad de Humanidades de la ULA, cursando el quinto semestre de Letras Mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana. El primer acercamiento a la lectura se lo debe a su padre que le infundió el gusto por las obras de Tulio Febres Cordero. Ha participado en los talleres “El Cofre Insólito de las Ideas” y “Formación en Liderazgo para la Lectura Crítica y la Escritura Creativa” impartidos por la profesora y escritora María Luisa Lázzaro.

     

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SEPARACIÓN DE CUERPOS


La situación estaba difícil, pasamos mucho tiempo compartiendo  estrechamente el uno en el otro. Aprendí a soportar la melomanía que siempre demostrabas con  esos movimientos que a todos encantaban, pero que a mí, a veces, terminaban por agotarme. Me acostumbré a las siestas por las tardes, las comidas a cualquier hora y al estertor de los últimos meses. Pero todo tenía que cambiar por más distante que resultara la situación después para los dos. Así que cerré los ojos, me esforcé y apareciste totalmente perfecto, cinco dedos en cada mano, cinco dedos en cada pie, dos preciosos ojos. Y… comenzamos a ser dos.

 

MODIFICAR EL CICLO


Se levantó y realizó el mismo proceso otras veces hecho: despertarse a una hora puntual marcada por el despertador, comer los mismos platillos desabridos, beber la misma cantidad de café, ir al trabajo, cumplir con los mismos deberes, llegar a casa, limpiar meticulosamente su cuerpo con una ducha y finalmente sentarse frente al televisor a mirar los mismos programas, hasta quedarse hipnotizado. “Estoy harto de lo mismo –pensó– haré algo nuevo, descansaré unos días”.

Compró un boleto de avión, pagó un hotel barato y decidió desafiar la opacidad de su vida. Llegó al hotel, se levantó a la misma hora alarmado por el despertador de la memoria, pidió los platillos más parecidos a los que comía en casa, bebió café, hizo llamadas de trabajo, cumplió con los mismos deberes, miró en el televisor los mismos programas; cuando fue a ducharse no había agua. Se quejó con la recepcionista del hotel. —“Solo hay agua día por medio” –respondió. —¿Qué haré en este tiempo?, preguntó irritado a la mujer, mientras miraba al mismo tiempo la gran ventana que le mostraba la hermosa costa.

Había olvidado que a unos cuantos metros estaba el mar.  

 

ÚLTIMA TARDE


El camino fue el mismo que recorrieron otras veces, no hubo ningún acontecimiento que evitara, tal vez,  llegar al destino que cambiaría lo que hasta ahora había sido. Todo parecía igual. Mismos árboles,  faroles, el mismo atardecer; pero al llegar, el silencio se apoderó de las mentes que hasta hace unos segundos se ansiaban a gritos. Ninguno se reconoció. En la lucha por recordarse uno sucumbió, la rabia que contuvo en el estómago subió, se detuvo abruptamente en la garganta para luego explotar en los ojos, convertida en lava salada y transparente que resbaló por el rostro, cayó en la tierra recorriendo todo el camino antes transitado, acrecentándose e inundando todo lo que alguna vez fue.

 

SENTIRSE ÚTIL

Tenía la ilusión de ser más que una ciruela, quería poseer una función más importante, digna y necesaria que la de ser alguna vez comida para endulzar el paladar de alguien. Por eso no se negó cuando Cristina la tomó y bañó con un almíbar, preparado con hierbas de procedencia oscura.

Por fin soy realmente útil
–pensó sin sentir culpa la pequeña ciruela, mientras se desintegraba en vómito que salía a borbotones de la boca del joven, que se retorcía en el suelo.