CARMEN DELIA BENCOMO

Nació en Tovar, estado Mérida, Venezuela (5 de julio de 1923, murió en La Guaira, estado Vargas (12 de octubre de 2002). Poeta, narradora de cuentos y obras de teatro para niños y jóvenes. Fue maestra de Preescolar y bibliotecaria en Caracas y en la Creole de Cabimas. Colaboradora en varias publicaciones periódicas como en la Revista Shell de Venezuela, La Religión, Cultura Universitaria, Revista Nacional de Cultura, Churum Merú, Tricolor (1969-70), Diario Crítica, El tren de colores (Mérida, 1984-85). Fue Coordinadora de Actividades Culturales de la Compañía Shell, Directora Fundadora del Instituto Zuliano de Cultura, Coordinadora de Cultura de la Gobernación del Estado Mérida. Inventó una manera de hacer arte a través de retazos de tela. Obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Cuentos Infantiles auspiciados por el Banco del Libro, con La cigarra niña, Caracas, 1965). Con Los papayos, ganó el Primer Premio de Teatro Infantil (Dirección de Cultura de la UCV, Caracas, 1967). Ganó el 2do Premio del Concurso de Poesías infantiles del Banco del libro, con Cartilla del aire (Caracas, 1970). Con Un cuento blanco para Mary, ganó el Primer Premio de Cuentos Infantiles de la Universidad de Carabobo, 1983). En Europa realizó estudios de Literatura y Biografías infantiles.
 

OBRA LITERARIA:

Muñequitos de aserrín (Buenos Aires, 1958), Cocuyos de Cristal (Caracas, 1965), Los luceros cuentan niños (Caracas, 1967), Los papagayos (Capeluz, Caracas, 1968), El diario de una muñeca (novela juvenil) (Maracaibo, 1972, Mérida 1984). Los cuentos del colibrí (Consejo de publicaciones de la ULA, Mérida, 1984), Cantaclaro (Caracas, 1997). Fue reseñada y publicada en numerosos periódicos y revistas, tanto a nivel regional como nacional.

 

 


CANTACLARO EL HIJO DEL VIENTO



Cansado el viento de tantas murmuraciones sobre su vida errante y el desconocimiento de muchas personas, acerca de su ayuda a la tierra, decidió una mañana hacer un pájaro.
–¡Cantará como el agua! –dijo– y llamó a la brisa, la fuente y la luna, sus amigas, para pedirles un poco de frescura, música y luz.
Varios días y varias noches inventaron plumas, unieron colores, probaron campanas y por fin, el pájaro quedó listo. Le dieron por nombre Cantaclaro. El viento, la luna y la brisa, y la fuente, desearon que todos lo conocieran y llamaron a la nube y ésta, al escucharlo, lloró de alegría. Una fina lluvia bañó la tierra y, como hacía un día claro, el sol recogió su llanto y lo convirtió en arcoiris.
Después vino la mariposa recién salida de la crisálida y cuando lo escuchó se fue a contarlo de flor en flor.
Y llegaron los niños de la escuela, quienes para acompañar sus canciones se pusieron a danzar.
Entonces la brisa, la fuente y la luna lo enviaron a la fiesta del bosque, donde ofrecían un premio al mejor cantante y a la más linda canción.
–¡Canta sin miedo! ¡Sé fuerte y valiente para sostener tu canto! -le dijo el viento.
–¡Canta siempre con voz dulce y alegre! Repite los sonidos con claridad y belleza! –le dijo la brisa.
–¡Canta con la frescura del agua! -le dijo la fuente.
–¡A tus cantos agrega un poco de mi luz! -le dijo la luna.
Cantaclaro llegó al bosque donde estaban reunidos todos los pájaros y cuando le tocó su turno, lo hizo sin olvidar los consejos de su padre y sus protectoras.
Una fuente lo invitó a silbar. Detenidamente lo miró con sus ojos de agua limpia y le preguntó:
–¿Quién eres? ¿Quién te envía? ¡Silbas muy hermoso! Y Cantaclaro calló tímido y emocionado.
–¡Tienes la magia de la luna y la frescura de la brisa! -le volvió a decir la fuente. Cantaclaro sonrió, batió sus alas y cantó con más alegría. La fuente lo llevó a presencia de la rosa.
–Rosa, este pájaro canta como el viento, la brisa, el agua.
–Lo llevaremos al árbol de la vida -dijo la rosa- y le acompañó hasta el corazón del bosque.
–¡Mira! ¡Te traemos el hijo del viento! -dijeron sus amigas.
–Debe ser fuerte como su padre y sus canciones frescas y suaves como la brisa, la luna y el agua –dijo el árbol de la vida, y Cantaclaro, estimulado con aquellas palabras, cantó y cantó...
–¡A mí también me gusta! –dijo el árbol de la vida.
Las hojas de los árboles, las aguas del río y las fuentes; los otros pájaros y el pueblo entero conocieron del triunfo de Cantaclaro, y él, muy contento, regresó a su casa donde lo esperaban sus padres y amigos.
–¡Hijo, vienes vencedor! –le dijeron– ¡cuánto habrás sufrido! ¡A qué duras pruebas te someterían! ¡Cuántas palabras de elogio dirían en tu presencia! Más, no debe envanecerte. Sigue con tu humildad, siendo cada vez mejor, para que todos comprendan la utilidad del viento y la gran ayuda que presta a los demás.