Nació en Caracas, Venezuela, 1952. Licenciado en Historia (Universidad de los Andes, Mérida). Ha realizado diversos cursos relacionados con su profesión de cineasta: Laboratorio de Cine B/N Departamento de Cine, ULA. Mérida, 1970; Talleres de Producción Cinematográfica en San Antonio de los Baños. EICTV. Cuba, 1988, 1989. Taller de Liderazgo para la Gerencia Cultural–Conac/ Centro Latinoamericano y del Caribe, Mérida. 2001.Ha sido Asistente de laboratorio Cinematográfico, Jefe de Laboratorio Cinematográfico B/N, Instructor de Fotografía Fija, Camarógrafo Cinematográfico, Sonidista de Cine, Montaje, Edición de Negativo, Productor Director del Centro de Cinematografía de la Universidad de los Andes.

1995–1997; Director de la Fundación Cine Arte Skene (2000 a 2004).Ha participado como Actor del Grupo Teatral Experimental Mérida. Años: 1972–1974. Autor del Guión Teatral: El jinete insomne. Basada en la Novela del escritor peruano Manuel Scorza Monólogo, 1989.  Ha dictado  talleres para Actores, III Salón Internacional de Cine. Bogotá, Colombia, 1991; y de Actuación Auspiciado por la Oficina Regional de Cultura. CONAC-Tovar, Mérida, 1991. Producción General de la Obra: El show de la muerte desnuda, Escrita y Dirigida por Rensses Royarls (Holandés). Mérida, 1993. Ha participación como técnico cinematográfico y Director de varias películas. Obtuvo  premios como el María Teresa Castillo, a la obra de más alta calidad artística. III Festival de Cine Nacional, Mérida (con Diles que no me maten). Gran Premio Simón Bolívar III Festival de Cine Nacional, Mérida. Premio Especial del Jurado Festival de Huelva. España. Premio de la Oficina Católica Internacional de Cine La Habana, Cuba. Premio al Mejor Director Consejo Municipal Distrito Federal. Premio al Mejor Actor Consejo Municipal Distrito Federal. Premio de la OCIC. Región Venezuela.  Ha producido numerosos guiones de cine.

     

CONTACTO:

sisofre@yahoo.com

OBRA LITERARIA:

Cuentos: Raízdeagua, (Mérida, Editorial El Otro, El Mismo/ Instituto Merideño de Cultura, 2002). Algunos de sus cuentos fueron publicados en la I Antología de Narrativa de la Asociación de Escritores de Mérida (AEM-CONAC 2004). Tiene inédito: Las montañas más ocultas (2005). Ha sido reseñado en Diario Frontera, Mérida, 12/02/2001 y en la página “Al pie de la letra”, de la AEM (Mérida, Diario Frontera, 13 de septiembre 2003).


UN MUERTO EN LA VEGA DE LOS ARANGUREN

 ¿Qué, si yo era policía?

 

Sí, fui durante treinta y cinco años y duré hasta que entró de Prefecto Tomás Sánchez. Era trabajar mucho en esa vaina y no sacar ningún provecho. Figúrese que lo primero que ganaba, eran siete bolívares mensuales y en después me aumentaron a veinte, luego a veinticinco y lo último que ganaba era como setenta. Setenta mensuales. Esa vaina no alcanzaba ni pa’los trasnochos que me hacían pasar. Andábamos únicamente con una peinilla, esa era el arma que le daban a uno y teníamos que buscar huidos por esos cerros perdios, sin saber quiénes eran. Eso era caminar y caminar chico. Por esa joda faltaba muchas veces a la casa y mi mujer peliaba conmigo porque yo andaba buscando a un pobre tonto que se había robao una gallina o qué sé yo. Eso era mucha vaina, figúrese que una noche me vinieron a buscar de urgencia, pa’que fuera a ver de un muerto en La Vega de los Aranguren.

Era de madrugada cuando salimos yo y dos policías más nombraos por el Prefecto. Atravesamos el caserío Apure, subimos al nacimiento del río de Nuestra Señora de los Desamparaos, luego al Alto Grande, bajamos al Alto ‘el Hueso y en después de mucho caminar sí llegamos. Pasamos el puentecito y ahí está la capilla,  ésa de paja que queda arriba de la casa de mis primos los Castillos. Nos estaban esperando, eran casi las cinco de la tarde. Hablamos con la gente y nos pidieron que buscáramos al muerto. Llegamos muy cansaos, de aquí hasta allá hay más de doce horas. Bajamos a casa de Pedro Castillo y ahí descansamos un ratico no más. Nos dieron guarapo y arepa con cuajada. Al rato subimos al puentecito y con la poca luz que quedaba, comenzamos a buscá por todo el río. Lo que pasó es que el finao venía con un bulto de harina pa’cambiar por papas. El traía su burro cargao pero el río estaba crecío. Entonces el hombre se dio cuenta de aquello y pa’que no se le mojara la harina, descargó al burro y me figuro yo, que quiso pasá así a pulso la harina pa’que no se le mojara, pero hay ríos que en tiempos de invierno se ponen muy fieros. Será así que se puso a cruzá el río, sin esperá a los dos que lo acompañaban, que venían bien atrasaos. Cuando ellos llegaron al río, se encontraron con el burro solo, creían que el muerto los estaba esperando, pero allí no estaba. Entonces resolvieron bajá a la capilla y ahí tampoco estaba, por último fueron a casa de Pedro Castillo, donde iban a cambiá la harina. Tampoco lo encontraron, entonces se devolvieron y empezaron a buscalo por el río. No encontraron ni la harina, ni la carpeta pa’l frío, ni la marusa con el avío, nada. No había señal de aquel hombre. Ahí fue cuando decidieron avisá aquí. Esos días estaban muy lluviosos y caían sus nevazones. En el Alto Grande había nieve. Pa’posá bajamos donde Juan Castillo, que es la casa que queda más abajo de la de Pedro, buena casa. Sucede que mi primo Juan me debía sesenta bolívares, por una escopeta que me sacó fiada de una bodeguita que yo tenía aquí en el pueblo. En esa casa comimos y dormimos. En la mañana, eso fue caminá ese río por todas partes, pa’rriba y pa’bajo, ¿usted cree que el muerto aparecía? No aparecía. Eso chico fue todo el día en esa vaina. Nos faltó un sólo lugar donde no podíamos entrar, era como que el río se convertía en un tubo y abajo caía como una fuente pa’rriba. Por la tardecita nos regresamos a casa de Juan Castillo y esa noche le pedí que nos acompañara por la mañana a buscá el muerto. Como él me debía sesenta bolívares, quería atendeme: Mire Augusto, si quiere matamos un becerro o una cabra, ¿quiere leche?, me decía. No chico, no ve que ando buscando un muerto; y volvía, cómase un pedazo de carne... y yo comía. Por último, me dijo, Augusto, usted es mi primo y yo le debo sesenta bolívares, ya que no quiere que mate ningún animal, podría matar entonces unas diez gallinas. No chico, deje eso, le contestaba yo. Era un hombre de vergüenza. Bueno ya que ni quiere comer, venga y vea. Me llevó pa’un cuarto que tenía encerrao. Esto se lo enseño a usted porque es mi primo. Entramos y tenía tres pailas hirviendo con miche. Mire, se veía buen miche. Nos tomamos lo que quiera. Yo le dije que no, que yo andaba en la joda esa del muerto. El se quedó pensando y al rato me dijo: usté no me va a denunciá, ¿verdá? No Juan, yo ando en lo del muerto y no ando buscando miche. Lo que yo quería era que me acompañara al tubo del río, no ve que era joven y fuerte. Le dije pa’que se quedara tranquilo: la ley es la ley y no tiene otra interpretación. Si ando buscando un muerto, ando buscando un muerto, si ando buscando miche, ando buscando miche. Eso le dije porque él era un poco bruto y así comprendía. En la mañana fuimos al río y él se bajó al hueco ese. No encontró tampoco nada. En eso llegaron los parientes del finao, no ve que el difunto era casao. Dijeron que nos apuráramos porque la viuda estaba esperando. La gente si es jodida. ¿Cómo nos íbamos a apurar? Yo sé que eso de enviudá es padecé. Y más si él era el sostén de la casa, claro que le debe pegar a la viuda, pero qué carajo. Si no aparecía, esa pobre señora algo se ahorraba. Porque usté sabe que un velorio lleva sus gastos: que si el miche, las comidas, el café, todo lo que se prepara. A eso le suma el trabajo y los trasnochos. Los novenarios, los cabodeaño. Por todas partes ahorraba esa señora. Pero es allí donde está el misterio de esas muertes así, pues que los parientes no están seguros de si el finao está muerto o no. Pa’que haiga rezo tiene que haber muerto, pa’que haiga entierro tiene que haber muerto; en fin, se necesita la presencia del muerto. Después que discutimos mucho con los parientes de la viuda, jurungamos ese río hasta bien abajo y no encontramos nada. La señora se quedó esperando y nosotros nos vinimos sin novedá. Pero de todo eso, lo que me alegra es que Juan Castillo quería haceme las atenciones. ¿Usté cree que me pagó los sesenta bolívares? Nunca chico. Al tiempo apareció el difunto, estaba como acurrucao, un paquetico de huesos pues. No apareció ni la harina, ni la carpeta, ni la busaca con el avío. Eso fue cuando la dictadura, que sí había régimen. No como ahora que el país vive un empobrecimiento. Los políticos como que creen que ser políticos es un trabajo. Por esa vaina de la política fue que me sacaron de la Policía. Tomás Sánchez era de otro partido que no era el mío. Después de treinta y siete años de policía, ¿usté cree que me pagaron algo fuera del sueldo? Mire, nada. Ahora es que tengo una pensioncita de trescientos bolívares. No voy a decir que no sirve pa’nada, con ella me compré un pedacito de terreno y las tablas pa’l cajón. Uno no sabe cuándo le llega la hora. He estado aprontando las cosas, las velas, el miche y hasta un becerro estoy engordando.

¿Usté se va mañana verdá? No vuelva por aquí con mujeres. Eso mejor uno las deja por allá y se viene sólito. ¿Pa’qué la trajo? ¿No ve cómo lo dejó? Se le fue y ahora hasta triste está.  Si será tonto.