Nació en  Caracas, Distrito Federal, en el año 1927. Falleció en Mérida el 18 de Noviembre de 2014. Prof. titular jubilado, ULA, del área de Ciencias Sociales, Facultad de Medicina, ULA. Se ha desempeñado como Psicólogo clínico, en el Hospital Universitario, Mérida, y como Psicólogo asesor, del Consejo Venezolano del Niño en Caracas. Realizó estudios de Psicología general, en Madrid, Psicología escolar; con maestría en París, y doctorado en Psicología clínica en San Juan, Puerto Rico.
     
     

PUBLICACIONES

SI o NO, en busca de la autonomía  (Consejo de Publicaciones, ULA, 1997),  Decálogo del buen gerente (Consejo de Publicaciones, ULA /Ed. Venezolana, 2da. ed. 2002), Un mensaje a García, comentarios (/Ed. Venezolana, Mérida, 1995),  Páginas cardiotónicas (Consejo de Publicaciones, ULA, 1992),  Entre panas y panes (Edit. Venezolana, Mérida, 2001. 2da ed.) Las fulanas reuniones de trabajo. (CDCHT, ULA, Mérida, 2000). Ha sido editado en la Revista Solar del Instituto Merideño de Cultura, de Mérida (2004), y en la I Antología de Narrativa de la Asociación de Escritores de Mérida, de la cual es miembro activo. En el año 2000 recibió la Distinción Bicentenaria de la Universidad de Los Andes.

 

El contenido de esta página requiere una versión más reciente de Adobe Flash Player.

Obtener Adobe Flash Player

 

El contenido de esta página requiere una versión más reciente de Adobe Flash Player.

Obtener Adobe Flash Player

 

 

 

     
 

ENTRE BORRACHITOS

—Pana, ¿tú nunca te has topado con un ángel por los caminos del mundo?

¿Cómo es la letra, mi llave? Se me hace que ese miche suyo está como arrecho...

—Pero tú sabes lo que es un ángel, ¿o no?

—Pues claro que sé lo que es, todo el mundo lo sabe.

—¿Y entonces...?

—¡Ay, papá! ¿Vas a seguir con la joda?

Tranquilo, panadería. Lo que me gustaría saber es qué haces tú si de repente te encuentras con uno por los callejones de la vida.

—Bueno, vamos a poner la vaina de aquí para allá, porque a mí el asuntico no me da mayor nota, ¿ok? ¿Qué harías tú?

—Bueno, déjame decirte: si yo me encontrara en este mundo con una criatura angelical y del sexo opuesto, utilizaría mi corazón como laboratorio para fabricar el más puro de los amores, lo insertaría en el estuche de una rosa y, con la solemne sencillez de un beso, lo pondría para siempre a los pies de su vida.

—¡Na guará! Definitivamente, está fino el Motatán ese.

Por mi parte no soy tan propio con el verbo como tú, pero eso mismo -más o menos- lo pondría con esta letra: si te topas con lo sublime, arrodíllate mostrando el alma... ¿que más?

—¡De pinga, mi pana burda, de pinga! Otro palo.

 

 

CHALECO ANTIBALAS

Carlos me dijo el otro día, con mucha convicción al parecer: No es que aspire a no preocuparme por ciertas cosas... lo que quiero es que N-A-D-A me preocupe, ¿me explico? Sí, yo creo que se explica, o por lo menos intenta sinceramente hacerlo...

Porque el asuntico se las trae; no es ninguna barajita ese «nada» grandote que él pone ahí. Como se trata de un tipo molto buena gente y a quien estimo, sobre todo por razones conyugales, se me ocurrió pasarle la fórmula que yo he venido utilizando hace bastante tiempo con relativo éxito. Pero había humanidad por ahí en ese momento y resolví ponérsela en letra de molde ...y, de paso, compartirla con ustedes. ¿Qué talco?

—Gracias, pana. Eres una nota: siempre acordándote de uno.

La aludida fórmula –si es que puede llamarse así– no es cosa sencilla...

—Pero bueno, ¿es que hay alguna vaina de veras sencilla en el inefable entrevero de la vida?, comentamos nosotros por acá.

Tienen razón. De repente, sencilla de explicar en este caso...

Nada que ver con aplicar, ¿estamos? A mí perso-nalmente, por ejemplo, me ha costado un mundo de sostenido empeño el hacer de ella praxis cotidiana en mi vida.. y me falta otro mundo para darle consistencia. Pero creo que bien vale la pena cualquier cantidad de esfuerzo que en tal sentido se haga.

Se trata de un dispositivo cardioprotector constituido por valores, actitudes, ideas, hábitos y conductas funcionalmente integradas cuya noble misión, como ya lo indica su nombre, consiste en amparar la noble víscera de las innumerables perrerías del lado canino de este sabroso mundo en que nos toca -sin aviso ni protesto- vivir lo que nos toque. Y también de ingratas circunstancias que el «simple» azar del existir nos pone con frecuencia en el camino, no obstante la buena voluntad de nuestros semejantes... cosa que también existe, ¡mosca! Me decía una amiga –mujer de encajes y desencajes, pespuntes y desplantes– que en tal tipo de chaleco la malla básica debe ir tejida en punto cruz. Creo que en este caso lo del punto no es el punto, sino más bien el hilo: textura y «color», especialmente. Sedosa ha de ser la primera para que resbalen sin dejar mancha: comentarios, opiniones, sugerencias, juicios y consejos no pedidos, críticas «constructivas», descalificaciones frontales o subliminales, ironías variopintas, insultos en multimedia, «es-por-tu-bien» es, «yo-te-lo-dije» es, «no-lotomes-a-mal» es, bofetadas, escupitajos, mentadas sin menta... y un etcétera monumental que dejo a la discreta discreción de ustedes. Y en cuanto al color, aunque el chaleco es obviamente tan invisible como impalpable, cero estridencias que asusten o rechacen al prójimo que se nos acerca confiado y sin reservas.

—Bueno, tú hablabas de ideas, actitudes... pero explícate en términos más concretos, ¿sí?

Ok, vamos a verlo más de cerca. La trama y urdimbre de ese, digamos, tejido mental que forma el escudo en cuestión están constituidas por autoestima alta (así, en primer lugar), serenidad, tolerancia, optimismo, humor en cantidad, coraje, admisión del carácter azariento del cotidiano vivir y capacidad para anticiparse a las circunstancias teniendo previstas varias salidas, aceptación profunda del dolor y la muerte como elementos normales de la vida...

Conviene también sacarse del magín alocadas ideas de este porte: creer que somos seres racionales, que la vida y la conducta humana obedecen a la lógica, que las circunstancias deben adaptarse a nosotros en vez de lo contrario ...y otro etcétera de este tamaño.

Quizá ustedes estén pensando que van ya muchas bolsudeces juntas, ¿o no? Bueno, en fin, tú sabes... Pero, de todos modos, explícanos un pelo eso de la autoestima alta, si no es muy larga la parrafada.

Está bien. Vean como la define un pensador occidental contemporáneo, Thomas Merton: ¿Qué quiero decir con amarse a sí mismo adecuadamente? Quiero decir en primer lugar desear vivir, aceptar la vida como un don grandioso y un bien inmenso, no por lo que nos da, sino por lo que nos permite a nosotros dar a los demás.

Por su parte, la milenaria tradición hindú pone en boca de Krishna, uno de sus dioses, estos consejos para quien aspire a la sabiduría: El hombre no debe odiar a ninguna criatura viviente sino ser amistoso y compasivo con todas... Debe saber perdonar, estar satisfecho, tener control sobre sí mismo... No debe molestar a sus congéneres ni permitir que el mundo lo perturbe a él...

Todo esto está muy bien -y perdonen el golpe de volante-, sin embargo ¡qué cosa más bella es poder acercarse de vez en cuando a alguien sin chaleco, a pecho descubierto, ofreciendo a flor de piel el corazón por su cara más sensible...! ¿Y si te lo patean o te lo escupen?

—Ok, riesgos del oficio de andar vivo por los mundos del Señor(?) Y ahora les pregunto yo: ¿sin estos peligros -tan hermosamente suyos, me atrevo a decir- tendría la vida sabor a idem?

—Bueno, estee, nosotros...

Ah, veo que se están haciendo los suecos... Y, ultimadamente, ¿quienes son ustedes?

—¿Nosoootros...?

—Sí, sí, usteeedes.

—Por si no te habías dado cuenta, grandísimo toche, nosotros somos tú.

¡Coño, no hay derecho! Así no puede seguir escribiendo ni el mismísimo Don Dios. ¿Ves la vaina, lector amigo? Por eso decía líneas atrás «relativo éxito». Al menos que se haya alcanzado de veras la Santidad, Iluminación o el Nirvana... en fin, lo que vendría a ser el supremo chaleco, uno nunca sabe cuando la bala le va a llegar, y hasta un simple fantasma te saca la piedra. Disculpa el mal ejemplo... y otro día seguimos con las bolsudeces.

 

 

TU AUSENCIA Y LA ABEJA

Es cierto, pana. que la tengo siempre aquí conmigo... pero también lo es que soy mortal, ¿ok? Podrías hacer un esfuercito para imaginarla en persona ante tus ojos, y que a mí me toque también un pedacito de esa «otra presencia», ¿no te parece?

Así, un pelo nostalgioso, me hablaba el corazón en días pasados.Y cuando el locuelo del pecho se pone en ese plan, ni modo... Me fui, pues, a «dialogar» con ella en la mesita de siempre, en la panadería. Le conté cosas de los últimos días:

La abeja aquélla ¿recuerdas? casi que se ahoga de nuevo en mi taza, me tocó rescatarla una vez más. Me preguntó si no tenía yo la impresión de que ella era un bichito bastante torpe. Le dije que no, que quizá era simplemente el resultado de su excesivo contacto con nosotros, los humanos Por cierto, quiso saber de ti con vivo afecto... y hasta me confesó un dato técnico: que el café que sorbe de rus labios siempre le da más miel.

Con este corazoncito quejicoso que Dios me ha dado, ahora con un inmenso cráter lleno de ausencia, ¿qué puedo hacer yo, también simple mortal? Creo que me sale ir más a menudo en busca de consuelo cotorreando con la abeja de nuestra mesa, a la vera de un solo café... de ese que no da tanta miel.

 

 

 

DEUDA FLORAL

El tipo estudia letras y se gana la vida en uno de los más bellos oficios del mundo: vende flores en la esquina de una plaza. Y aunque a él no termina de gustarle la vaina, yo lo llamo cordialmente florero... para no decirle floristo, que me suena peor (si bien, ya sabemos, el diccionario asigna a florista género común).

A veces lo encuentro enfrascado en Hesse, su autor favorito, y hay que sacudirlo fuerte para que te haga caso. Entonces montamos a propósito de lo que está leyendo una minicotorra que yo disfruto mucho. También hablamos de cosas más personales y hasta me ha contado «aquí en confianza» que le han aplicado en la Universidad el RR dos o tres veces:

— Tú sabes, uno vive en el mundo sutil y embrujado de las flores...

Por mi parte, creo que además hay otros embrujos en su vida: «cachos» de hierba, por ejemplo, y quizá alguna otra «cosita» más fuerte de vez en cuando... entre endecasílabos y metáforas. Pero no hagan caso, ya saben que soy tercio malhablado de nación.

En días pasados necesité cinco claveles. Discutimos. El fulano tiene sus principios, ¡sí, señor!, y sólo vende seis. Al fin del tirijala, me dijo muy formal:

— Entonces te debo un clavel.

Ante lo cual retruqué en afectado tono lírico:

— Siempre embellece la vida saber que alguien te debe un clavel...

El tipo ¡que no es bolsa, ni mucho menos! olfateó en mis palabras cierto tufito de mal disimulada sorna:

— Dime una vaina, pana, ¿tú eres poeta, te las tiras de divino o andas en una trona...?

— En una trona, le dije, e inicié retirada. Pero volví tres pasos y, mirándolo al fondo de los ojos con aire místico, añadí muy quedo:DEUDA FLORAL
El tipo estudia letras y se gana la vida en uno de los más bellos oficios del mundo: vende flores en la esquina de una plaza. Y aunque a él no termina de gustarle la vaina, yo lo llamo cordialmente florero... para no decirle floristo, que me suena peor (si bien, ya sabemos, el diccionario asigna a florista género común).
A veces lo encuentro enfrascado en Hesse, su autor favorito, y hay que sacudirlo fuerte para que te haga caso. Entonces montamos a propósito de lo que está leyendo una minicotorra que yo disfruto mucho. También hablamos de cosas más personales y hasta me ha contado «aquí en confianza» que le han aplicado en la Universidad el RR dos o tres veces:
— Tú sabes, uno vive en el mundo sutil y embrujado de las flores...
Por mi parte, creo que además hay otros embrujos en su vida: «cachos» de hierba, por ejemplo, y quizá alguna otra «cosita» más fuerte de vez en cuando... entre endecasílabos y metáforas. Pero no hagan caso, ya saben que soy tercio malhablado de nación.

En días pasados necesité cinco claveles. Discutimos. El fulano tiene sus principios, ¡sí, señor!, y sólo vende seis. Al fin del tirijala, me dijo muy formal:

— Entonces te debo un clavel.

Ante lo cual retruqué en afectado tono lírico:

— Siempre embellece la vida saber que alguien te debe un clavel...
El tipo ¡que no es bolsa, ni mucho menos! olfateó en mis palabras cierto tufito de mal disimulada sorna:

— Dime una vaina, pana, ¿tú eres poeta, te las tiras de divino o andas en una trona...?

— En una trona, le dije, e inicié retirada. Pero volví tres pasos y, mirándolo al fondo de los ojos con aire místico, añadí muy quedo:

— En la poética y divina trona que es la vida...

Cuando ya abordaba el carro, me alcanzó como una saeta la voz metálica del florero:

— Vete al carajo pure, ¿ok?

— En la poética y divina trona que es la vida...

Cuando ya abordaba el carro, me alcanzó como una saeta la voz metálica del florero:

— Vete al carajo pure, ¿ok?

 

 

EL PRIMER AMOR

Todos los géneros literarios se han ocupado ad libitum (y quizá algo más) del tema que nos da título. Hasta me atrevería a decir que de un modo u otro las artes todas lo han hecho:

¿Qué no se ha dicho, desdicho, contradicho... y hasta susodicho de la primera mirada de amor, del primer beso... and so on?

¡Bueno, sí... ¿y qué hay de malo en esoa? me dice uno de esos lectorcitos malasangrosos ellos que nunca le faltan a cualquier pobre escribidor.

No tengo nada en contra del asunto, ni especialmente a favor, más bien todo lo contrario, como diría el señor aquél. Pero es que quiero hablar de otra cosa.... si me dan chance, ¿ok?

La idea que hoy traigo es bien simple pero, a fe mía, no por ello poco importante. Y es ésta: sostengo que en rigor y viendo las cosas de frente, el auténtico primer amor en la vida debe ser el amor a uno mismo...

¿De modo que ahora se nos baja con una apología del egoísmo, si no entiendo mal? vuelve el tipo con la vaina.
Perdón, lector, pero da la casualidad que en efecto estás entendiendo mal.

Tan sólo una persona que se ame sanamente a sí misma está en condiciones de disponer de sano amor para los demás. Ergo, puede permitirse el altruismo; no necesita defenderse del mundo a través de conductas egoístas, ¿estamos?. Narcisismo, egolatría, egoísmo son etapas anteriores, si es que se puede decir así, en el camino hacia la madurez... y ésta incluye el mencionado amor a uno mismo.

De allí lo fundamental que resulta para la especie el que las madres ¡dando constante ejemplo de auroamor y aurorrespeto, y amando y respetando a sus retoños! carguen en éstos de por vida las baterías del alma con esa energía básica que es el amor primero, el amor a uno mismo... o autoestima, como también le dicen. Punto

 

 

EL SEMÁFORO Y LA DIOSA

Sin prisa pero con muchas ganas, voy hacia la panadería pensando en el rico marroncito que disfrutaré en compañía de alguno de los adictos que por ahí pululan, pero en el último semáforo...

Luz roja.

Cruza despaciosamente la calle una muchacha de aspecto corriente: ni bella ni fea, con atuendo pulcro y sencillo. Por un instante se enlazan nuestras miradas, y me parece percibir en el jagüey de sus ojos una como fresca quietud.

Pienso: esa chica podría como, en principio, cualquier mujer meterse en el corazón de un hombre... además, abruptamente, sin preguntar quién vive. Y llenar de nueva luz esa otra vida, y plenaria de cantos, y dignificarla, y hacerla tan hermosa como imaginarse pueda...

Me consta ¡oh, divinidades del Olimpo! que tal cosa es posible.

¿No hasta eso para considerarla, al menos potencialmente, una mismísima diosa?

Luz verde.

Tres minutos después ya estoy estacionado justo enfrente. Desde el kiosco, Susana me ve llegar y despliega su sonrisota cordial.

— Por ahí anda hace, fácil, media hora su pana Don Jaime. Me dijo que sabía que usted venía y que iba a esperarlo para que le pagara el otro cafecito...

— Qué lengüita, mi linda...Gracias, allá está...

— ¿Un marroncito...? Sabía que venías...

Montamos la cháchara sobre el último chisme de Manuel y la nueva tipa que se levantó en Trujillo...

Después de una pausa que no entiendo y como mirándome desde el pasado:

Ellas son todas como diosas, tienes razón...

— ¿Perdón?

— Me refería a la chica del semáforo...

Ahora entiendo menos: no he hablado del asunto, él ya estaba aquí... Una leve sensación como de susto me recorre el cuerpo. Miro maquinalmente el reloj:

— Me espera gente en la oficina... Nos vemos luego...