Conversaciones entre Dios y Diablo
Dios vivÃa en un monasterio. Allà estudiaba, cantaba y enseñaba con ese amor que sólo él puede prodigar.
Diablo siempre llegaba el último dÃa de la menguante, se le sentaba al frente y con el ceño fruncido le decÃa: - Deja de leer y escribir tanto. Vente conmigo a recorrer el mundo. No más cocina, ni limpieza, ni jardinerÃa. Aquà las paredes son grises, el ambiente triste, todos lucen aburridos. Si supieras de lo que te pierdes.
Dios callaba y lo miraba dulcemente, como miran aquellos que participan del amor divino.
Diablo se sintió intrigado, se inscribió en el monasterio y nunca más regresó al mundo.
A una perfecta creación del agua
En mi vuelo diario sobre las aguas del pensamiento...
...iba decidida a descubrir tu anhelado ser, nacido del mar, para escuchar tus historias de abalorios engarzados con hilos de perla y coral, historias sobre reinos que se anclaron en la profundidad de los océanos de la vida.
Y no supe cómo me fui descuidando, entregada a la contemplación de una danza mÃstica de nubes, hasta olvidarme de mi etérea figura, que se adormeció en un barco de luna y ónix.
Luego, me unà a los delfines para viajar en las mareas, a fin de encontrarte entre vientos de espuma y olas de brisa, pero todo fue inútil... ahora habitas en la tierra, lejos, muy lejos, de mis ojos de noche y bruma.
Petición de mano
HabÃan terminado su noviazgo. La noche anterior, él le habÃa propinado un certero golpe en la cabeza. Quedó viva de milagro.
Una semana después se atrevió a buscarla y le propuso, a gritos, matrimonio. Ella se asomó al balcón y le contestó: Cásate con tu madre.
Él se fue y se casó con su madre.
El olor
Corre aterrada, le duele el muslo herido. Jadeante, alcanza la puerta del rancho. Da un aullido y parte el planeta en cruz.
—¡Hija! ¿qué te han hecho?
Ella entra y tira la puerta. Nada… los perros del Capitán. El viejo va y cierra la ventana a las estrellas.
—Ven a los brazos de papá; no más sufrimiento, voy a curarte, ¿cuánto ganaste? A ver… cuatrocientos bolÃvares, alcanza, pero dejemos ese dinerito por aquÃ. Mañana no olvides lavarte antes de entregar guardia, hijita; tú sabes, no es el olor de los marineros… es el olor de nuestra familia. El viejo la abraza con fuerza. Ella piensa en un pulpo inmenso asfixiándola; quiere huir, pero revive su infancia, el libro de lectura, el único en su vida: “mi papá me mima, mi papá me ama”.
Papá comienza a bajar el ajustado vestido de popelina. Se inclina y, anhelante, va levantando la tela para descubrir, escultor de la carne, su mejor obra.
El viejo ronca a ritmo de olas. Ella, desnuda, se levanta, abre la ventana, salta y camina su propia noche. Llora al acordarse de tÃa Ventura: Â ”La gente mala nunca ve las estrellas”. Ya en la orilla, ella mira el mar desde su condena.
El gallo sube a la ventana del dormitorio y al cantar une la cruz del planeta. Ahora puede navegar el sol. En la cama, huesos y olor a sangre. Frente al rancho, ocho perros duermen satisfechos. Ya en cubierta, ella mira el mar desde su libertad.
El viaje de bromia
Existió, en un paÃs imposible de ubicar hoy en el mapa, porque un tsunami y una guerra destruyeron las amorosas huellas que sus habitantes dejaban en la arena, una joven novicia de alta inteligencia, quien se complicó la vida, debido a una curiosidad excesivamente desbordada. Su nombre mundano era Bromia, aunque en el convento le asignaron otro más acorde con la tradición religiosa de tal recinto. Asà que la llamaban: Tulipán, la novicia Tulipán, pues le fascinaba dicha flor y se dedicó a cuidar las plantas que de esta especie habÃa en el jardÃn.
Bromia habÃa ingresado ahà únicamente para descubrir los secretos bien resguardados en los devocionales claustros. Anhelaba poseer poderes que siempre la gente atribuÃa a algunos integrantes de las comunidades religiosas. La muchacha fue aceptada sin condiciones, ya que proyectaba, fácilmente, una vocación que no sentÃa. No tardó demasiado, esta joven curiosa y magnÃfica actriz, en recorrer hasta los más intrincados rincones de la antigua edificación religiosa. Fue asà como encontró, entre polvo y telarañas, un libro antiguo, que pronto habrÃa de revelársele irresistible. Estaba el ejemplar guardado en una funda de cuero, sobre la cual figuraba la palabra: Prohibido, escrita en tinta roja, ¿o en sangre?
La novicia lo llevó a su celda, oculto en una cesta de ropa que debÃa lavar esa mañana.
A partir de la tarde, comenzó a leerlo en soledad y a poner en práctica, por las noches, todas las instrucciones que iba encontrando en sus páginas. DÃas después de haber comenzado el aprendizaje, Bromia ya dominaba habilidades especiales que nadie, excepto ella misma, podÃa notar.
Algunas noches, mientras todas las habitantes del convento dormÃan, Bromia se iba en puntillas al jardÃn de tulipanes y alzaba vuelo, sin sentir ni el frÃo, ni la fuerza del aire en su cuerpo. Con gran asombro, recorrÃa paÃses y continentes, observando cómo el cielo cambiaba a dÃa o noche según la región visitada. Sin embargo, ella no poseÃa la clave para descender en ningún lugar que no fuera el jardÃn de tulipanes del convento. Todo el viaje transcurrÃa en pocos minutos del tiempo oficial del mundo. No obstante, para Bromia pasaban horas y horas en el aéreo recorrido.
Además de volar, la jovencita podÃa emborracharse sin mostrar ningún sÃntoma de su estado. Tampoco emanaba de su boca el tufito o apestoso vaho caracterÃstico del aguardiente. Es más, no andaba con resaca al dÃa siguiente.
Por fin llegó el dÃa de ordenar a las novicias. Ellas esperaban en la capilla. Bueno, casi todas, pues faltaba Bromia, la querida Tulipán. Acudió rauda la madre superiora, a la celda de la novicia. Se asustó primero, al verla tirada en el piso como desmayada, y con un montón de hojas amarillentas, de algún libro viejo, esparcidas encima de su cuerpo. Después, con asombro y temor, presintiendo algo terrible, se le acercó. Pero apenas comprobó que estaba muerta, de inmediato se afanó en buscar por todas partes la página final de ese libro que ella, también en secreto, conocÃa. En ese pedazo de papel, único en el mundo, estaba escrito el conjuro para devolver de la muerte, al lector que hubiera tenido éxito en viajar a ese misterioso universo. El desenlace fatal fue el resultado de un descuido de Bromia, pues ella no leyó en el conjuro para morir, a pie de página, en letra diminuta una instrucción imprescindible. Tales letricas advertÃan que era necesario tener a otra persona cerca y preparada para que la devolviera del inerte estado. Sucedió entonces que, cuando la superiora logró hallar la ansiada hoja, penetró a la celda un viento huracanado y le arrebató de las manos el papel, para llevárselo por encima del jardÃn de tulipanes, hasta que se perdió de vista en el horizonte, y fue, al final, entregado al mar, quien lo recibió a fin de ocultarlo para siempre.
Sabido es que no todo secreto logra permanecer sellado, pero el de la desaparición de Bromia, o la novicia Tulipán, sà lo alcanzó. Por eso, surgió una leyenda con diferentes versiones: que si la novicia se convirtió en hoja de tanto leer; que si un libro perverso se la tragó; que si fue raptada por un lujurioso viajero en una noche de luna llena; que si era sonámbula, se fue al monte y se la comió un tigre; que si era una chica tan pura que se fue en cuerpo y alma al cielo, lo cual llevarÃa a solicitar la beatificación a las autoridades superiores y demás hierbas.
No obstante, apenas tres personas del convento sellaron el pavoroso recuerdo del viaje de Bromia. La superiora y dos religiosas bastante ancianas sabÃan que la novicia Tulipán florecÃa en cada primavera en el jardÃn, desde el fondo de esa tierra donde aprendió a volar y a morir.
Del libro prohibido, cuyo tÃtulo era: Viaje de ida y vuelta a la Muerte, aún existe otro ejemplar en el paÃs del araguaney y el bucare. Pero el lugar exacto debe continuar sellado.
FLUIDEZ ESCRITURAL NUTRIDA, PERSPICACIA Y BURLA EN CUENTOS PARA UNA VELADA, DE MARTHA ESTRADA
                                                                                ALBERTO JIMENEZ URE
Martha Estrada se une a los maestros del cuento breve que, como el caso de Gabriel Jiménez Emán en La Gran Jaqueca, fusionan importantes elementos de la narrativa para sacudir las conciencias a los lectores, y también a escritores, quienes ya experimentamos las vicisitudes que nos deparaba el alba del naciente Siglo XXI. El humor, el cinismo, lo maléfico, lo libidinoso, lo absurdo y la mofa, son algunos de los elementos más fuertes explÃcitos en su prosa. Cito tres de ellos: El olor, donde lo macabro y lo morboso dan un toque magistral a la narración. La Hamaca es un extraordinario ejemplo del manejo del humor negro: “Algo tenÃa esa hamaca. Todo el mundo querÃa probarla, los de la casa y también las visitas. Ya la hamaca era famosa en la ciudad y, semanas después, empezó a llegar gente de todo el paÃs. Por último, se enteró el Papa y con toda su comitiva se hizo presente para probar la hamaca. Cumplida la prueba, se dirigió a la multitud que aguardaba su veredicto y dijo: Ociosos”. La mezcla de lo libidinoso y la moraleja se capta, perfectamente, en El borracho: un hombre que es violado por un inesperado joven para cambiarle el curso de su existencia o transportarlo hacia otra razón suficiente, razón perversa de la Humanidad de la que formaba parte. Estrada y Jiménez Emán –pese a la distancia que imponen sus particulares estilos- saben que el short story (tan admirado por cineastas como Steven Spielberg) exige un esfuerzo riesgoso de inteligencia sinóptica.
Si no tiene la fuerza persuasiva de un aforismo, el cuentocorto lucirá fatuo. En los textos de Martha Estrada percibo una fluidez escritural nutrida de perspicacia y burla, empero siempre iluminada por un discurso o anécdota que busca y consigue provocarnos un impacto a juzgar por el talento que le imprime a los cuentos desde sus comienzos. Tan difÃcil es trabajar el cuentocorto que no tiene la abundancia de cultores que exhibe la poesÃa en América Latina. En nuestro paÃs, los hacedores de shorts stories mantienen una preeminencia indiscutible.
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