Niria Rosa Suárez Arroyo nació en La Concepción, estado Zulia, Venezuela, el 15 de agosto de 1953. País de Residencia EEUU (Florida). DNI: S620-636-53-794-0 Dirección: 7350 David Road Ext. Apt. 415. Hollywood, USA. 33024. Tel. 1-954- 3955326. Lic. en Historia (Cum laude) por la Universidad de los Andes (ULA). Venezuela (1979). Msc. Desarrollo Agrario (Cum laude), (1991). Profesora Titular de Metodologías de Investigación en Pre y Postgrado en la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA. Especializada en Metodología Cualitativa y Estudios Culturales. Trayectoria docente y de investigación reconocida por diferentes instituciones académicas, gubernamentales y programas de estímulo en el seno de la universidad y fuera de ella. Ha obtenido premios y reconocimientos  de prestigio nacional e internacional, tales como CONABA, CONADE, PPI, PEI. Reconocimientos como escritora por el Consejo de Publicaciones y por la Secretaría de la ULA (2002), así como del Parque Tecnológico como una de las escritoras más visitadas en la web durante cuatro períodos consecutivos. Recientemente fue reconocida de la Biblioteca Nacional Febres Cordero al ser incorporada en el calendario de Escritores Merideños 2012. En el año 2004 funda el Museo de la Memoria y la Cultura Oral Andina (MUMCOA). (Saber.ula.ve/mumcoa/), incubado por el Parque Tecnológico de la Universidad de Los Andes a través de la plataforma Saber ULA. El MUMCOA obtuvo en el año 2011 el Premio a la Divulgación Científica, Humanística y Tecnológica en la mención Mejor Iniciativa Multimedia de FUNDACITE-Mérida.

En la actualidad como profesora jubilada trabaja en asesorías académicas y profesionales, evaluadora de proyectos,  correctora de textos y tutorías de  tesis de grado, actividad que comparte con sus compromisos como Miembro Correspondiente por las Artes, las Humanidades y las Ciencias Sociales de la Academia de Mérida y la Asociación de Escritores del Estado Mérida. En cuanto a su obra literaria aunque de reciente data,  ha incursionado en el relato, la novela y la poesía. Su narrativa se apoya en la recreación de una memoria ficcionada en la que se describe el mundo de los apegos y desapegos familiares. Su registro preferente  se asocia a las historias de vida y la memoria, los recorridos etnográficos y las miradas a la interioridad del ser, anclajes que han marcado su obra hasta el presente. Tiene inéditos una novela (Vestido de Verano), y cuatro libros de relatos: Habla mi cuerpo, Relatos del Fuego, Relatos del desarraigo. Recientemenete quedó Finalista en el II Concurso Internacional de Cuento Breve “Todos somos Inmigrantes” convocado por el Grupo Editorial BENMA.

 

     

CONTACTO
niriasuarezcorrecciones@gmail.com


PUBLICACIONES

“La investigación documental paso a paso”, que lleva tres ediciones por el Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes; “El Problema de la tesis o la tesis como problema”, con tres ediciones por el mismo Consejo de Publicaciones y el libro “Tesis de grado e investigación cualitativa”, coedición de la Fundación Archivo Arquidiocesano de Mérida y la UNICA. Tiene inéditos una novela y dos libros de relatos.


REFERENCIAS


Las publicaciones en el área de los estudios culturales pueden leerse en la página web del Museo de Memoria y la Cultura Oral, fundado por la autora en el año 2004: www.saber.ula.ve/mumcoa/


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Cuento distinguido como finalista

II Concurso Internacional
Cuento Breve
"Todos somos inmigrantes"

 

No fue una conversación cualquiera

 

Anoche tuve conversación con mi madre. No soy de hablar por teléfono. Me han quedado en el subconsciente las advertencias que recibíamos siendo niños de que el teléfono era sólo para urgencias o cosas importantes, cuestión razonable pues se facturaba la duración de las llamadas, sin contar con el hecho de que algo tan novedoso pasaba a ser muy inquietante: hablar sin ver a tu interlocutor.

También le resulta difícil a mi madre por su inveterada ecolalia al narrar episodios cotidianos. Era divertidísimo escuchar sus relatos, pues lo hacía y sigue haciéndolo con los tonos y gestos del susodicho/a en cuestión. Es su manera de contar historias, imitando al interfecto. Un histrionismo ancestral porque así lo hacían los abuelos.

Por eso, anoche me divertí mucho no sólo por la conversación sino porque lo hicimos por Skype y volví a disfrutar de sus modos como antaño. El relato que me contó hacia el final de conversación le vino a la memoria porque nos dio por recordar tías y primas que hace mucho tiempo que no vemos en estos tiempos de migraciones y desmembramientos familiares. Ya son numerosos los miembros de mi familia nuclear que estamos desperdigados por el continente. Para los venezolanos es una experiencia muy dolorosa que aún no calibramos del todo, porque somos objeto de una migración reciente, obligados a salir de un país acostumbrado a recibir inmigrantes, a compartir los recursos y las posibilidades de crecimiento con manos extranjeras y ahora nos toca probar suerte en otros lugares.

A sus 86 años mi madre luce estupenda, una piel casi sin arrugas, y bien dispuesta a la exploración del mundo; no fue difícil entrenarla en el Skype y el WhatsApp. La vi más serena que en otras ocasiones, con blusa blanca y vaporosa, el pelo lacio y brillantes canas. Aun cuando no dejó de mencionar su soledad, no hubo queja expresa. Cuando le pregunté por las sobrinas de mi padre que no vemos desde hace años, recordó la visita reciente de la mayor de ellas, Josefina. Fue entonces cuando recordamos su matrimonio, el primero que se celebró allá por los años de 1960, porque no eran comunes los enlaces matrimoniales, al menos en ésta familia, todos mis tíos estuvieron en concubinatos que se estabilizaban después de llevarse a sus novias en las madrugadas.

La boda de Josefina fue un acontecimiento. Residía en Carora, una pequeña ciudad del estado Lara. Toda su familia había nacido en Morrocoy a dos horas de trayecto en camión. Fue la primera en salir a estudiar y trabajar a la ciudad, con apenas 16 años; sus padres se mostraron reacios a dejarla marchar, pero al verla convertida en Auxiliar de Enfermería, pasó a ser admirada y respetada por todos. Fue allí, en la aldea, donde se celebró el matrimonio y la fiesta pantagruélica de tres días, pues a los invitados, venidos de aldeas lejanas y saturados de música, baile, y consumir cuatro chivos, un marrano y de ingentes cantidades de cocuy, no les era fácil montar las yeguas y los burros para el regreso.

Esa noche que hablé con mi madre rememoramos un secreto a voces sobre de la exigencia que le hizo la novia a su peinadora y cuñada de que le ajustara fuerte el tocado por la creencia arraigada de que si se llegaba caer, era una señal que de que la novia no era virgen.

Al día de hoy, no se sabe si se mantuvo firme por la gran cantidad de pinzas que tuvo que usar o porque realmente lo era. Los más insidiosos recuerdan que su primer hijo fue sietemesino.

 

 

 

Del libro Relatos del fuego (2019)

 

UN ESPACIO SAGRADO

La cocina y la soledad se parecen, son entidades palimpsesticas y por tanto portadoras de belleza, como huellas que van dando paso a otras y otras, acumulándose, replegándose, transmutándose, dejando  memorias de vidas lejanas que no terminan de irse; cocina y soledad son una y muchas,  rastros que cuando ya se acercan a la extinción se rebelan y luchan por quedarse,  unas veces como legados, otras fusionadas y reinventadas. No damos importancia a las señales que nos llegan cuando menos las esperamos. Dejamos pasar esos leves estremecimientos, ramalazos de plenitud sólo comparables a la intensa inspiración-expiración que llega al terminar una buena lectura,o, a esos hálitos  de frescura que dejan los viajes a países viejos y los sueños hermosos. Eso debe ser lo más parecido a la felicidad, momentos ideales para encarar la escritura a modo de contener y saber jugar con las sombras rizomáticas que asaltan de todos los rincones, ostensibles, empeñadas en dirigir el texto a su antojo.
Tomé la decisión de escribir por el temor de perder la memoria. Confieso que casi me dejo llevar por la tentación de escribir un libro de autoayuda, sí lo confieso, y no porque esté convencida de mis dotes sanadoras a través de la palabra, sino porque me daba una mezquina y rabiosa envidia ver cómo llega Pablo Coelho e Ismael Cala  a conectarse con tanta gente que no quiere o no puede controlar la angustia que sobreviene a la  ansiedad. Pero finalmente triunfó la cordura y me puse a pensar en un posible cicerón que condujera mis meandros de vida y de inmediato lo vi en la cocina.
Nunca he dejado de rememorar los espacios de mi infancia, en eso coincido con  Valeria Luiselli cuando dice que las personas sólo tienen dos residencias permanentes, la casa de la infancia y la tumba; el asunto aquí es que viví mi infancia en varias casas pero sólo tengo fijada en mi memoria una de ellas. Eso me sorprende. Tuvimos mudanzas constantes, sin embargo, lo  percibo como un solo lugar, el mismo siempre, me veo en un patio rectangular, sin techo, que obligaba a buscar los rincones para protegernos del sol, debajo de las esquineras de las canales de lluvia; pero lo que recuerdo con más claridad son los mosaicos del piso en tonalidades verdes y fucsias. Creo que la más firme conciencia que tenemos de la vida es la de la infancia, el espacio permanente e inmutable, donde el tiempo permanece a salvo y la emoción a buen resguardo.
Muchas veces, quizás la mayoría de las veces diría yo, los atributos del hombre son invisibles a los demás y a nosotros mismos; invisibilidad que en ocasiones se manifiesta en desasosiegos recurrentes, en atisbos de locura, o en sensaciones de extrañamiento que nos hacen sentir profundamente solos en medio de la gente. El camino de la espiritualidad pudiera ser salvadora pues despeja el sendero y suaviza los tropiezos. Para otros en cambio, la máxima expresión de paz es la introspección de la idea de la muerte, que aprehendemos de la vida para conocerla sin temor y acariciarla con dulzura. Esta idea puede que sea un sutil indicio de que no acercamos a la vejez. Mi memoria está por escaparse, de modo que intento retener las pocas cosas que no ha perdido sentido: la imperfección, la simpleza, el no sé qué de la felicidad que aparece cuando no existen motivos, semejantes a parajes desolados, imágenes de desamparo que al evocarlos, irónicamente, no son ni tristes ni trágicos, sólo espacios inexplorados e inofensivos.
En la vejez los olores del pasado que una vez fueron intensos, son cada vez más débiles, las imágenes más tenues y difusas, la sonoridad de un eco que desvanece lentamente, y hace más lejanas las palabras; pero también se agudizan y escuchamos los silencios envueltos en recuerdos fragmentados, desdibujados, superpuestos.
En los últimos años escucho un silencio perfecto,  portador de sensaciones arcanas, íntimo y revelador de una verdad nítida e incuestionable, el acercamiento de la vejez. Una pulsión inquietante que abrasa. Siento su proximidad en el asalto de recuerdos lejanos que abren la puerta de la memoria.  Los recuerdos que deseo fijar  son los de mi cocina. Mi cocina fue mi verdad, la pasión que dio sentido a una vida escindida y monótona. Mi vínculo con los demás, porque si la cocina es soledad, la comida es comunión, a nadie le gusta comer solo o con extraños, al menos eso me pasaba en mi época universitaria,  sólo disfruto la comida que comparte con seres queridos.
Me pregunto o se preguntará Usted porqué llegan estos pensamientos  y yo le respondería porque ahora sí estoy sola y no porque no tenga compañía sino  porque vivo en medio de la perplejidad. Sola y vaciada de entorno, de complicidades, de arraigos. No reconozco ni me reconozco en el país que tengo en mi presente.
De pronto los demás tampoco me reconocen, quizás porque no compartimos lo que realmente somos. Me he convertido en Martín Romaña, el que viene de vuelta, el incomprendido, el único que veía con claridad la estupidez humana cuando los demás bailaban la danza de la utopía, pasé a ser un personaje extraño en mi propio país. Qué cuándo quise volver a mi pasado?, cuando quise morir, quise morir porque quería vivir, porque estaba sana, porque estaba en paz en mi interior en una sociedad enferma, desquiciada, errática y convulsionada, entonces cerré la puertas de la calle y abrí la de mi yo que era otro, ese otro yo deicida y místico al mismo tiempo.
Entonces se iluminó en mi cabeza ese espacio al final del pasillo todo. La cocina, un cuarto oscuro y cerrado donde merodeaban,  como si guardaran algún  secreto inconfesable, la mamabuela y mi mamá, removiendo ollas y amasando el maiz, en inútiles esfuerzos de sacarme de allí como a un testigo incómodo.

 

 

Del libro Exilio: siete relatos del desarraigo (2016)

 

PALIMPSESTOS

 

Toques de chocolate, café y especias, completan las notas de ciruela y mora… de textura plena en boca; maduro, bien estructurado de taninos dulces y redondos… No pudo continuar, su pensamiento lo distrajo de su tarea. A quien engaño?, -pensó- no puedo trasladar mi pensamiento al papel, se ve que la escritura, más que concentración, requiere energía… Jordi no lo sabe, pero me descompone, me desarma y debilita su pasión vicaria por la vida. Cómo abordarlo desde el desenfado, desde la placidez que aporta el ocio… cómo hacerlo renacer, olvidar. A veces me dejo llevar y entro en un estado de semidemencia, como una borrachera suave que me arrima a una especie de perversidad más bien desopilante e irónica y evado sin culpas el compromiso. Creo que en las relaciones humanas debemos compartir las culpas, dejar aflorar la responsabilidad del otro, hablar sin temer a las consecuencias; si miento, el interlocutor debe ser libre de tolerar la mentira, que haga su parte y trate de buscar dónde está la verdad. Expresar mis ideas libremente, como las que se atreve a lanzar Justine a Darley tejiendo entre ambos el diálogo perfecto, como le pasaba a Darley, a quién no le escandaliza el contenido amoral y sentencioso del pensamiento de Justine, el confort de no sentir el impulso de reaccionar críticamente y muchos menos el de enfrentar y emplazar.

Sebas miró alrededor. Una luz de reflejos turquesa se filtró por la persiana del estudio. Tanto él como Jordi habían diseñado con esmero la decoración  del salón al que no quisieron imprimir estilo marcadamente masculino o femenino, ambos amaban la sobriedad sin pesadez, los colores vivos aunque no festivos. El resultado fue un ambiente acogedor, sin estridencias, que invitaba a la conversación amena y fluida. En el centro dos sillones ingleses color granate colocados sobre una gran alfombra persa con tonos azules y ocres, cada uno con mesas de apoyo suficientes para soportar un libro, un quinqué en tonos azules, blancos y verdes, portavasos de madera y corcho y un cenicero. Ambas sillones daban a un enorme ventanal coronado por una cenefa a juego con el tapizado de los sillones, que dejaba ver una explanada cubierta de grama japonesa y más al fondo el viu. En una de las paredes laterales dos pinturas en gran formato de Klee y Klein y en la otra, una biblioteca de nogal de la que desprendía una mesa para computadora y  daba carácter al salón…pero lo que más comodidad tenía el salón era su independencia del resto de la casa. Esa noche antes de subir a la habitación entró al estudio a preparar las últimas notas que quería dejar lista para la revista dominical para la que trabaja. No quería marcharse sin hablar con Jordi, no es de los que dejan conversaciones pendientes, le gusta cerrar los ciclos pero tenía que esperar, no solo por su inminente viaje sino porque sabía que Jordi no hablaría con él teniendo las imágenes de la discusión tan recientes.

Jordi había regresado casi al anochecer, encendió la tv del salón, en el que aún se percibía el aroma del perfume de Sebas, y buscó un canal de relajación. Había aprendido que nada ayuda más a una relación que volver a la serenidad para retomar los temas inconclusos, sobre todo cuando ni uno mismo sabe realmente qué lo ha provocado. Por lo demás, Sebas tenía una reunión de trabajo con colegas en bodegas de Mendoza, sería un largo viaje de tres semanas y por lo tanto aquella cena iba a ser su despedida, eso lo escosaba todavía más. En el fondo a pesar del gran vacío que dejaba su ausencia, agradeció la soledad que ahora reinaba en su casa.

Lo pensó mejor y subió  a la habitación, Sebas había dejado la puerta a medio cerrar y tenue luz salía del quinqué de su mesa de noche; dormía de medio lado hacia el lugar que ocupa Jordi; por eso supo que lo esperaba, se acostó vestido y acarició su pelo hundiendo sus dedos y masajeando con suavidad su cuero cabelludo. Acercó su boca al oído de Sebas y cuando se disponía a pedirle una vez más que lo perdonara, Sebas le tomó su mano en las suyas cubriéndose el rostro con ella, no digas nada cariño, no digas nada, sea lo que sea que brota de tu memoria déjalo salir, cada imagen que te llegue será más débil que la anterior y así no tendrás que llegar al fondo, saldrán solas a la superficie y ya no serán sino trazos borrosos, incoherencias salvadoras.