(Hato, Península de Paraguaná, Falcón, 1940). Narrador, historiador, Magíster en Historia Latinoamericana, profesor jubilado de la ULA.

     

OBRA LITERARIA:


Relatos de cualquier tiempo  (Premio de Narrativa APULA, 1993) (Mérida, CODEPULA, 1993),  Canto a Edith Piaf(Vicerrectorado Académico/ULA, 1996). En Colectivo con varios autores de Falcón:  Segunda luna (Consejo Legislativo, 2000) y  Proa al Norte  (Falcón, Universidad Francisco de Miranda, 2004).


A Ibrahim López Zerpa y a Isabelita López Machado

Arribamos a Babilonia. Casi al amanecer me entretuve caminando por sus calles y, maravillado por sus jardines flotantes, llegué hasta la casa del viejo inventor. Me sorprendí ante la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Hablamos de mis innumerables viajes, de las guerras perdidas y del viejo inventor. Se lo juro, le dije al gran amigo, no he visto en mi vida ni en mis viajes una mujer tan bella como la hija del viejo inventor.

 

 

A Gisela Méndez

Estábamos cruzando el Golfo de Guinea. Íbamos cargados de esclavos capturados en la costa. El capitán John Hopkin ordenó proa al Caribe. Navegamos innumerables días y una tormenta nos arrastró hasta las costas de Venezuela. Cambiamos la carga por cacao y pusimos proa a Liverpool. Allí nos esperaba una música extraña y canjeamos el cacao y rico ron caribeño por pólvora y mosquetes.

          

 

 

A Juan Orlando Aguilar

 El Caribe estaba inmenso y bravío. Las nubes anunciaban una gran tormenta. El tuerto John Smith vociferó: Este Caribe es una Caja de Pandora, está lleno de sorpresas. Finalmente arribamos a la Tortuga; bebimos como lo que éramos: unos verdaderos bucaneros. Por allí debía estar mi vieja amiga Zullys Anaquis, La Guineana. Me dijeron que había escapado  de Pernambuco, y que un capitán portugués, cuyo buque fue abordado por los bucaneros, se la entregó a Sir William Drake, quien se la vendióal dueño de El Gato Negro. Lo juro, decía El Tuerto, no he visto una negra más bella que esa en toda la costa de Guinea.

 

 

 

A Henry Baldayo

 Esta vez la estadía en la Isla fue larga, pues la nave estaba muy maltrecha. Los bucaneros contaban su odisea; casi sesenta días estuvieron reparando las naves y como por arte de magia, Jhon Hopkin sacaba las guineas de oro, ¡un hombre tan pichirre y tan tacaño! Algo le estaba pasando, porque era pichirre, pichirrito, pichirrote, tacaño, tacañito, tacañote. Algo le estaba pasando. La nave estaba casi lista para iniciar una nueva incursión bucanera. Esa noche la fiesta que se armó en el Gato Negro hizo historia: se escucharon canciones en todas las lenguas conocidas, la alegría era muy grande. Sin embargo, el Caribe es el mar de las sorpresas. Casi al amanecer estalló la tormenta y hundió todas las naves. Llovió sin parar durante dos días seguidos. Como locos andaban los viejos bucaneros. El capitán Jhon Hopkin sacó su pistola, se la puso en la boca y se dio un tiro. Pata de Palo buscó un viejo mosquete y se lo disparo en la tapa de los sesos. Los marineros andaban como locos. Como a los tres días, arribó Francis Drake que  venía enfermo de malaria y escaso de tripulación.

Desembarcó y dijo: necesito todos los marineros que hay en esta Isla para una gran aventura bucanero.

  

 

A Toby Alberto Valderrama

Los viejos bucaneros bebían toneles de aguardiente.Sir Walter Raleigh, de qué te sirve que le tiendas la capa a la reina, si finalmente morirás ahorcado en una calle de Londres. Cuando tiraron la soga, pasaron por tu mente los recuerdos de los caimanes y las aguas del Orinoco. Sir Walter Raleigh, de qué te sirvió tenderle la capa a la reina si finalmente moriste ahorcado en una calle de Londres.