PROLOGO


La literatura erótica de autoría femenina ofrece - al igual que tantas otras cosas inherentes a la mujer - una curiosa paradoja: se manifiesta en el yero origen de la cultura occidental, a través de una de sus más conspicuas exponentes de todas las épocas, la poeta Safo (s. VII a.c), pero no tiene ninguna otra representante hasta bien avanzado el s. XIX, lo que significa un letargo de más de dos milenios; sí, rastreando con cuidado, se encuentran aquí y allá, nombres femeninos asociados a la narrativa erótica de esta parte del mundo, no obstante, en todos los casos la investigación ha puesto de manifiesto que son supercherías; son libros escritos por negros a nombre de mujeres, o escritos por hombres que adoptaron seudónimos femeninos para hacer más excitante la proposición; algunas excepciones las encontramos en los poemas compuestos por damas en el contexto de las Cortes de Amor, de eufemístico erotismo, y en la egregia figura de Luisa Labé (mediados del s. XVI), "la primera mujer que se atrevió, en sonetos, a admitir francamente su sensualidad", según la autorizada opinión de Alexandrian.


Algunos han querido explicar el déficit de presencia femenina en la literatura erótica a partir de una supuesta ineptitud de la mujer para transformar en literatura sus experiencias y fantasías eróticas (pese a reconocer en ellas una capacidad mayor que la del varón para experimentar sensaciones de tal naturaleza); sin descartarlo del todo, me parece más plausible otra hipótesis que apela a la represión sufrida por la mujer a lo largo de los siglos, y una evidencia a su favor es el hecho de que una vez, si no disueltos del todo, al menos relajados, los herrajes que mantenían a la mujer en condiciones de subyugación, la presencia femenina entre los cultivadores del género ha aumentado en forma notoria. Venezuela no se ha quedado atrás en el aprovechamiento - yo diría que ávido - de esa apertura a la libertad.


En el discurrir de los últimos seis o siete meses he recibido, con solicitud de lectura, seis textos eróticos de escritores venezolanos inéditos; nada de raro tiene que jóvenes autores busquen algún feedback de quien ha puesto de manifiesto su interés por ese género temático; lo llamativo del asunto es que cuatro de ellos son originales de escritoras; de sumar sus nombres a los de otras tantas autoras que ya han dado a conocer sus obras, dispondremos de una cantidad significativa; algo así como una decena de cultivadoras del género erótico en un solo país y coincidiendo en el mismo momento histórico es, según el cristal con que se mire, asombroso o escandaloso; en cualquier caso, un fenómeno digno de reflexión. Uno de esos textos es, desde luego, este que el lector tiene en sus manos: Venus Pubísima, de Raiza Andrade.


Venus Pubísima es una escritura expositiva de madurez intelectual; Raiza tiene conciencia de lo que quiere decir y del cómo decirlo; le es ajeno el propósito de satisfacer apetitos superficiales del buscador de recreaciones literarias ligeras; eligió un estilo dificil que maneja con maestría, a través del cual expone sensaciones y sentimientos complejos, contradictorios, siempre agobiantes, desgarrados, pervertidos. Es un discurso alucinante y amedrentador y en cierto sentido peligroso - en cuanto el lector se encontrará impromptu, confrontando a sus propios fantasmas eróticos - que da lugar a una lectura placentera, aunque se trate de esa forma del placer asociada a la experiencia sadomasoquista, o al que uno siente a partir del deseo acicateado con saña e insatisfecho.


Venus Pubísima es literatura erótica "químicamente pura", por decirlo con una metáfora cientificista de fácil comprensión. Literatura erótica quintaesenciada, en la que el discurso ha sido deliberadamente despojado de lo accesorio: de elaboraciones poéticas adicionales a las que están forjadas por las palabras imprescindibles para expresar la vivencia erótica; de disquisiciones reflexivas interpoladas en el texto con el propósito de aportar densidad conceptual; de argumento, en el sentido de un anécdota que se cuenta a partir de cierto "principio" y orientada hacia un "fin", en cuyo discurrir se inserta la secuencia narrativa o descriptiva de carácter erótico; de un contexto histórico social explícitamente expuesto; despojada pues, de todo lo ajeno a lo erótico, ¡hasta de los signos de puntuación!


Confieso mi desconcierto ante el último de los aspectos mencionados, por cuanto creo que algunos artificios experimentales son recursos estilísticos que se agotan en la obra de sus creadores, a partir de la cual se convierten en convenciones, cuyo uso por otros debe hacerse con suma discreción y siempre en función de imperativos expresivos plenamente justificados. El recurso en cuestión, utilizado por Raiza, a primera vista me pareció una impertinencia y vino a ser una barrera interpuesta entre su trabajo y   mi atención, pero, por razones cuya exposición aquí sería en exceso prolija (entre las cuales no es la menos importante el hecho de que Raiza es la hija de Zaira), la vencí; volví a los textos...y comprendí. Si en alguna obra se encuentra justificación plena al descarte de los signos de puntuación, es en ésta; el uso del recurso no es una experimentación trasnochada, sino un componente clave del estilo; está puesto en función del discurso erótico, que en Raiza es atormentado, desasosegado, compulsivo, irrefrenable; ponerle signos puntuación a semejante delirio sería encauzar un torrente; con ello habría alguna ganancia en cuanto a facilidad de tránsito del lector por el mismo, pero también una pérdida inapreciable de su energía telúrica. Y es que cada uno de los textos de Venus Pubísima es un orgasmo de mujer, no es concebible ponerle puntos y comas a un orgasmo; una experiencia orgásmica modulada, moderada, canalizada es una idea que me parece repugnante así como un fenómeno francamente antinatural.


La literatura erótica tiene sus propias exigencias, entre las cuales la primordial consiste en la atmósfera de obsesión erótica, que debe estar presente desde el principio; los cuentos de Raiza Andrade la satisface sin ambages; de ellos bien podria decirse que esa atmósfera cobra forma desde las primeras palabras, siendo una envoltura pegajosa que aprisiona al lector desde el principio hasta el fin de cada relato. No hay concesiones en esta escritura; no encontrará en ella el lector delicadezas, evasivos eufemismos ni complacencias; si acaso, un toque de humor al final de uno de los relatos: el clamor de Sergina referido a que la protagonista va "a matar a ese perro", obligándolo a quedarse con ella todas las tardes, el cual, por su acidez, más bien acentúa en lugar de relajar el agobio morboso que requiere de las destrezas linguales de "Claudio".


Raiza Andrade pareciera haber estado animada por el anhelo de abarcar en sus cuentos todas las así llamadas por los sexólogos modernos "variantes del comportamiento sexual humano"; quizás no logró ese ambicioso proyecto, porque en este aspecto la imaginación humana es de una fertilidad increíble, pero, en compensación de algún déficit, Raiza presenta una variante inédita - hasta donde alcanza mi información - y esta es la que se me ocurre llamar fitofilia, o erotismo focalizado en las plantas. Otro aspecto notable de su tratamiento del aspecto de la conducta humana que constituye el eje único de sus cuentos, es la presentación de la sexualidad infantil; Raiza parece partir de la hipótesis de que la iniciación sexual temprana, ocasionada por la aproximación de un adulto, es una experiencia placentera perdu­rable, que en vez de resultar traumática, viene a ser, muy en sentido contrario, modeladora de una deseable disposición hacia la sexualidad en la personalidad; además, la aproximación erótica puede ser originada por el infante: evoco la vivencia de ese envidiado heladero, en cuya piel quisiera encontrarme con la provocadora niñita, perversa, infantil, sutilmente exhibicionista, que estimula furibundas masturbaciones seniles. Pero no quisiera seguir develando las obsesiones; descúbralas el lector por su cuenta. Termino aquí con este prólogo, pretendida guía solicitada por la autora para orientar en el tránsito por su inquietante mundo a quien ose acercarse al mismo; guía prescindible, pienso yo, por cuanto la belleza del misterio no debe ser anticipada ni puede ser explicada: se accede a ella por la vía de la comprensión intuitiva, o no se alcanza jamás.


Rubén Monasterios
Caracas,1992