JIMÉNEZ URE «ANTE LA CRÍTICA» DE ESCRITORES LATINOAMERICANOS

(Ednodio QUINTERO/Juan CALZADILLA/Alexis VÁZQUEZ CHÁVEZ/Ennio JIMÉNEZ EMÁN /Teódulo LÓPEZ MELÉNDEZ/José Antonio YÉPES AZPARREN/Néstor L. RIVERA URDANETA/Héctor LOPEZ/Marisol  MARRERO/Carlos DANÉZ/Juan LISCANO/María Conchita MAURO C./Carlos DANÉZ/Isabel ABANTO ALDA/Rmón AZÓCAR/Manuel GAHETE/Luis BENITEZ/José Manuel BRICEÑO GUERRERO/Alberto José PÉREZ)

-I-
Sobre Espectros en la narrativa de JIMÉNEZ URE
Por Ednodio QUINTERO

Lo fantástico y absurdo se dan la mano en las breves narraciones de Alberto JIMÉNEZ URE, joven escritor venezolano residenciado en Mérida y dedicado por entero al oficio de fabulador.
Su primer libro: Acarigua, escenario de espectros («Punto de Fuga», Mérida, 1976) nos muestra, a través de un estilo directo, historias imposibles en las cuales se cuestiona, de una manera incisiva, sin rodeos ni sutilezas, nuestra forma tradicional de pensamiento regida por Descartes, el tiempo solar y el aburrimiento. Las situaciones se plantean dentro del marco de lo verosímil y derivan, a menudo, hacia finales sorprendentes, pero en los cuales la sorpresa viene dada por una alteración en las reglas de juego que rompe el esquema «acostumbrado» sus reglas, produciendo en el lector cierto malestar pues se ha atentado contra su credulidad. El resultado es válido por sí mismo: escritura, «por el planteamiento; «filosofía del absurdo» o como se le quiera llamar, y por la posibilidad cierta de contribución a la renovación de un arte tan antiguo como el hombre.
Se podría seguir ahondando en los aciertos de una escritura que, por su originalidad, reclama su sitio en el controvertido panorama de nuestra narrativa (…) El desarrollo de su obra nos desmentirá o nos dará la razón (En el Diario Ultimas Noticias, «Suplemento Cultural». Noviembre 13 de 1977)

-II-
Sobre Acertijos
Por Juan CALZADILLA

Los relatos de Alberto JIMÉNEZ URE, a diferencia de lo que en el «Género Cuento» hace la mayoría de nuestros jóvenes narradores venezolanos, aportan una inquietud esencial que me parece necesaria traducir a este comentario, puesto que sus textos se apartan por completo de los patrones que llevan a pensar en el «Cuento» como en un género absolutamente literario y, por tanto, excluyente de lo que no se ajusta a esos moldes predeterminados. Esa inquietud se refiere a la forma aparentemente discursiva que adopta para elaborar una ficción conceptual que apela a los mitos argumentales para hacerse y responder preguntas esenciales  sobre la existencia del Ser.
A despecho de un andamiaje reflexivo que sirve de base a una estructura dialogada, ágil y flexible y a menudo abstracta y demostrativa, Alberto se nos revela como hábil constructor de situaciones vitales insólitas, como un autor fantástico que, abandonando todo prejuicio de la «escritura formal», sabe mezclar el humor negro con la experiencia cotidiana.
Curiosamente, lo más extraño –y por ello lo que bajo ciertas condiciones es lo más atrayente de su libro- es el marco de realidad en que se desarrollan sus narraciones; se trata de un contexto bien conocido por todos nosotros: Mérida, Barquisimeto, Los Andes, con personajes que tienen nombre y apellido: poetas, soñadores, figuras contrahechas y, por supuesto, todos los demonios y ángeles derivados de la tradición del pensamiento mágico que nos viene de todos lados, de Occidente y de América, pero, en todo caso, del Cristianismo frente al cual JIMÉNEZ URE se erige un acusador.
Por todo lo dicho, previendo los alcances de una literatura que sirva para reflexionar, soy de la opinión que la publicación de un libro como Acertijos no sólo fundamenta la razón de ser de nuevos modos de producir la ficción y el mito de nuestra realidad, sino también que beneficia a quien, como él, no aportando ningún tipo de complacencia a una sociedad conformista, se lanza por un camino en el que seguramente encontrará muchos estímulos.
(Caracas, Agosto 20 de 1978)

-III-
Jiménez Ure y el Mito del Rebelde
(Logosímbolo)
Por Alexis VÁZQUEZ CHÁVEZ

Alberto Jiménez Ure ejemplifica el rigor del oficio de la escritura desde muy joven con el  libro de cuentos Acarigua, escenario de espectros (1976).  Escritor y poeta de obra considerable. Ejecuta con  esteticidad  la palabra.  Autor de novelas, cuentos, ensayos, poesías y  reflexiones. Su  impronta atrapa al lector, éste en ocasiones lee indiferente a la identidad del hacedor (y luego lo reconoce), en especial los artículos, sin percatarse que  conduce a un–ver–el–mundo: Brota la idea de su lógica. Indaga en  la Filosofía y antiguos mitos, fundamento de religiones y tradición esotérica. Desde  los iniciales textos se identificó con la tendencia idealista del pensamiento filosófico (Berkeley, Hegel,…) conectado a la gnoseología y la metafísica.  La referencia de Berkeley persevera en la primera fase, pensador al que denominan padre del Idealismo y adversario teórico del Materialismo, la otra vertiente que ocasionó la ruptura de la Filosofía al convertirla Marx y Engels en método científico. El Idealismo alega: Todo no existe más que en nuestro espíritu. Propuesta inherente al solipsismo que acude al yo para inducirlo a elaborar un sistema literario de tejido psicológico mediante actores –personajes– que accionan (re)velando el sólo–yo–mismo y originan sensaciones, en lugar de cosas como ilusión virtual. Crea estructura de noción ideal como única realidad que inventa a la materia.  En su  trayectoria idealista se descubren matices de  filósofos: Descartes o pesimistas como Shopenahuer y Ciorán que anotó en Silogismos de la amargura: La libertad es el bien supremo solamente para aquellos a quienes anima la voluntad de ser herejes. Etapas adelante, en artículos –ensayos–, defiende su posición frente a la injusticia, acérrimo juzga la corrupción de la casta política.  Actitud de beligerancia intelectual ante la situación social, política, económica, ideológica y cultural, que lo acerca a la corriente materialista en relación con la historia y su dialéctica; pero se aleja al emitir opinión de sesgo misantrópico  que contradice concepciones humanistas en algunos escritos.  La trama de implicación teológica, existencial y psicoanalítica, la resuelve con voluntarismo subjetivo,  estriba en la circunstancia interna. Indicación kantiana y praxis de equivalencia teórica y metafísica en supuesta asociación con Shopenhauer.  En Aciago  (1995) se lee:

X
Sin embargo, quizá sea un equivocado; un cínico que busca conciliarse con la Razón Pura del Bien: más allá de la palabra atribuida a Dios. Me han seducido la quiescencia, el recogimiento y la sumisión a los Auténticos Dictados de la Moral Impersonal En una sociedad corrompida e Irremediablemente perturbada por los que prodigan el Mal tras proferir bonitos discursos.

Orientaciones con  finalidad emancipadora al discernir la intuición de Nietzsche pues alude al Cristianismo, Socialismo e Igualitarismo democrático, como ideas morales a  superar  para situarse a salvo  del bien y el mal. Describe la firmeza de la vida y del poder en discordancia  con la moral del esclavo y el rebaño, opuesta a la ética del señor de sí mismo, el Superhombre, aristócrata del espíritu.  Las introspecciones de Jiménez Ure no surgen de la meditación fortuita sino en  vigilia y asidua observación al acecho cauteloso de cavilaciones.  Notorio en Lucubraciones (1994): «Me he quedado sin Dios: / Yo, que alguna vez fui su devoto. / Me he transformado en un hombre / Cuyo destino de sí mismo depende»  Es el rebelde que canta al Maldito, a la libertad de creencias  y de inventiva, lo confiesa en Luxfero (1995): «Soy el miembro número uno de una extinta/Raza de hombres cuya imaginación lo hizo libre / (…)  La muchedumbre ignora que soy / El santo de Armagedón nacido» Lo reafirma al invocar el Eterno Seductor  que emplazado acerca a sus oídos el mensaje misterioso en Revelaciones (1997): «Quien tenga inteligencia y razonamientos / Predique las palabras que –en representación de Lucifer–  enuncio: / El Mal que suple al Bien germinará en tu psique y trascenderá,/Excepto cuando Ecto dicte la eliminación/ Psíquica o física de todo lo diseñado por el Arbitrario Creador»

En el pórtico de Revelaciones advierte a quien deduce erráticas especulaciones por el empleo de palabras y conceptos connotativos.  Navega  aguas inexploradas, trashumante de islas y continentes desconocidos a quien posee temores atávicos y es reo de juicios mediatizados y no  enfrenta la aventura de atestiguar hechos inexplicables que muestra la Realidad a cazadores del saber. Alberto no se adhiere a posiciones que cercenen el vuelo ascendente del espíritu.  Expresa: Soy un clariaudiente, un instrumento para la misteriosa formulación de antítesis.  Un metapsíquico quizás, un perceptor del ‘más allá’ de las cosas fácilmente asimilables.  En su decurso, nuestra especie ha aceptado la existencia de fenómenos inexplicables y de fuerzas todavía no científicamente tenidas por verídicas.
En su poética narrativa se perciben diversidad de motivos que desdibujan la opacidad y ominoso  latente en la existencia: Lo abominable y la sordidez de la miseria humana; el fracaso de la vida y la muerte; la violencia, lo absurdo, el horror, lo demoníaco, divino y profano; las putrefactas llagas; la irracional razón de la sinrazón y viceversa  como procedimiento de la sociedad de hipócritas y egoístas.  Acento trágico de la desesperanza y la paradoja sombría: La crueldad y lo fúnebre.  El hombre propenso a la inevitable extinción, indicio fehaciente de la ley de autonegación y designio ineludible demarcado por la fatalidad de phatos y thanatos. Notable en las novelas Aberraciones (1987), Dionisia (1993) y en Cuentos abominables (1991). Inventor de neologismos con  originalidad y actitud lúdrica de palabra creada  al componer agentes descriptivos de  ámbito hipertextual.  Además  interviene con apotegmas de aguda reflexión.  Despoja de ornamentos la obstinación dogmática, la duda e ironía del decadente cuerpo social estigmatizado por la estupidez contumaz de  concupiscencia e  individualismo egotista: Pensamientosdispersos (1988) y Epitafios (1990)
Sistema literario que induce a revisar autores, quizás colindantes, en sutil analogía acorde a similitud de significados  con la natural diferencia de estilos.  Para ello se recurre a la estrategia de inferencia y del conocimiento previo, los hallazgos refieren  imperceptibles a: Lautréamont, Rilke, Dostoievsky, Kafka, Baudelaire, Hesse, Borges,  Sartre, Ramos Sucre, Pirandello, Italo Svevo, Knut Hamsum, Strindberg, Thomas Hardy, Poe, Camus, Freud, entre la diversidad.  Lo confirman tonos de exaltación  de angustia y  lo tenebroso en perspectiva metafísica y trágica.  Asevera que no es prudente continuar el mismo derrotero, la necesidad de modificaciones y meditar la problemática ontológica ante el crudo y desagradable mundo deshumanizado que conoce el escritor ajeno a experimentos del lenguaje y formas, dedicándose con severidad y estética.  Ante el  auxilio discursivo  inquiere en la estructura del argumento donde la conciencia no abandona el texto, ni  distancia  la pavorosa existencia al encontrar  la síntesis del símbolo, el desasosiego y  fragmentación del hombre contemporáneo.
La transparencia de veladuras conforma motivos que dejan entrever el tema –tesis– y   líneas de conexión inter y transtextual –para nombrar a Genette– recíprocas enlazan la literaliedad en beneficio de la unidad y el sentido. Los tópicos son de índole substancial, objetos–fetiche e imágenes iterativas, estabilizadas como norma del inconsciente para trocar en metalenguaje de términos con valor esotérico y mítico del universo jimenezureano. De allí la transcripción del último poema de Luxfero con propósito de paradigma, ya que el personaje es de reiterada presencia y le dedica particular atención:

XXXVI
(LUXFERO)

Hoy he visto a (Luxfero) quien la luz lleva
Y –bajo una iluminación metafísica– me ha dicho:
«Llevarás mi palabra a todos los hombres de la tierra»
–Soy quien del Demonio su poder y generosidad predica:
Su anunciador bíblico, lugarteniente e hijo pródigo.
Vulgo, escuchadme: haciéndolo, entraréis felizmente
A los infiernos y hasta seréis coronado Príncipe de la Legión

Luxfero, Lucífero, Lucero (Venus), Lucifer, Luzbel, Luzbella, Príncipe de la Luz.  El célebre Diablo, Satanás, Demonio, Ángel Rebelde o caído, alegoría de la pérdida de la inocencia o del Paraíso.  El Patrón, según la imaginería popular. Líder o caudillo de los ángeles disidentes expulsados del Reino de Dios (Jehová, Absoluto, Yahvé, Espíritu Supremo, El Creador, Lo Inefable; el nombre varía de acuerdo a religiones y culturas) por atreverse a desobedecer y cuestionar las órdenes del Jefe Máximo de la región  celeste.  El Demonio es objeto de estudio de la demonología, del demonismo y  la teología cristiana.  Conocido como el Maligno, que organiza y dirige el Mal desde Pandemonium al mando de los capitanes (de las huestes de serafines): Belcebú, Mammón, Moloc, Camos, Baal, Astarot, Astarté, Tanmuz, Dagón, Rimón, Belial y otros demonios arcángeles. Es valorable consultar El paraíso perdido de Milton, poeta del Barroco que explica el Génesis al describir la epopeya mítica del origen del mundo y el hombre.
Para Alberto es apelación literaria que sorprende y sacude conciencias avecindadas en la superstición y que evaden la comprensión de realidades ajenas al dogma religioso. Medran en el fanatismo del redil y desconocen comarcas del Renegado. En sus libros Lucifer es símbolo de  lo contradictorio, tentación, error, desatino existencial, pestilencia, corrupción (…) «Que no me llamen hereje los idiotas que exhiben una cruz en el pecho / Para no ser juzgados por sus delitos.  Percibo y discierno una futura Humanidad despierta / Y emancipada de los fetichistas o profetas cual plaga diseminados por el planeta tierra» Y no son diez los Mandamientos  sino doce, el Dodecálogo: Los dos finales encubiertos por vicarios con la intención de evitar que los siervos  despierten y accedan al oculto conocimiento, el onceavo invita a cumplir el deber y el duodécimo ordena que te ilumines porque eres divinidad.
Investiga  fuentes de la arcaica mitología solar y lunar, para conocer  el nacimiento del Cosmos y la humanidad, encerradas en lo recóndito de la psiquis, el orden cósmico y el ideario de  dos disciplinas espirituales en pugna permanente  con el objetivo de conquistar el alma humana mediante inéditas enseñanzas la que resulte victoriosa. El mito corrobora –con desemejanzas respecto al Antiguo Testamento, pero de la tradición judeo cristiana– siete períodos en la formación de la tierra, signo  holístico y divergencia entre amor y odio, encuentro y oposición de elementos en dicotomía aunque complementarios al servicio de la vida.  Hipótesis fabulosa que sintetiza las corrientes creacionista y evolutiva:  En el tiempo primero denominado Saturniano o Época Polar imperaban las tinieblas y el calor (fuego) era el único factor y mineral el reino en evolución. La sabiduría occidental confiere el nombre de Padre al Supremo Iniciado de ése  período.  Luego la fase Solar o Hiperbórea cuando el aire se entrefundió con el calor y apareció la hoguera  en llamas, el ámbito tenebroso cedió paso al  globo ardiente de ígnea neblina con  las palabras de poder: Hágase la luz.  Nace el Hijo, Iniciado Solar, La Luz (Luzbel) del mundo.  El fuego es el Padre y la llama el Hijo, fundamento  del culto al Sol o al fuego; la adoración a Nuestro Padre que está en el cielo.
La ordinaria gente (mineral) saturniana evolucionó en la Era Solar hasta el esplendor de los Arcángeles que no tenían antagonismos a pesar de los grados de adelanto espiritual entre unos y otros.  La humanidad actual había ascendido al estado vegetal y prevalecía la unión.  En la etapa Lunar o Lemuriana se engendró la humedad (agua) debido al contacto entre el frío del espacio con la esfera en combustión y comenzó la feroz lucha de los elementos. El globo ardiente evaporaba el rocío, empujándolo al hiperespacio para producir el vacío y mantener su autonomía -el fuego-; pero en la naturaleza no es posible la vacuidad.  Sucedió que la corriente impelida fue condensada al transcurrir siglos y milenios, en incesante vaivén, movimiento pendular entre las jerarquías espirituales de las divisiones de vida en la bola ardorosa y el Cosmos manifestación del Padre.  Los espíritus de las llamas, vehementes, ansían  obtener amplitud de conciencia, sin embargo, el Absoluto persiste envuelto en la invisible vestidura del Universo.  En Él están todas las posibilidades y fuerzas, oponiéndose a cualquier intento de consumir su energía, la potencia imprescindible para la transformación del sistema solar; y utilizó el agua para apagar el fuego de los activos seres.  He aquí la simbología de la tradición  del agua bendita.  Los ángeles de hoy fueron hombres en el estadio Lunar y el Supremo Iniciado es el Espíritu Santo (Jehová, Dios, Yahvé, el Innombrable, …), según el mito.
A humanos, animales y plantas,  afectan los elementos, unos prefieren frío y otros calor, requieren de humedad o sequedad.  Así, entre los ángeles de la Época Lunar, había quienes tenían afinidad por el agua y los que la aborrecían inclinándose hacia el fuego.  Los continuos ciclos de disipación y licuación de la acuosidad, que rodeaba el globo incandescente, produjeron solidificación incrustada.  El Padre se propuso modelar esa tierra roja, designada Adam, en formas para apresar y aplacar a las substancias de las llamas.  Pronunció el verbo hágase  y aparecieron prototipos de peces, aves y demás organismos vivientes; incluso la primitiva configuración humana que fue diseño de ángeles, ayudantes del Maestro.  Esperaba someter a su voluntad lo que vive y se moviliza.  Contra el proyecto de rebeló una minoría de ángeles: Millares en legiones comandadas por capitanes de Lucifer que los lideraba.  Afines con el fuego no soportaban el contacto con agua, negándose a acatar el plan ordenado por el Padre de crear los arquetipos. Perdieron  la oportunidad de progresar en determinada dirección espiritual y  optaron por ser anomalías amorfas en la naturaleza. Aparte del repudio a la autoridad del Supremo debían esforzarse por sí solos en lograr la salvación.  Declararon la primera y terrible gran conflagración revolucionaria de la que se tiene memoria. En pavoroso encuentro fueron desalojados  por los ejércitos del Creador y  cayeron en el oscuro abismo del hiperespacio.
Es el inicio de la Era Terrestre o Atlante, fin de la involución, origen de la evolución y de los sexos: Masculino y femenino.  El misterio atlante en su enseñanza contenida en el Antiguo Testamento, señala que en el comienzo el ser humano fue creado macho/hembra, bisexual o andrógino (remite al mito del hermafrodita), cada individuo propagaba la especie sin la participación de otro, como aún algunos vegetales. Teoría en correspondencia con la leyenda mítica de Adán y Eva.  Fue el momento de la diferenciación de los planetas que proporcionaron un adecuado ambiente evolutivo a cada clase de espíritu.  Los ángeles obedientes interactuaron entre habitantes de planetas con satélites, mientras Lucifer y sus ángeles moraban en Marte.  El Arcángel Gabriel es embajador en la tierra de la jerarquía lunar presidida por Jehová y el Arcángel Samael es el enviado de Lucifer. Gabriel (quien anunció a María –Madre Naturaleza– el nacimiento de Jesús) y sus ángeles lunares son los donantes de vida física, en tanto Samael y las huestes marcianas los ángeles de la muerte.  Surgió así la guerra en el  amanecer del día cósmico.  La Francmasonería y otras instituciones afines  son la intención de los jerarcas del fuego (línea solar o espíritus de Lucifer) para dar Luz, al alma aprisionada, que le permita VER y CONOCER. Así el  Catolicismo es  la disciplina de los dignatarios del agua.  De allí la pila bautismal con agua bendita en la entrada de los templos para calmar a las almas que desean Luz y Conocimiento  e infundirles Fe en Dios.

X
(Nacer para el enfrentamiento)
Toda criatura nace en parto abrupto y por ello,
Propende al enfrentamiento.
Física y psíquicamente indefensa, primero encara
La hostilidad de una atmósfera contaminada:
De «virus», «bacterias», «desechos industriales»,
«detritus» y «doctrinas» (religiosas o políticas)
Absurdamente, devenimos ulterior a la irracionalidad
De una concepción y necesidad de procreación que nos confina
A un mundo irremediablemente destinado a lo criminal
(Del libro «Lucubraciones»)

Jiménez Ure es actor y voz de su producción literaria.  En la indefensión sin esperanza se declara  anticlerical y esgrime  el derecho del ser que rompe ataduras al encontrar el  propio yo.  El poema anterior es causa para retornar a la recreación  mitológica  que explica: El átomo–simiente humana- proviene de la dimensión invisible. Lo tomó en sus manos el Dios lunar de la generación mediante el ángel Gabriel.  Es cuando se efectúa la concepción. Sin embargo,  si el cuerpo es construido sólo de agua y sus concreciones jamás  podría nacer.  Al transcurrir cuatro meses el feto está más desarrollado y Samael,  portavoz de Lucifer, penetra el acuoso dominio lunar para infundir la ígnea chispa espiritual en la inerte conformación y darle energía, moldea su individualidad y libre albedrío.  En ese instante el alma  muere a la vida en el nivel suprasensible y anima  la materia que usará en la tierra.
Citas de Luzbella, otros demonios y divinidades con atributos correlativos son abundantes en literatura, mitos y leyendas  tradicionales en la variedad cultural de pueblos del planeta.  En la antigua Grecia (465 años antes de esta era) Esquilo escribió la tragedia Prometeo encadenado. El  protagonista es el dios del fuego en la mitología clásica, descendiente de titanes, inicia la primera humanidad. Robó el fuego a Zeus para entregarlo a los hombres y así evitaría sus muertes.  Fue encadenado a una roca como castigo del atrevimiento.  Simboliza luz, civilización, saber, congoja, cambio y sacrificio.  Hades, griego y Plutón  equivalente romano son  dioses del Infierno.  En la literatura germánica antigua  los poemas de la Edda refieren mitos que testifican la presencia, en el panteón nórdico, de Thor dios del rayo, Baldr de la luz y Loki del fuego. En la Divina Comedia se lee en la puerta del Infierno: «Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor.  Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!» En el canto vigésimo primero del mismo libro, Dante y su guía espiritual, el poeta Virgilio, tienen un encuentro frontal con los diablos Malebranche (malas garras) y Malacoda (cola maldita)
Se generó  una serie de obras  artísticas (en dramaturgia, poesía, música, ópera, pintura y narrativa) de la leyenda del medioevo alemán que narra vivencias del célebre doctor Fausto:  Sabio, taumaturgo, alquimista, hechicero y astrólogo; quizás vivió entre los años 1480–1550.  Pactó con el Diablo a cambio del alma y éste lo asesinó en una taberna de Wittemberg.  El relato fue transmitido por la oralidad popular hasta que Spies lo versionó y publicó en Francfort (1587). Que el lector disculpe la digresión motivada pero es de notificar, sin  casualidad –sí   causal–, que la página del volumen que proporcionó la información tiene el número 666, señal y marca de la Bestia, el Anticristo: Así tituló un libro Nietzsche. La traducción inglesa de la narración sirvió al dramaturgo Christopher Marlowe que la interpretó a su antojo al escribir The tragical history of Dr. Faustus (1558) quien vendió su alma al demonio Mefisto.  Por ambición de poder solicita veinticuatro años que le  permitan convertirse en monarca del mundo. La maldición del doctor Fausto siguió a Marlowe en trágicas circunstancias perdió la vida a los veintinueve años, apuñalado en una tasca de Londres. Nótese semejanza del  deceso y sitio.
Goethe lo recrea con  el poema dramático El Fausto (1808–1832) dividido en dos partes.  En la primera negocia el alma con Mefistófeles por juventud y goces sensuales (es obra juvenil); la segunda es de la madurez  con temática mitológica y de la psicología, indagatoria  de sí mismo e  insatisfacción.  Se realiza en la caridad, filantropía y restricción del intelecto.  Tema que lo vincula al rebelde Prometeo, reelaborado en la modernidad por Thomas Mann con  su novela Doktor Faustus, de la antigua leyenda ostenta la sensibilidad y tristeza del doctor Fausto.  Pretende extinguir el mito del superhombre alemán.  Es la historia del músico y compositor ficticio Adrián Leverkün, distinguido e inteligente aristócrata, espécimen de colectividad faústica que detenta lo despiadado y el híbrido nazismo. Personifica en triple simultaneidad a Fausto, Nietzsche y al pueblo alemán idealizado. A su vez contiene rasgos de tres músicos germanos de destino demoníaco por la facultad del influjo musical:  Beethoven, Mahler y Schomberg.
Stefan Zweig escribió del combate que libran los hacedores contra las fuerzas satánicas en su libro La lucha con el demonio.  Afirma que Hölderlin, Kleist y Nietzsche habitan en la dimensión luciferina de la creación.  El argentino Estanislao del Campo produjo los poemas gauchescos que tituló Fausto (1866) como efecto de asistir a la ópera Fausto de Gounod en el Teatro Colón. Trata del contraste entre la realidad del campesino, su lenguaje y el arte de Europa.  La influencia faústica y lo demoníaco distingue  con mayor presencia su intervención en culturas de raigambre anglosajona y germánica, selladas por la tradición judeocristiana y la represión espiritual señalada en la historia por el genocidio de las cruzadas y la brutal inquisición. Artistas europeos como norteamericanos introducen la creación demoníaca con  sentido de rebeldía e independencia ideológica. En América Latina la situación es distinta debido al mestizaje y el sincretismo religioso. El aparente predominio judeocristiano se diluye al intervenir factores africanistas y aborigen, ambas con la riqueza pragmática del pensamiento mágico (chamanismo) y sus deidades demoníacas.
Al tirar las barajas del Tarot y voltearlos aparece el Arcano Mayor Nº XV, el Diablo.  En éste método de investigación sicológica, que predice el porvenir, ésa carta simboliza pasión, fatalismo, magia, elocuencia, predestinación y lujuria. La figura es un hermafrodita con alas de murciélago, patas de cabra, manos de mono y cuernos, de sexo masculino y senos femeninos.  Significa el hombre encadenado a la naturaleza por el  instinto animal. Inaccesible a la lógica es presencia onírica y contrario a la templanza. En la mano derecha sostiene una antorcha representativa del fuego astral, Luzbel (luz mañanera), Lucifer, transmisión de la vida (torcha: Falo). Anhela ocupar el lugar de Dios y abolirlo. Si consideramos  las desigualdades obvias  la idea del binomio indica, por evocación a la concepción china de las energías binarias del yin/yang en la filosofía del Taoísmo, el ser y no–ser.
En Latinoamérica son escasos  los  escritores que eligen el asunto del ángel renegado y Jiménez Ure es uno de ellos. Con lirismo postula un ideario de repercusión intemporal en la ordenación social, material,  síquica y espiritual, mediante  explicaciones hermenéuticas. Se apodera de la capacidad de remisión que traslada a la realización comparativa y referencial.  Así, la incidencia polisémica como propiedad de su creación proteica se proyecta en red de asociaciones que forzosas  desembocan en la metáfora del mito personal. Poeta y pensador se compenetran al fundir razón y sensibilidad, creando con matiz órfico la obra de lenguaje y arte poético. Elabora moldes propios, desecha formas fijas y ensaya métricas al unísono de trazos lingüísticos que guían a lo esencial de sus visiones. La metamorfosis instituida en los textos no es óbice, al contrario, para confrontar con diferentes libros y propiciar conjeturas que contribuyan al acercamiento valorativo. Es recomendable la lectura de Aproximaciones a la obra literaria de Alberto Jiménez Ure (1991), compilación de críticas y entrevistas que hizo Fernando Báez y El horror en la narrativa de Alberto Jiménez Ure (1996) escrito por Luis Benítez. La voz del poeta interviene optimista ante el futuro promisorio y liberador: «Me muestro abatido y lo estoy.  Arrepentido no. / Abrumado sí; pese a lo cual, esta noche y otras dormiré feliz. / Despertaré y el mundo será otro: engendro de mi imaginación./ Es cierto:  La literatura me redimirá»

-IV-
Revelaciones de Jiménez Ure: la clave gnóstica
Por Ennio JIMÉNEZ EMÁN

El libro Revelaciones (1997), del escritor venezolano Alberto Jiménez Ure, a mi parecer, está imbuido de ideas gnósticas subyacentes al tema central del mismo: la confrontación Dios-Demonio. Veamos en qué sentido. Comentaremos primero algunos de sus textos y luego los relacionaremos con algunos tópicos de la doctrina gnóstica. Según lo explica su autor en el pórtico, este texto perturbador surgió en medio de una profunda depresión y como producto de una crisis existencial: «Revelaciones es la compilación de los mensajes que, bajo extrema depresión, capté de alguien al que no puedo precisar cual dibujo encima de una blanca hoja (...) Por ello, advierto: desde el Principio del Tiempo los intelectuales hemos sido réplica de una entidad pocas veces codificable, de la Palabra Misteriosa, predecesora», afirma Jiménez Ure.
Compuesto de 61 textos, el libro expone desde sus comienzos una blasfema imprecación contra el Dios bíblico del Antiguo Tetamento. La creación acaeció con un fin malvado: «Ocurrió para divertimento de un hacedor perverso: de ese a quien nombran Dios» (XXVI). Plantea el mismo una apología del mal a través de un discípulo del Maligno o aspirante a Primer Príncipe o Príncipe de Legión que, a medida que se va iniciando, va exponiendo la doctrina que le es revelada: «Impartirás el conocimiento del Mal que suplirá definitivamente al Bien», declara la voz poética. En el texto XXIII esa misma voz poética afirma: «No hay razones para ejecutar el Bien/Cuando del Mal viven los pueblos». Es más, el Mal forma parte de la naturaleza de ese Dios que tentó a la pareja primordial para luego castigarla eternamente a través de la especie. El «Torturador Bíblico», se le denomina en el texto XIV. Si este Dios -se pregunta la voz poética- es tan bondadoso y sensato, ¿entonces por qué creo a partir de La Nada y El Caos un mundo donde el mal existe enseñoreándose raigalmente sobre él?: «O, acaso, no reina el Diablo por encima de/Los hipócritas mandamientos de su espurio progenitor», se pregunta dicha voz en el texto número III. En fin, el mundo y con él la especie humana, debieron haber permanecido en La Nada, «estadio del cual nunca debimos partir para experimentar/Dolores, tragedias, desigualdad, humillaciones, odio u oprobio» (XLIII) «La Nada espera a la materia porque la existencia/Es una fosa incolora que, en el espacio infinito,/Se absorbe a sí misma y cuanto contiene» (XLIV)
El trasfondo del libro plantea una confrontación o un conflicto maniqueo, expuesto por el iniciado entre dos entidades o divinidades: una propicia y otra perversa, sólo que aquí se invierten lo papeles. A la tradicionalmente buena se le considera un «Falso Bienhechor» y a la malvada se le asigna el papel de Iluminador. Ahora bien, separando estas ideas del Antiguo y Nuevo Testamento y tratando de conectarlas con un trasfondo gnóstico, por ejemplo, recordemos que Manés (Mesopotamia, 246 d. C.) creador de una gnosis dualista derivada del mazdeísmo iraní o zoroastrismo, de la que después se alimentará el catarismo y otros círculos teosóficos, considera, como muchas otras sectas, que el mundo actual es una creación del Arconte o «Príncipe de las Tinieblas», equivalente al Dios del Antiguo Testamento, enfrentado a un Dios bueno que a veces toma la forma de «Ángel Caído», invirtiéndose así los términos convencionales del Bien y el Mal.
Un estudioso de la materia como Harold Bloom, en su libro Presagios del milenio(Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1997), plantea que el Gnosticismo es tan viejo como la religión misma. Siendo en sus orígenes una tradición herética de la religión ortodoxa hebrea (siglo I a. de C.), es considerada incluso como una religión por el estudioso judío Hans Jonas, una religión paralela, en permanente contradicción con la institucional, aunque sin embargo siempre se planteó como un culto del que no se conocieron en el mundo antiguo templos o iglesias. Escribe el ensayista: «El Gnosticismo y la gnosis fueron antaño un fenómeno elitista: una religión para uno pocos, casi siempre intelectuales. No creo que sea algo deplorable o encomiable: la imaginación espiritual no suele ser un don universal. Blake, que tuvo su propia gnosis, opinaba que una sola ley para el león y para el buey era opresión»
Así, pues, según esta tradición, en sus orígenes hebreos, opuesta a la falsa creación del Génesis, el nacimiento del Hombre es una catástrofe o una caída infortunada; como bien afirma Blom, este hecho «nos presenta la historia central de todo Gnosticismo, la caída de Antrophos, el hombre primigenio o «Adán-Dios», hasta convertirse en el «Adán Inferior», nosotros mismos. Para el ensayista estadounidense, antes de los cristianos, ya había tradiciones judías que proclamaban que «Adán era un ser superior a los ángeles, y lo consideraban el verdadero profeta, o Christos, el Cristo Ángel», siendo uno de los primeros gnósticos el samaritano Dimón el Mago, dicípulo de Juan el Bautita y supueto rival de Jesús el Mago.
Posterior a esta tendencia inicial, surge aproximadamente 200 años después el llamado Gnosticismo Alejandrino, cuyo representante más importante y reconocido fue Valentín de Alejandría (100-175 d. C.), considerado por muchos como el más impórtante de los gnósticos. De él sólo se conoce uno que otro sermón completo (por ejemplo, El Evangelio de la Verdad y fragmentos «sentenciosos y enigmáticos» al igual que segmentos de una obra poética: Cosecha de Verano.Según la tradición valentiniana, un «demiurgo«» o «dios falso» creó el mundo y nos hizo descender del lugar divino que nos era propio en la plenitud o pléroma, y nos echó a otro de la creación-caída, tal como lo plantea el texto de jiménez Ure. Por ejemplo, según la gnosis de Valentín, el mundo actual es el kenoma o vacuidad cosmológica: «Lo que somos ahora está infestado de demonios y atrapado en una concepción del destino gobernada por unos ángeles hostiles llamados arcontes», los «príncipes de nuestra cautividad», expone Bloom, como ya lo habíamos señalado antes en la gnosis de Manés y como es planteado por Jiménez Ure en varios de los textos señalados (XLIII, XLIV).
Así, pues, si apartamos la lectura del libro de Jiménez Ure del aparentemente explícito simbolismo convencional bíblico y lo relacionamos con la tradición gnóstica, encontramos que la idea principal de ésta es explicar la Caída y promover la salvación en un mundo donde la creación tiene un carácter esencialmente malo ya que es concebida por un ser «perverso», tal como se trasparenta en los textos de Revelaciones. Es, pues, como hemos visto, una constante de las diversas sectas gnósticas plantear una contradicción entre el Bien y el Mal, entre la Luz y las Tinieblas, sólo que estas categorías dejan de tener el sentido tradicional bíblico, el cual es siempre rechazado por dichas sectas. Como afirma el estudioso Hervé Masson: «Con excepción de las sectas judaizantes, la mayoría de los gnósticos rechazaban casi todo el Antiguo Testamento, considerándolo una obra falaz de los profetas inspirados por el Dios de los judíos». Yavé, decían, no era otro que el mismísimo Demiurgo, el creador irascible, rencoroso y cruel de este imperfecto mundo. Sólo desprecio le inspiraba el «Dios del Génesis», cuyo «espíritu flotaba sobre las aguas», que se dejaba engañar por Adán y Eva y la serpiente, que se «arrepentía de su propia creación». Este Dios era malo y limitado. Se trataba del «Segundo Arconte», el «hijo del Caos», «Ialdabaoth» (Manual-diccionario de esoterismo. Editorial Roca, México, 1975).
Así, para la tradición gnóstica valentiniana, el Arconte Ialdabaoth es un «demiurgo» tan perverso que no sólo es culpable de la caída del hombre, sino que engendró a lo ángeles, guió a Abraham, engañó a Moisés en el Monte Sinaí haciéndose pasar por Dios y orquestó la pasión y crucifixión de Cristo. Si el actual mundo es obra de Ialdabaoth, entonces surge Lucifer como el verdadero salvador de la Humanidad Caída y resucitador del Antrophos Primordial. Para los gnósticos este personaje, «el portador de la luz», es la verdadera personificación de la Gnosis «que libera al hombre de la cadena de la ignorancia y le permite liberarse de la esclavitud en que lo mantiene el creador de este mundo malo». Jiménez Ure parece referirse a este conocimiento cuando en el texto XXXII expone:

«Quien ha nacido con el Don del Entendimiento se sabe
Irremedialbemente guerrero del Demonio: del bienamado
Capitán de la Llamas que, por intentar rescatarnos,
Frente a la maldición de lo existente o fatuapercepción,
Ha sido blasfemado y equivocadamente descripto
Por quienes se autodefinen bíblicos»

Por eso, para esta tradición la reivindicación de Lucifer, Luxfero o Luzbel no significa la apología del satanismo, sino una invitación a la adquisición y difusión de la sabiduría a través de la gnosis. Visto dede esta óptica, el texto de Jiménez Ure cambia de sentido, invirtiéndose los signos y eliminándose el carácter demoníaco-satánico-destructor de su mensaje: «El Demonio ganó la contienda/Contra el Arbitrario Creador e instaura el Bien Auténtico» (XXXIV), como en realidad lo afirma la gnosis.
Como dato curioso, y como bien lo estudia Bloom en el libro antes señalado, diré que la idea del Demoniocomo ente malvado no es hebrea, así como tampoco lo es la de los ángeles. Esta última provino del cautiverio de los judíos en Babilonia, donde pudieron apreciar lo que era una verdadera corte real, la cual reflejaba la supuesta jerarquía celeste y donde existían variadas criaturas aladas. La del Demonio como tal es más compleja. En la Biblia hebrea no existen ángeles caídos, incluso Satánno es un nombre propio (se le llama el Satán), sino título curialesto parecido al del fiscal. El Satán del Libro de Job es el «adversario», o fiscal, un sirviente de Dios que goza de buena posición y no es, ni mucho menos, malvado. «Volviendo a Isaías, 14, 12-15, cuando el profeta canta la caída de Helel ben Shahar, la etrella de la mañana, no hay duda de que se refiere al rey de Babilonia y no a un ángel caído, como han creído los intérpretes cristianos», afirma Bloom; y sobre Lucifer, el Satán caído significa en el texto hebreo «simplemente Lucero, y el Infierno es el bastante distinto Sheol, una especie de hades».
La idea de Satán como criatura diabólica enemiga de la Humanidad y su transformación desde la serpiente de Edén, es cristiana y de origen ecléctico, una mezcla de deidades malvadas angélicas y animales que toman de civilizaciones como la sumeria y asiria (Huwawa, Humbaba, Tiamat, Ahrimán), posteriormente transformada por San juan, San Pablo y San Agustín. Así, «los nombres de los ángeles proceden de Babilonia, y la pérfida naturaleza de los ángeles caídos viene de Persia. Zoroastro, más que el texto yahvista o Isaías, e, irónicamente, el verdadero antepasado de San Pablo y San Agutín», precisa Bloom.
Otro tópico expuesto en el libro es la «Teoría del Logos o Verbo», «Razón Divina» o principio activo que está en el origen de todas las cosas y que ha inspirado a la gran mayoría de las doctrinas gnósticas. Según ellas, todo se crea mediante la palabra, incluso el espíritu, tal cual lo expone Jiménez Ure en el pórtico. Igualmente, en el texto XXXVII se hace explícito el planteamiento: «En el principio, un nacido de la Palabra Misteriosa/Se erigió en Dios y Creador; Luego, sin vacilar, se atrevió/A la invención del cosmos y aparecimos para -absurdamente- sufrir», ideas que igualmente se conectan con todo lo expuesto anteriormente.
Estas pocas ideas comentadas aquí en torno a una probable influencia «inconsciente» del gnosticismo sobre Revelaciones, corresponden a una lectura personal, y sólo tratan de sugerir un enfoque diferente de dicho texto donde un misterio perturbador parece hablar por boca de su autor, quien se considera a sí mismo «un clariaudiente, un instrumento para la misteriosa formulación de antítesis. Un metapsíquico quizá, un perceptor del más allá de las cosas fácilmente asimilables». De ser así, entonces la mente de su autor debe haber ido igualmente más allá del simple dualismo convencional (bien Dios-Demonio, Mal) que estas páginas literalmente expresan. 

-V-
Sobre Dictados contrarrevolucionarios
[La inteligencia herida en la Materia Oculta de Jiménez Ure]
Por Teódulo LÓPEZ MELÉNDEZ

Alberto Jiménez Ure nos tiene acostumbrados a escribir sobre la materia oscura, la oculta. Lo hace de manera tan particular que no tiene doble en la Literatura Venezolana. Por vía de la poesía se propone mirar el reverso. También yo lo he intentado y logrado. He conseguido asomarme al borde de la expansión. Puedo asegurar que está hecho como lo describe Alberto: gases, moléculas, paradójico blanco en la negrura. Antes, o después, asegura que nos atraviesan las partículas, buen lector, quien lo duda, de Física Cuántica. Proclamarse inmortal no tiene nada que ver con el hábitat de carne y huesos que nos envuelve en esta corta visita. Los poetas queremos regresar al verdadero seno materno que no tiene líquido amniótico. Podemos vislumbrarlo en esta vida y hacia él iremos: es lo que denomino el otro lado. Podría decir que el silencio es la última expresión de la partícula.
Jiménez Ure, sin embargo, permanece un poco, todavía, en este otro y establece sus reclamos. Casualmente ahora leo al Sartre de un libro secundario y digo que las cosas no se aceptan, se asumen, porque son derivaciones de una condición, la humana. El poder, ni siquiera supremo, puede entrar en la mente eufórica de un poeta, pero, mientras estemos aquí, nos toca insultar al tirano. Sin libertad no podríamos adelantarnos al viaje. Claro que es perversa la libertad: nos permite decir cosas que el común no entiende. Lo diabólico está siempre presente en Jiménez Ure. Cuando hice mi viaje anticipado no vi a Dios ni a su contrario.
Ningún escritor escapa de su tiempo, aunque no escriba directamente sobre él. Alberto tampoco. Hay tiranos, desviaciones políticas, rechazo del ejercicio de lo concerniente a la polis. La mujer, siempre. Y los inconvenientes del momento.
Alberto asegura que no escribe poesía convencional. En realidad, la que lo es no es.  Aquí hay poesía. Jiménez Ure es el escritor que es, pero quizás nadie ha dicho de su profunda religiosidad. Dios es la resignación, Lucifer es la imaginación. Es en este sentido que deben entenderse las continuas apelaciones de este escritor a un mundo diabólico. Jiménez Ure es un reclamo desesperado a la inteligencia y a la bondad. Todas sus imprecaciones se deben a un entorno hostil donde prevalece la violencia, la deslealtad y la falsificación. Vean como apela al Bien desde un estado de absoluta ira. Si alguien no lo ama por sus antecedentes de escritor feroz es porque no tiene la comprensión de una inteligencia herida.
Él y yo hemos compartido muchas cosas, incluso viajes, pero ahora él sabe que yo sé y yo sé que él sabe. Por eso lo acompaño así:

La esencia/semeja la inundación de la represa/bajo las aguas/cuando, en el fondo,/no haya secreto.

 

-VI-
Iluminado
Por José Antonio YÉPES AZPARREN

Alberto Jiménez Ure es un caso raro en la Literatura Venezolana; pues es uno de los autores más prolíficos y quizá el más atacado y, al mismo tiempo, el más estudiado de nuestra nueva literatura, con casi treinta años en el oficio de las letras, desde finales de siglo veinte a esta parte. Y por si esto fuera poco, el que más interés ha suscitado en las generaciones más recientes y en cierto sector intermitente (pero honesto) de nuestra crítica; que ha sabido situar sus hallazgos e indagaciones, entre ellos, por ejemplo, la pluma fundadora y lúcida de un Juan Liscano, quien al morir dejó un libro inédito sobre este autor ciertamente tan incómodo como leído; repudiado como admirado, publicado como vendido, que ha sabido despertar en los lectores dentro y fuera de nuestro ámbito una  resonancia inusual, precisamente por no ser para nada acomodaticio y por sus atrevimientos en los temas que trata.  El carácter polémico de sus temas ejerce una fascinación que produce las más contradictorias posturas o reacciones, pero no deja ileso a quien se aventure en su escritura. Así, pues, casi innecesario decir que sus libros, son al poco tiempo de publicados difíciles de encontrar.
Hace más de doce años dejé escrito en alguna parte que el desacato y la irreverencia le eran característicos: «dos vías para lo real imaginario». Aún los años transcurridos, es notorio que la rebeldía indisimulada y resultante de estas dos vertientes mencionadas por mí como intrínsecas en la escritura de este narrador, ensayista y poeta de sintaxis castigada y enrarecida por un aire intemporal (pero nunca arcaizante y sí cada vez más sintética), mantienen su carácter multiplicador y de indagación de una realidad que otros escritores no se ha atrevido jamás a ensayar o abordar. Si bien yo prefiero el autor de sus primeros libros de cuentos y sus primeras novelas, cuando todavía su atrevimiento no se enrumbaba por otros fueros más descarnados y provocadores, su escritura no ha dejado de seducirme, aún en los momentos que no comparto sus temas, por su impecable escritura, rigurosa y sugerente; y ciertamente también porque pocas veces en nuestra literatura he encontrado un autor de una honestidad a rompeolas y «contracorriente» en la que se ha mantenido aun en los momentos más difíciles del oficio de escribir: al abrir sendas nuevas y transitarlas sin importarle la acogida que puedan dispensarles los otros (los lectores y la crítica, ésta última hoy ya inexistente en nuestro país). Esa honestidad y su carácter nada acomodaticio, paradójicamente, le han valido un interés, como señalé antes, que causa no poca sorpresa. Y, precisamente, por ello, comprensible.
Iluminado, su libro de poesía más reciente (Fondo Editorial de la Universidad Centro-Occidental  «Lisandro Alvarado», UCLA, Colección Poesía, Barquisimeto, 2004)  nos vuelve a mostrar que el autor sigue fiel a sus principios y a su manera de ver el mundo y asumirlo, abordarlo y volverlo escritura…. El tono de estos poemas es, a diferencia de otras ocasiones, más cercano al aforismo o al epigrama. Y las primeras dos partes del libro, aun la innegable correspondencia con la realidad, se me figuran que también pueden ser las elucubraciones de un monje taoísta laico; que escribe sobre el poder en pergaminos para tan sólo pegarlos en las paredes de su habitación (o de una ermita), sin intención de ser publicados, sino para contemplarlos en la más austera soledad esencial… Esta sección me hace pensar o me hace patente que los hombres y los tiempos pasamos y los libros quedan. Y que estas terribles sentencias acendradas en la filosofía mantendrán su carácter letal por siempre. Y también ese siempre se ensanchará para mantenerlo como un contemporáneo de los diferentes tiempos por venir, incluso los más distantes a nosotros.
En las otras secciones es donde encuentro su tono más natural de otros libros; y la poesía, sin dejar del todo la forma aforística o su honda concentración verbal, se aúna más acrisoladamente con el lirismo, como en el texto dedicado a Juan Liscano  [El lenguaje] o, en otros casos, para exponerse o disparar axiomas filosóficos, sentencias, hallazgos o dejarse llevar por entero ante el rapto o la pulsión de la poiesis en instancias y temas que le ha ido dictando su diario acontecer en esta parcela del mundo.
Iluminado es no sólo un libro de poemas o un conjunto de textos donde se hace evidente la imposibilidad refractaria de los géneros en donde la poesía puede confluir y donde el autor indaga y se confiesa, a modo de un diario, para dar o mostrar las imágenes en lo más crudo de su pensamiento. Es, para decirlo, de otro modo más llano, un libro de un filósofo que escribe poesía, pero también poesía castigada para que las palabras digan al fin sus silencios más escondidos o lacerantes.
De tal suerte, Iluminado, más que un volumen inclasificable, es un texto plural que estalla entre las manos del lector. Después de leerlo sobrevienen el silencio y el pensamiento. No es decir poco de un autor en tiempos donde el pensamiento no sobreviene, como tampoco la palabra saturada de sentido: la palabra que piensa e incita a pensar.

-VII-

En la tierra de Abraxas

Por Néstor L. RIVERA URDANETA
[«Tengo muy mala opinión del ser humano».
Alberto Jiménez Ure. Diario El Nacional. Caracas, 15-11-1999]

Los cuentos y novelas del escritor Alberto Jiménez Ure (Estado Zulia, 1952) recrean territorios extremos de esta civilización convertida en instrumento de su auto-aniquilación moral.  Pero, más allá de señalar lo terrible para quedar a salvo en la acera opuesta, o legar moralejas didácticas, este escritor solo ha querido execrar algún malestar interno en cada obra y ponerse a salvo de su propia naturaleza abraxiana tras reconocerse parte de esta misma «Humanidad» que tanto rechaza.
De allí que la desacralización de la vida humana mediante textos críticos que rechazan la fatuidad del ser convertido en valor de cambio, la otredad maléfica, la corrupción política y el torcido manejo de las leyes, las relaciones erótico-sexuales como importantes indicadores de poder y de la necesidad de recibir y aplicar violencia en acto de liberación, vienen a erigirse en la estructura discursiva central de su obra, convirtiéndolo en un escritor sui generis  -e incluso visionario- por su dilatada y profética toma de conciencia sobre estos elementos.
Desde Acarigua, escenario de espectros (Punto de Fuga, 1976) han pasado treinta años y ya en ese entonces el escritor se negó a encajar  en  cánones  literarios tradicionales; de allí que toda la obra jimenezuriana –más de una treintena de libros- ha estado al margen de la prosa que vindica lo telúrico de la tierra, el realismo mágico y el realismo citadino, originando, en consecuencia, un constante interés por sus escritos, tanto en nuestro país como en el exterior.
Este escritor reconoce que prefirió un estilo propio, alucinante, escatológico, perverso, insólito, pero a la vez dotado de «mensajes narrativos» (Barrera Linares, 1997), y de planteamientos filosóficos, nihilistas.  Seres desvalidos y otros demoníacos, confrontados en eterna lucha Bien-Mal, deben coincidir para desenmascarar la esencia terrible del Hombre, mientras están tocados por «un afán de renovación espiritual y física que se hace manifiesto en frases contundentes, llenas de calor y de profundidad» (Gil Otaiza, 1997). Así que, reiterar mediante reflexiones e historias apesadumbradas, desacostumbradas, perturbadoras, el rechazo por el caos en que derivó el ideario de la modernidad, ha sido su principal propósito desde la década de los 70 del siglo pasado.
Su forma de expresión se nutre no sólo de los artificios que emanan de la ficción, sino que acoge e interpreta los fenómenos sociales suscitados en medio de una amplia diversidad de planos tangibles y verosímiles, acosado e influido por lo presenciado desde la infancia, tal y como revela en tono autobiográfico en el volumen de textos breves Inmaculado (1982): «Tarzio, que había crecido entre pozos de petróleo y gente hostil a las Artes, fluía entre las escrituras cultas  y lo único que admiraba (aparte del Relámpago del Catatumbo) era la Filosofía.  Según él sólo un Platón, un Berkeley o un Shopenhauer pueden decir en otro mundo que sus vidas tuvieron sentido en la Tierra.  Y  buscaba, con avidez, merecer un sentido para su propia vida» (pp. 71-72).
El autor ha comentado que su trabajo también está estigmatizado por lo paranormal y místico, junto a todas las pasiones y aberraciones humanas en conjunción. Si atendemos a esto, junto a lo que señala Juan Liscano en Panorama de la Literatura Venezolana Actual (Alfadil, 1995) acerca de las carencias abismales en la literatura nacional a la hora de abordarse el oficio de escribir,  se deduce que Jiménez Ure ha legado una bibliografía valiosa y orientada, en toda su magnitud, al llenado del vacío que dejaron ciertos bloqueos estilísticos.
Cuando en 1976 llegó a sus manos un ejemplar de Acarigua, escenario de espectros (Punto de Fuga, 1976), Liscano (1995) también comentó acerca de Alberto Jiménez Ure que «su literatura rechazaba el costumbrismo y el realismo urbano, el actualismo y el inmediatismo imperantes, la complejidad estructural.  Predominaba el nihilismo sin proposición alguna redentora y, sobre todo, construía con ideas y no hechos existenciales» (p.282).
Pero, la voz más esclarecedora ha sido la de Juan Calzadilla Arreaza, quien trasciende de la superficie obvia y ubica a Jiménez Ure en un estadio filosófico intermedio entre Borges y Lezama Lima, pero aún más cercano a Juan Emar.  Y va más allá al expresar que «no construye, ni desarrolla.  Si insistimos en hablar de fantástico, de filosófico, será forzosamente en un nuevo sentido» (p. 35). Calzadilla Arreaza sigue hurgando en la extensa producción jimenezuriana y comprende la intención del escritor zuliano; de allí que aseverara: «Más que de construcción (…) parecería tratarse de destrucción.  Sintaxis del antojo que no carece de rigor.  Jiménez Ure practica, sistemáticamente, no sabemos si concienzudamente, una especie de caos-análisis: reducir la realidad apenas representada a una descomposición posible, a su máxima expresión caótica, a sus mínimos elementos aleatorios» (pp. 35, 36).
Para Jiménez Ure, escribir ha sido un acto liberador, de expiación ante el bombardeo constante de cotidianidades que hacen estragos, como si la saturación de la violencia pudiese engendrar un espacio posible para la conciliación con el espíritu y el lado menos lacerante de la humanidad, para alcanzar la tan ansiada paz interna rechazando «a la Babel de la modernidad tardía y, por lo tanto, sus temores apocalípticos»  (Vattimo, 1997).  

-VIII-

Desahuciados

Por Héctor LOPEZ

Jiménez Ure, con Desahuciados (coedición entre «Monte Avila Latinoamericana» y la «Universidad de Los Andes», Caracas, Venezuela, 1999), su última novela, logra condensar las líneas más características y significativas de su narrativa. Lo hace, sino en oposición de la estructura y característica de sus personajes, si en el sentido de los objetivos que estos se plantean. Con esto, quiero decir y significar que, siendo fiel a si mismo o a su escritura, ha dado un giro por acercarse más a lo social. Ya los personajes tienen un interés y una preocupación que se integra a las necesidades colectivas. Con eso la novela se acerca a la parodia de un mundo político enrevesado, que busca clarificar sus sentidos. Al mismo tiempo, nos enfrenta al mundo alucinante de las utopías de fin de milenio. Pero, frente a esa  desarticulación de los valores humanos, donde la economía se ha tragado todas las formas de relación y el hombre ha perdido todo el espacio de su libertad, estos «desahuciados» conquistan su capacidad de lucha y no se rinden hasta lograr implantar un mundo más humano y justo, derrotando así las fuerzas más pesimistas de la sociedad. Sin embargo, los temas recurrentes en la literatura de Jiménez Ure, están presentes. El nombrar los objetos por sus características y funciones en una especie de anacronismo. La referencia a una sexualidad problematizada, demostrando la tesis de la relación entre el sexo y el poder, indagada por Michel Foucault; pero sin olvidar la responsabilidad social y política de la producción social de eunucos. Paródicamente, los hombres del poder, los que no son «desahuciados» han cometido distintos tipos de delitos, es decir, son verdaderos delincuentes que su condena pareciera ser la de ejercer el poder. Este cambio de perspectiva en la narrativa de Jiménez Ure, que me parece fundamental, le ha dado una dimensión distinta a toda su producción y nos permite leer los conflictos sociales dentro de un espacio que se aleja de lo aberrante, de lo desquiciado, de lo estrictamente personal, de lo enfermo, para dejarnos frente al espejo que nos muestra el rostro de una sociedad anarquizante, dura, deshumanizada y deshumanizante, una sociedad que requiere cura para distintos males, entre ellos el de la depresión. Cito: «-Para tu curación, te ofrecemos sesiones de pláticas y la opción de beber De la Miel»
Los XXXVI capítulos que constituyen la novela nos muestran como un grupo de hombres y mujeres van conformando un comando que se propone lograr la liberación de los hombres marginados o «desahuciados de la sociedad». Debo resaltar que el grupo pertenece a lo que podríamos llamar clase media. En esa búsqueda enfrentan la política del régimen y soportan las represiones del mismo, hasta que son exiliados unos y ejecutados los otros. Los exiliados descubren una dimensión distinta de la realidad (descubren que son eunucos y otros una concepción sobre los derechos humanos), en una sociedad que les resulta extraña y que terminan por  dominar, hasta lograr reunir un «ejercito de liberación». Mientras eso ocurre,  uno de los exiliados es expulsado y tiene que regresar a su patria. Pero, contrariamente a lo que se puede esperar, es bien recibido por sus antiguos represores, hasta el punto de ser promocionado socialmente y también termina conquistando el poder, produciendo una revolución.  Cuando llega el ejército liberador, lo que se produce es un encuentro de hombres libres: «vivirían emancipados de todo lo que duele, nunca de la palabra y la acción». Se logra -así- una sociedad marcada por el principio del placer. Cito el último párrafo de la novela: «Los organismos multiplicarían y tendrían por impulso espontáneo el hedonismo, el placer ininterrumpido, excelso y sin la intervención de la Moral. No habría hombres, sino seres libres: felices de una condición natural y exenta de miedos absurdos...» Para terminar como las escrituras bíblicas:

«Yo fui el que era, sería el que fui y me transformé en La Nada. Quien tenga oídos y ojos escuchará mi voz y verá en mi muerte la suya: el fin del sufrimiento»  

Indudablemente, esta será  una de las novelas representativas de los noventa, con toda su carga de preocupaciones y expectativas sobre el futuro y juicio sobre la Historia y la Política, no sólo venezolana, sino del continente. En ella quedan al descubierto los núcleos de la escritura de Alberto Jiménez Ure, de la razón de sus preocupaciones y la consolidación de una estética que -a lo largo de los años y las obras- ha ido cobrando sentido y un lugar en la narrativa nacional. No me resta más que celebrar la aparición de esta obra que nos entrega un espejo donde mirar y reconocer nuestro rostro social y quizás individual. Con ella, Jiménez Ure fija un espacio en el panorama de nuestra narrativa, a pesar de los gustos y dureza de una forma de escritura que nos lanza en el rostro una imagen que nunca queremos ver ni reconocer, pero que también, devela fuerzas y aspiraciones que tampoco hemos sabido ni querido explotar. Esta novela es el otro perfil  de nuestra sociedad y de nuestra novelística; el desconocido, el oculto, el que nos inspira un poco de temor y, al mismo tiempo, el que nos atrae con sus imágenes y el espacio de libertad que nos ofrece.
Con esta novela, Jiménez Ure nos obliga a rehacer la  lectura de la narrativa venezolana y, definitivamente, se incluye, ineludiblemente, en ese panorama.  

-IX-

Análisis del libro Desahuciados

Por Marisol  MARRERO

«Cada cual se mira en los otros, cada cosa es todas las cosas» 
(Plotino)

El sufrimiento se debe, sobre todo, al hecho de que el ser humano tiene considerables dificultades para encontrar el centro de su ser. Explorar la psiquis humana, sus escondrijos, madrigueras, y grietas, es doloroso. Por eso hay que ir con mucho cuidado hacia esa inmensa casa interior. Eso es lo que trataré de hacer con la novela  Desahuciados,  de Alberto Jiménez Ure (editada por Monte Ávila Latinoamericana en coedición con la Universidad de Los Andes, año de 1999). Hurgaré de cuarto en cuarto, escudriñaré gaveta por gaveta, miraré sus ropajes y pertenencias. Haciendo esto nos formaremos una impresión del tipo de escritor con el que nos topamos.
Jiménez Ure nos narra, en la citada y reciente novela, un mundo de escasez donde se agotan los recursos naturales y, por supuesto, donde cuesta mucho vivir. Ir hacia el futuro es volver a las miserias del pasado, a los eternos problemas del hombre: falta o abundancia de agua, de oxígeno, de alimentos, en fin, de los máximos o mínimos para existir, pues todo exceso  produce catástrofes, ya lo hemos visto en acontecimientos de nuestro país. Tanto la mucha tecnología como la falta de ella lleva a la destrucción.
Es ésta una extraña novela, llena  de recovecos psicológicos. Al final se logra un todo coherente, a partir de la enmarañada psique de los personajes, solo hay que hallar las claves que permitan comprender esta particular historia. Pero, no adelantaré detalles alrededor de la trama antes de analizar su fantasía, el esclarecimiento de su situación vital, porque sabemos que la tendencia más profunda de la psique es la de representarse a sí misma a través de ella. Las fantasías son representaciones simbólicas de nuestras vidas, y la valentía de Ure está justamente en aceptar lo malo y lo absurdo del ser humano como partes naturales e innatas de él. Pero, descubrirlo nos molesta porque no queremos aceptar lo horrible que llevamos dentro.
Lo turbio es la máscara que el autor usa para proyectar la imagen deseada. Alberto nos revela un territorio donde el oxígeno se acaba, el agua escasea, y la energía solar se vende. Un posible mundo del futuro, al cual se ha llegado por la deficiencia  mental del ser humano. Aquí hay enfermos del cuerpo y del espíritu, depresivos por montón, y docentes destituidas de las universidades por sus ideas revolucionarias. ¿Quiénes son estos personajes? ¿Contra quienes se rebelan? ¿Cuáles son sus castigos? Todas estas preguntas debemos hacérnoslas para acceder a la complicada trama. En la ciudad del horror, Humandetritus, se establece la eterna lucha de clases, en este caso, los aventajados contra los desahuciados, que se rebelan contra el estatus, representado por los poderosos de siempre que mantienen dominan por medio de las armas.  La conspiración y la insurgencia son actividades penadas con horribles castigos, como ser «comidos vivos»   por niños predadores, «desollamientos en vida»   y «amputaciones de lengua».
El miedo y las pesadillas se concretizan en la palabra del autor. Este se complace en lo deleznable del ser humano, que por la falta de alimentos llega a consumir carne fresca, y carne salada de seres fallecidos. ¡El horror impera en la ciudad!  En cuanto a los personajes, no copulan: hembras y varones tienen un orificio entre las piernas por el cual orinan y defecan. La inseminación es artificial.
Uno se engaña sobre los motivos de sus propios actos, no se percata de los mismos sino a posteriori. Esto sucede en la novela de Jiménez Ure. Los castrados, los rebeldes, no saben hacia dónde van, ni de las consecuencias de sus actos. Aquí todo se invierte, se podría decir: «-En mi final está mi principio». O, también: «-Principio y final son extremos de la misma cosa».  Los personajes, angustiados, sufren depresiones, quieren morir, porque existen vejámenes que no se pueden permitir, pues lesionan su orgullo, su psique. Por todo ello, en esa ciudad existen  persuapsíquicos como Palas de Athenais, para tratar de curar los trastornos psicológicos. ¿Quiénes se rebelan? Al final de la novela los miles de desahuciados pasan a la «fase esperpéntica» por falta de alimentos, asfixiándose por tener bajos salarios que no le permiten obtener oxígeno. Ante este estado de cosas surge la rebelión para derrocar al tirano, comandada por una mujer (Afrodita).  A ella la acompañan en la revuelta: Fosfuros De Antares, y el persuapsíquico Palas De Athenais. Descubierta su conspiración, son exilados hacia una región llamada Demarcación Tropical, la cual descubren como un paraíso  de bondades, lleno de alimentos frescos, donde los hombres reconocen en la vagina el albergue del pene y copulan para procrear. Por cierto que esto le trae problemas a Fósfuros y a Palas cuando se ven en la situación de acostarse con unas chicas de la demarcación. Para Fosfuros fue un trauma, incluso es puesto preso por violar a una mujer utilizando una serpiente (al verse frustrado por las burlas de esta, cuando lo vio  castrado). La situación de Palas fue distinta, y es digna de un análisis especial.
Freud, en  su ensayo La organización genital infantil, descubre la gran afinidad de la forma final de la sexualidad infantil con la estructura definitiva sexual del adulto. En la primera fase el niño no admite sino un sólo órgano sexual, el masculino, para ambos sexos. En el caso de la novela es el femenino, ese hueco que les quedó de una sociedad castradora a nivel físico y mental.  El novelista se concentró en esta primera etapa del desarrollo sexual, pues todos son castrados. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el persuapsíquico Palas de Athenais, o, mejor dicho, su apellido, corresponde -en la Mitología Griega Antigua- al sobrenombre de la diosa Athenea, que significa “La Virgen”. Según la tradición, nació de la cabeza de su padre ya adulta y armada del escudo y de la lanza. No sé si fue intencional o un desliz del inconsciente. ¿Qué mala pasada habría querido jugarle el inconsciente al escritor?
Ferenczi ha referido muy acertadamente que «el símbolo mitológico del horror, la cabeza de Medusa, se puede comparar con la impresión producida por la visión de los genitales femeninos faltos de pene». En la novela éste no es el caso, pues  todos son castrados. ¿Qué puede significar esto?. Freud agrega que, en su opinión, el mito se refiere a los genitales maternos en especial. Palas Athenea, que lleva en su armadura la cabeza de Medusa, es por ello la mujer imposible. El horror a los genitales maternos lo lleva a convertir la mujer prohibida, Palas De Athenais, en hombre, y, además, sin pene. Lo máximo de lo prohibido. El símbolo mitológico del terror, cuya visión ahoga toda idea de aproximación sexual. ¿Estamos ya claros? No hay  ninguna posibilidad de incesto, sólo queda la paz y la tranquilidad, por los momentos.
En la segunda etapa de la formación sexual, el niño desarrolla una gran curiosidad. Fosfuros de Antares es un ejemplo de esto, pues muchas de las agresiones sexuales que el pequeño realiza, verificables en una edad posterior, serían juzgadas como manifestaciones de perversidad. Se revelan en el análisis freudiano como experimentos (cortar la cabeza de la serpiente para meterla en la vagina de la mujer) puestos al servicio de la investigación sexual. Por fin descubre que no todos son iguales, que existe «lo otro», pene y vagina.
En la tercera etapa, sobreviene el horror a la falta de pene. ¡Me falta ese algo! ¡Nada me cuelga! ¡Nada se balancea allá abajo! Después de leer esta novela, nos damos cuenta de que no es por casualidad que Alberto Jiménez Ure es uno de nuestros narradores más leídos en el exterior, hasta el punto de que los periódicos le dedican hojas enteras. Cosa que en nuestro país parece desconocerse o ignorarse. Recomendamos su original escritura, como una salida a tanta repetición.

-X-
Alucinados
Por Carlos DANÉZ

Baudelaire comienza sus Flores del Mal con un poema dedicado al lector, al que llama hipócrita, ya que si no ha violado, ni ha incendiado, es por causa del miedo. El lector es su cómplice, su semejante y hermano, el haría cualquier cosa por liberarse del tedio. Alberto Jiménez Ure, en el género de la novela inmoral, es un maestro como lo son Sade o Diderot; concibe personajes y sociedades sin miedo, donde el ejercicio de la «moralidad» no es un obstáculo para el libre desarrollo de la concupiscencia.
En Alucinados, este autor de novelas breves no exagera ironizando la patología de la sociedad en la que vive: sino que resalta, mediante una leve distorsión, algunos rasgos particulares y colectivos como la drogadicción y el alcoholismo, la corrupción, la lujuria y la traición; jugando, libremente, con esos valores en una suerte de fantasía literaria. Nada de lo que sucede en esta novela le es extraño al lector y, por eso, su atención queda capturada durante el breve desarrollo de su contenido en ochenta y ocho páginas con letra grande.
Los personajes de Alucinados a, diferencia de los personajes shakesperianos, no hacen grandes reflexiones, sin embargo su extraordinaria actuación en la incesante y absurda acción dramática les permite cumplir con la máxima hegeliana de ser artistas de sí mismos.
Jiménez  Ure, al igual que el florentino Dante Alighieri, logran bucear en la profundidad del alma de los mortales, creando como consecuencia de sus enfoques y descripciones ámbitos aterradores. Lenguajes que se vuelven pavorosos al develar -sus autores- la condición humana, lo que los humanos no quieren ver de sí mismos. Si en Venezuela el vulgo leyera, bien pudiera acuñarse el termino jimeniano en vez de dantesco. Digo en Venezuela, ya que inmerecidamente Alberto es un autor poco conocido en el exterior.  Sus novelas deberían  estar en la librería «Espasa-Calpe» de Madrid, al lado de los libros de Kafka. Pero, en nuestro país continúan existiendo políticas editoriales sin criterio acertivo y en manos de parcialidades.
Como todos sus cuentos y novelas, un narrador desbordado pero parco retrae y contrae la acción, de una manera totalmente intuitiva. Notamos una profundidad mística [evidente presencia luciferina] en la «maldad» que en la devastadora acción acontece, para satisfacernos mediante el asombro que es capaz de producir esta especie de catástrofe creativa.
Su lenguaje sexual y sensual -como en una oportunidad dijera Juan Liscano- está impregnado de contenido sadomasoquista. Hay algo sapiencial y empírico en sus imprudentes, dementes situaciones que francamente escandaliza. Basta referir -en Alucinados- la elemental sensación de simplicidad, de la a su vez apoteósica metamorfosis que sufriera el personaje principal en cangrejo gigante.  Después de todo, pudiéramos estar aprendiendo un proceso de catarsis estética del imaginario colectivo, que hasta ahora se satisface con las representaciones de orgasmos y crímenes.
Todo sufrimiento es tal, porque está en su naturaleza prolongarse, así  nuestras vidas se convierten en pesadilla semejándose a la temporalidad narrativa de esta novela. Quedan así pontificados los espacios de la realidad y la ficción.
Una escéptica textura reflexiva se esconde tras las consecuencias de los hechos, que acontecen en primer plano de la narración. Pese a la personal postura ácrata del autor, en sus novelas afortunadamente no se precisa ningún propósito moral. Alucinados nos enfrenta a los lectores, con la grandeza del Mal; sobrecogiéndonos cuando lo disfrutamos, y nos estamos identificando de manera inconsciente con el espejo concupiscente que el autor despliega.
En ese sentido, es una ventaja que las novelas perversas de Jiménez Ure no sean más largas de lo que son.  Dejado en brevedad (desde su violencia figurativa) una sensación de infinito espanto.

 

-XI-
Cuentos escogidos
Por Juan LISCANO

De niño me gustaba oir los cuentos del acervo popular contados por mi tío Barceló, a quien yo llamaba «Tío Já Já»; o por la servidumbre, al calor del fogón que, entonces, año de 1920, era el alma de la cocina. Con el pasar del tiempo y después de leer libros de cuentos para niños y sumergirme en las historietas de piratas, indios, Búfalo Bill, detectives, llegué a la juventud. Leí muchos cuentos. Los breves me gustaron en particular. A veces, los largos me subyugaron como El corazón de las tinieblas  de Conrad. Ya contaba 20 años. Era en 1935. El año en que falleció el General Juan Vicente Gómez, después de una dictadura ejercida como Presidente Constitucional o como Jefe del Ejército, el cual él mismo había creado. Gómez, su poder, su terrible soledad.
Con el tiempo, me fui apartando un poco del género narrativo al cual había sido fiel hasta los años 50. De allí en adelante, exigí algo más que leer historias bien o mal aderezadas. Elegí. El trabajo con la poesía me alejaba de la narrativa, cuando no encontraba en ella alimento para la inspiración poética y la aventura interior del espíritu. La literatura por la literatura misma empezó a aburrirme. La literatura es para algo más, pensaba, no sólo forma y técnica. Discriminé. Hallé aliento y pensamiento en Gallegos, Lawrence, Hesse, Malraux, Huxley; Céline me asombró.
Y así llegué a leer los primeros cuentos de Jiménez Ure: quedé conquistado. El título era ya un hallazgo sugerente de misterio: Acarigua, escenario de espectros. Los publicaba unas ediciones desconocidas. Era en 1976. El librito contenía relatos atroces; todos podían llamarse con el título de uno de ellos: Umbral de otros mundos.  El personaje central, el protagonista inocultable, era la muerte; no como especulación filosófica o espiritual, sino como avasallante presencia en el aquí.  Jiménez Ure, a los 24 años, imagina once situaciones, once historias para la actuación de la muerte o, mejor dicho, para conocer la entrada hacia la muerte absoluta. Por lo tanto, sus invocaciones mortales no acceden al absoluto de la muerte, pero sí develan brutalmente la condición humana capaz de todo. Elucubración no propiamente de estética narrativa, sino de metafísica existencial, admitiendo que el hombre sopesa su cadáver.
Estos cuentos iniciales, si bien mantienen la acción de muerte en el discurso escrito, revelan algo que pertenece a la Filosofía, al innatismo, a las búsquedas esotéricas; que lo pensado es más real que la realidad empírica y que la muerte física, anecdótica, accidental o buscada, el suicidio, el tormento, el crimen, son umbral de otro  mundo  sin reflejo.
De modo que la obra toda de Jiménez Ure se mantiene dentro de estos parámetros y da lugar al despliegue de situaciones límites, paroxismáticas, que operan como negativos de un arte de pensar insólito, donde fuerza las fronteras de la realidad para asomarse, en vano, hacia otro mundo, en un ejercicio que jamás ha realizado escritor venezolano alguno.
Está emparentado, en esencia, con la obra de dos gigantes de la literatura, si literatura se puede llamar lo escrito por Kafka o por Beckett. Si en vez de haber nacido en Venezuela Jiménez Ure perteneciera a un país desarrollado, su obra -fundamentalmente indagadora de un más allá- ocuparía aquí un puesto de reconocimiento. Nada tiene que ver con lo fantástico: una receta.
Nunca hubiera sido un «best seller», como no lo fueron, sea dicho de paso, ni kafka ni Beckett. El «best-seller» es concepción de mercado y no de imaginación creadora óntica, filosófica, desordenadora del realismo y de todas las seguridades hipócritamente buscadas en lecturas vacacionales. Hasta cierto punto, la obra de Jiménez Ure podría calificarse con el término decimonónico de «maldita». No en el sentido de la bohemia en que nace y se mantiene, sino en lo arriesgado de la experiencia convulsiva y terminal. Jiménez Ure no es dado a la bohemia.
En su obra hay videncia; hay intuiciones espirituales trascendentes; hay erotismo sádico-masoquista, me atrevería a decir, casi redentor, por lo purgativo; hay ciencia-ficción; hay cultivo del crimen como acto de rebelión total; hay preocupación interior por el destino humano; hay develamiento, blasfemia, insultos congelados, parodia de secretos íntimos, aberraciones, incesto, invocación sesgada demoníaca, delirio, maleficio, descomposición, fermentaciones enigmáticas. Su obra -y es su principal mérito- elude la cantidad para buscar una calidad inusitada, la cual no se afinca ni logra su propósito en la extensión verbal, sino en lo breve, sucinto, un tajo de palabra, un filo de arma blanca en la oscuridad del mundo.
Nadie puede disfrutar leyendo a Jiménez Ure. Ingresa en lo insólito, lo desmesurado apretado en cápsula explosiva, en lo mínimo creciendo de pronto como un dinosaurio venenoso. Leerlo es un ejercicio de pensamiento y de trabajo interior. Estamos ante un universo semejante al de Bosco o Brueghel, al de los Caprichos de Goya en lo que este tiene de medieval. Y medieval es la obra toda de Jiménez Ure, por su atrevimiento ontológico propio de inspiración diabólica, por el ángel que se esconde, por la crueldad de lo representado: eterna crucifixión del hombre.
El rito fundamental del cristianismo es la crucifixión después del martirio.  En nada corresponde a la herencia de poder romano que el imperio agonizante dejó a la Iglesia. Esa contradicción entre lo intemporal del sufrimiento por predicar la Verdad   y lo temporal de gobernar con política el imperio que será cristiano, explica el rostro doble del Cristiano: el símbolo de la Cruz en la empuñadura de la espada.Por transferencia la Iglesia sigue y seguirá crucificando a Cristo. Sin embargo, esa dualidad esencial motivó la expansión de la Iglesia y de Cristo, una antinomia. Lo apasionante fue la absorción de los antiguos misterios de muerte y resurreccción, en el drama de la Pasión. Para el cristiano verdadero -y solemos serlo por momentos- el tránsito vital es una ruta que lleva a la muerte y a la resurrección del Juicio Final.  Nacer, morir a ese nacimiento repugnante, resurgir para encontrar el verdadero camino de la muerte.
La obra de resonancia interior inagotable  de Jiménez Ure, tras su apariencia demencial, demoníaca, delirante, blasfematoria, oculta la expectativa del más allá, al cual se asoman sus personajes esquemáticos, urgentes, urgidos, absurdos, espectrales, gesticulando en una representación terrorífica, sin principio ni fin, de la muerte y el sexo.
Hay que leer sus Cuentos escogidos (Monte Avila Latinoamericana, Caracas, 1995). Nos remiten a otros conjuntos narrativos anteriores: Suicidios, Inmaculado, Maleficio, Acarigua... Jiménez Ure objetiva, en pocas palabras y en frases cortas (eficaces, taladrantes), los comportamientos humanos más increíbles, todos entre sangre, sexo, semen, extravío y muerte.
Lo que me seduce en Jiménez Ure es su falta de respeto hacia la realidad, la metafísica contenida en sus píldoras cuentísticas, en sus mininovelas. Sus pensamientos, lucubraciones y poemas apenas transmiten el poder concentrado de su narrativa tan rica en situaciones de lo imaginario real, un modo de expresar la visión del mundo, entre la metamorfosis y la forma, la muerte y el enigma del más allá, la residencia en el umbral de todo lo que deja de ser.

-XII-
Confesiones acerbas de Jiménez Ure
Por Ennio JIMÉNEZ EMÁN

Alberto Jiménez Ure ha sido un cultivador persistente, perseverante y muy particular de la escritura poética. Conocido suficientemente en el ámbito literario venezolano por haber elaborado un corpus narrativo muy emblemático de nuestro desolado tiempo, mundo brutal e insensato que ejerce diariamente su macabro festín de perversiones, aberraciones y vicios irredimibles donde se desdibuja cruelmente la condición humana y que el narrador presenta de forma cruda, sin embargo ya desde la publicación de su primer volumen en este género: Trasnochos, poemas, 1970-1986, publicado en 1987, pasando por Luxfero (1991) y Lucubraciones (1994), dicha escritura poética, asumida en medio de espacios de angustioso desvelo, de reflexión vital o de furor existencial se vino a constituir en una estancia propicia para el cultivo de sus meditaciones, intuiciones, visiones, de manera concisa, alejada un tanto de su torrencial caudal narrativo poblado de seres inquietantes, esperpénticos, de pesadilla. El mismo autor había declarado en el postscriptum de Trasnochos: «Las poesía es un género menos difícil que la prosa y, sin embargo, rara vez los críticos encaran a los tramposos y los flojos de la síntesis filosófica. Indistintamente, he dedicado igual tiempo a la narrativa, la poesía o el ensayo. Si antes no quise publicar poemas fue porque no sentí la urgencia de los literatotastros por acreditarme». Así, en algunos de sus cuentos, novelas o noveletas, el narrador Jiménez Ure había insertado poemas suyos y de otros autores, o fragmentos de ellos, en boca de algún personaje con tono irónico o desolado. Incluso en su última novela, Desahuciados (1999), el propio autor se incluye, con su segundo apellido, como un poeta apocalíptico de la Centuria XX, habitante de una antiutopía ubicada en un país convulso en un futuro no muy lejano, e incluye varios textos, entre ellos uno de tono inquietantemente metafísico. Cito un fragmento del mismo: «Morí y no se produjo el fin de los tiempos,/Sólo me fragmenté en la paz:/Una quietud condicionada,/Perdurable si logras trascender/Los espacios de luz donde somos».
Pero en el texto que nos ocupa, Confeso (Universidad de Los Andes, Vicerrectorado Académico, 2000), el tono y los temas del libro se encuentran bien alejados de inquietudes metafísicas; se centran, más bien, en la reflexión filosófica o existencial, la concreción de algunas obsesiones, el aforismo, la actitud irreverente, la recusación radical de ciertos valores políticos. Por ejemplo, en un fragmento del poema número XI, su autor sentencia con sorna: «Al miserable que pretende dirimir mediante la ventaja/Que el Poder otorga, fíjale el día de su muerte y ríe durante la espera»(Ríe). Por el contrario, en el texto número VII, nos dice su autor, el verdadero poder reside en el lenguaje del creador, cuya práctica debería asumirse como oficio sacramental: «La palabra es el máximo y auténtico poder que de El Oscuro procede/Y nada impide que con su develamiento, las cosas que proyecta/Se sucedan más allá de quien llaman El Supremo...» (Elogio de la Palabra, p. 13). Por otro lado, la palabra escrita es igualmente instrumento esencial en nuestra guerra cotidiana, como sostén y defensa en un mundo hostil, carnívoro: «Que mis enemigos se cuiden porque, a partir del alba,/Me transformo en palabras y todos me perciben en mayúscula» (Elogio de la Palabra, supra). La palabra, pues, y por extensión la literatura, en un mundo que naufraga en la decadencia y donde el hombre se percibe como el verdugo del hombre, se arraiga y florece en los recovecos del espíritu brindándonos la posibilidad de una renovación interior, como queda determinado en el texto número XXV: «La literatura es un encuentro permanente con la muerte y resurrección;/Es hallarme, de súbito, en un intenso y epistolar vínculo con quien seduce mi espíritu»  (p. 37).
La filosofía, hermana de la poesía, fuente original del asombro, es denigrada en nuestros días, y acorralada en los basureros del intelecto por la mente racionalista que amenaza devorarlo todo: «Obvia e intelectualmente inferiores, abundan criaturas/Que ven a la filosofía cual basura urbana camuflada en preciosa piedra» (Denigrada filosofía, p. 5)
Para Jiménez Ure poeta, en líneas generales, el hombre de nuestro tiempo es un ser mutilado interiormente, guiado por oscuros intereses políticos o gregarios, alejado de cualquier auténtica aventura espiritual individual, habitante de un mundo que oscila entre la fragmentación, la dispersión, la muerte. Enderezarlo sólo sería posible llevando a cabo una mutación de todos los valores espurios existentes, cosa de por sí utópica. En este turbio panorama donde moran autómatas, entes cercenados moral y vitalmente, la sociedad le parece ser víctima de una funesta fatalidad donde sólo refulge nítidamente la imagen tormentosa y brutal de la muerte. En Similar a un patíbulo, texto XIX, declara: «No puedo afirmar que siempre es nefasto el advenimiento de la muerte;/No puedo dejar de ver al mundo similar a un patíbulo,/donde todos seremos –finalmente- ejecutados»(p. 27). Pero frente al obvio escepticismo que trasuntan estas páginas: «Soy quien no sueña despierto,/Y merezco la calificación de escéptico:/Un rango que no se confiere y se gana mediante la Razón», afirma en el texto No sueño despierto (p. 40), sin embargo su autor apuesta discretamente por una obvia esperanza al imponer, como creían algunos antiguos ocultistas, que existe una salvación individual, una conexión con un poder supremo que lo envuelve todo. Poder Supraterrenal, El Oscuro, El Supremo, lo llama su autor en varias páginas del libro. Como afirma Ives bonnefoy estudiando la obra de Rimbaud, creo que en estas páginas su autor se aviene con esta esperanzadora idea que subyace en toda la tradición oculta: «que el hombre está a medio camino entre Dios y la oscuridad de la materia; que él es libre. El hombre puede decidir su salvación». El mismo poeta lo deja entrever en el texto Salvación intransferible: Será finalmente vana tu entrega/A la libertad de los hombres:/Cada una de sus conciencias/Es indivisible y tu salvación intransferible» (p. 18).
Por último, el erotismo, tópico recurrente en todos sus libros, también está presente en Confeso. No he estudiado de forma sistemática el erotistmo en la obra poética de Jiménez Ure, pero estoy casi seguro de que es asumido más o menos igual que en este libro: de forma desinhibida y sin tapujos. Con todo y lo banal o trivial en que se ha convertido la sexualidad –y el erotismo- en nuestros días gracias a la mercantilización de los medios de comunicación, no ha dejado de perder su seducción y de seguir siendo la posibilidad por excelencia para compartir la plenitud, en medio del caos afectivo que nos rodea. Escribe Jiménez Ure en el poema XXIX: «No era santa ni semana,/Sino un cuerpo con senos y piernas./No era santa ni semana,/Sólo el objeto de mis deseos carnales» (p. 41), y en Elijo mirar tus piernas le dice a una musa inaccesible: «Hoy quiero recordar los encuentros a partir/De los cuales he anhelado apretujarte,/Acariciar –jadeante- tu hermosa y rebelde cabellera» (p. 33). El erotismo como hecho que envuelve la plenitud del ser, como forma de reconocernos en el otro, quizá sea, pues, la cierta posibilidad de que «entre las grietas de la nada, se pueda atisbar un nuevo tipo de paraíso».

-XIII-
«El Dignatario», del libro Perversos
Por María Conchita MAURO C.

El cortísimo cuento de Alberto Jiménez Ure, El Dignatario (inserto en el libro intitulado Perversos, Alfadil Ediciones, Caracas, 2005) es un reflejo claro y conciso de la realidad de un país por muchos años golpeado por las olas del descontento social y la pobre administración política del Estado. En el caso específico del Dignatario, éste se refiere con bastante claridad a la administración actual del país. Podemos saber esto por varias señales que nos envía el texto: en primer lugar, fue publicado en el 2004, ya bien entrado el periodo de Hugo Chávez. Por otra parte, la prosa misma nos da destellos a este respecto, como por ejemplo, que el protagonista del cuento se encuentra rodeado de fuerza militar y estos se refieren a él como «mi comandante», en un gobierno «revolucionario».    
En la realidad socio política actual del país existe una coyuntura expresada en términos de dos grandes bandos encontrados: el oficialismo, es decir quienes apoyan al presidente y la oposición. En este caso no es pertinente realizar conjeturas sobre quien tiene la razón sobre qué, o qué parte de la población es el mejor o menos. El hecho, para efectos de Jiménez Ure es que la crítica social que se expresa en las líneas del Dignatario es, a decir poco, mordaz y ácida.  
Un presidente, quien guía a su país desde el retrete del Palacio de Miramontaña, da de comer excrementos a sus ministros, así como a su pueblo que lo aclama desde la calle. El sentido de estos gestos repulsivos, inmersos en un cuento bastante escatológico, evidencian quizás el sentir del autor con respecto a las condiciones que vive la Venezuela de hoy.  
El detalle, por ejemplo, de que los ministros se sienten en «lujosas y lustradas sillas», mientras el pueblo come defecaciones es una expresión simbólica de una dura realidad nacional, en la cual, mientras los políticos y, en general los poderosos del país lo tienen todo, existe también un porcentaje importante de la población que vive en la pobreza, millones en miseria crítica, es decir, que mueren de hambre.  El presidente del cuento, además, se atiborra de una abominable cantidad de comida al desayuno: de nuevo la referencia a la población carente de alimentos para la subsistencia.  
Otro hecho elocuente es el diario que lee el presidente: «Sin Censura» se llama y allí se le trata de «megalomaníaco y despótico militar», tal y como los sectores más radicales de la oposición se refieren a Chávez. El Dignatario entonces, procede a enviar un convoy de la Fuerza Armada Nacional para que cierren el periódico y cercenen las lenguas de los redactores: ¿acaso una crítica a la reciente Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, un instrumento legal que muchos catalogan como represivo y que los opositores del Presidente así como algunos medios de comunicación han llamado Ley Mordaza? Jiménez Ure se cuida de mencionar nombres reales y deja bastante espacio a la libre interpretación del lector, por lo cual la respuesta a esta interrogante se encuentra en las manos de cada persona que lea el cuento.
Un personaje poco vistoso, pero bastante importante está encarnado por la edecana, descrita por Jiménez Ure como «una coronela muy hermosa y eficiente». Esta mujer, cuya entera existencia está cargada de simbolismo, puede, en un cierto momento representar la justicia, por el solo hecho se ser una figura femenina. También puede ser la representación de la Cuarta República, pues obedece al Dignatario sin chistar y es la encargada de entregarle los documentos mediante los cuales podrá poner en práctica sus ideas y en marcha su plan. Es decir, es quien entrega el país en manos de este presidente diarreico. Además, por el hecho de ser de la milicia y la preferida del presidente, refleja en la pluma de Ure a las Fuerzas Militares Venezolanas, pues es por medio del control de estas que muchos gobernantes han logrado sus propósitos y es bien sabido, en la Venezuela de hoy, el cariño profesado por el Presidente Chávez hacia los cuerpos de defensa militar del país.
Existen otros pormenores por demás hilarantes y fecundos en la prolijidad del Dignatario: la edecana limpia el trasero del presidente con una toalla marca Soberanía (juzgue usted mismo) luego, el presidente saluda a su obesa cocinera con un «lujurioso apretón de senos», es decir, el hombre hace y deshace a su entera voluntad.
La crítica social y el tema escatológico son elementos bastante frecuentes en la prosa de Jiménez Ure. Elementos como estos hacen de él un autor contemporáneo por excelencia.

-XIV-
Las voces de «Luxfero»
Por Carlos DANÉZ

«Luxfero», de Alberto Jiménez Ure, es un poemario sorprendente y que encanta al lector de una manera extrañamente «irritante». A través de las obras de este escritor (cuentista, novelista, ensayista y articulista),  apreciamos una capacidad de síntesis natural que -tarde o temprano- lo conduciría a la poesía.
No señalo nada nuevo al decir que él estaría  inclinado al «escándalo» en aras de ciertas fidelidades: es un «ético».  El fluir de su lenguaje está caracterizado por el tono agresivo y a la vez reflexivo que le permite encauzar las vertientes rítmicas del poema en expresiones «crudas» y «virulentas»: «No será que la falotración anal entre machos/Te deslumbra tanto como envidias el olor/y las formas de la mujer.../No será tu (im) postura filosófica una manera/Culta de encubrir tu falta de hombría hasta/Para ser un homosexual apacible y no el arlequín/De cualquier calle plagada de imbéciles...» (p. 9). O: «Hoy empuño mi miembro y orino encima de lo finito» (p. 14). También: «Empero, he acudido sucesivas veces al mismo lugar/Sucesivas veces atormentado de tanta e inúltil/Diligencia. He desenvainado mis próceres impresos/Para agilizar todas las operaciones que los burócratas/Tras las ventanillas de oficina volitivamente/Postergan. He deseado abofetear a esos idiotas...» (p. 11). La presente tónica es constante en los 36 poemas de «Luxfero», que tienen la virtud de no pagar «tributo de estilo» en forma epigonal.
Jiménez Ure aporta sus propios recursos para configurar una pluralidad cardinal en lo que será la poesía venezolana de los 90; de esa manera despliega un juego de sentidos y significados utilizando los recursos de los paréntesis,  puntos suspensivos,  cursivas y las mayúsculas al inicio de los versos. El discurso contenido en estos poemas manifiesta la sutileza de la «ambigüedad» de manera expresiva, pensada y lograda. Trasluce un «sentido universal de justicia»; su voz (o voces) clama (n) por el bienvivir, no consagrado en, y a la vez consagrando los principios. Es una poesía de ideas concebidas en forma pathos-lógica: «Los graduandos esperaban ser conducidos al estrado/por un funcionario derruido de tanta ceremonia...» (p. 18). Ideas corrosivamente sugeridas, anteponiéndose a la imagen para enunciar lo inefable: pero, explícitamente entendido.
Aunque el nombre de este autor lo veamos constantemente en los medios de comunicación, nunca ha militado en lo que podemos llamar «las filas de las vedettes nacionales de la Literatura», quienes, por supuesto, juegan un papel protagónico logrado gracias al control de los órganos de difusión cultural. Conviene aclarar que la permanencia de una tradición poética no corresponde a «modas» ni a «caprichos estilísticos» temporalmente impuestos en forma ilusoria, sino al producto literario logrado por enseñanzas espirituales en función de la «transformación interior» del hombre que busca su propia «perfección». Estas enseñanzas de la tradición son transmitidas de boca a oído, de maestro a discípulo o bien se encuentran en forma de códigos herméuticos insertos en las obras clásicas. La auténtica «tradición literaria» supera, incluso, las fronteras de la literatura y alcanza la totalidad de las posibilidades humanas.
Lejos de anquilosarse en «falsas seguridades» brindadas por la publicidad  para lograr la aceptación colectiva de ciertas «maneras» y «modos fáciles», la «tradición literaria» compromete al creador en el camino del entendimiento en sí: descartando, de antemano, lo «superfluo» y lo «fácil», lo «premeditado» y «truculento», desarrollando la facultad oculta del poeta -incluso- a riesgo de su propia vida.
Es posible que Alberto cuente con buenos amigos, pero continúa siendo un «solitario» y así se puede apreciar por su rechazo de los escritores de «conciencia ordinaria» para  configurar el «espejo de lo social» para asumir la pathos-lógica de la «consciencia superior». «Luxfero», «el caído», el «ángel rebelde», es el soñador iconoclasta y castigado por la injusticia «Divina»; su pecado es portar la luz de la «consciencia ígnea» en la que arde sin percatarse la «conciencia ordinaria». Jiménez Ure, fiel al ethos del desacato, jamás aceptaría afiliarse a alguna escuela de la «tradición iniciática». Sin embargo, su lucidez de escritor maldito lo conecta con la tradición del «Mito de la Caída»: tradición «infernal» cantada por los clásicos y los indiscutibles místicos de la Humanidad. Para este intelectual, el «Infierno» es la analogía literaria de ese estado de la cons-ciencia  prisionera en la fatal condición humana. En el infierno de Jiménez Ure percibimos las voces de un «misterio narrativo oculto», como sombra proyectada por el arquetipo que estrutura el poema: el «arquetipo» de la revelación pathos-lógica  que no puede ni debe reducirse a definiciones. Las voces son narraciones edificadas sobre un conjunto de ritmos poéticos que delatan al prosista, no desmereciendo calidad como poeta. Las voces son experiencias probadas por la cons-ciencia, y su misterio proviene de regiones ocultas para la «conciencia ordinaria». Así leemos:

«Acaso no fue por el Poder del Mal que el Hombre surgió
En parto abrupto frente a una naturaleza perpleja;
Acaso no soy hijo del Demonio que -con su pensamiento-
Inventó las calamidades contra el aburrimiento humano.

-Acaso no soy igual progenitor de una criatura diabólica
Por cuya causa el mundo cuenta con un explosivo más.
-Acaso no soy (Luxfero) Lucifer: es decir, el que la luz lleva»
(«El que lleva la luz», p. 34)

En «Luxfero» (cantos de una legión de tinieblas) el lector escuchará esas voces «blasfemas» repetir los himnos fundamentales de la Eternidad  y les sabrá conformar un orden en el atanor del arquetipo de la revelación: maestro de las «ciencias» y el «arte». La unidad apolínea que contiene el misterio de la revelación: «-En cada una de las casas de cada ciudad alguien escribe/Cuanto al mismo tiempo todos juzgarán descubrimiento...» (p. 25). Será separada por el huracán de lenguajes:

«Cuando se quiere imponer la reflexión al mediocre y mecánico registro.
Cuando el Hombre, cansado, se hace luz en lo tenebroso.
Cuando levanto mi mano, furioso, y golpeo mi rostro.
Cuando huyo de mí porque soy el imbécil.
Cuando se me paga con dinero el agotamiento físico.
Cuando vuelvo las tardes momentos para enjuiciarme.
Lloro la tragedia de no poder emanciparme;
Lloro mis pasos perdidos en calles de asfalto;
Lloro, inconforme, el mundo que habito;
Lloro, en silencio, mis sueños
Y lloro definitivamente haber ignorado mi esencia
Durante tan prolongado e inatrapable tiempo»
(«Epifonema», p. 36)

El mar antiguo de nuestra condición se agita en este poemario, y sabemos lo que nos habla y atrae en el oficio de este escritor. Su voz está acompañada por la refracción de sus voces que se multiplican al ser reflejadas en el «espejo de la eterna oscuridad».

-XV-
A propósito de «Luxfero», de Jiménez Ure
Por Isabel ABANTO ALDA

¿Qué es un poeta? He aquí una pregunta que se repite, como un eco, desde que existe eso que nadie sabe definir, pero que nos obstinamos en llamar «poesía».
A veces, como en un rito iniciático, el individuo que consideramos poeta es capaz de entrever alguna respuesta a la eterna interrogante en que se convierte el ser humano desde su nacimiento. Parece, entonces, que agujerea la realidad tangible y logra vislumbrar -tímidamente- lo que oculta el otro lado del espejo. Pero, andar siempre coqueteando con lo imposible acaba por acarrear consecuencias que hacen del hombre un loco o un apestado. Y el poeta termina por ser un tipo maléfico, demoníaco, el «hijo del Demonio».
Locos, visionarios, demonios, poetas... todos pertenecen a la misma estirpe, todos son una misma raza («tu grandeza es tu desequilibrio», p. 27). ¿Y no es más cierto que sólo los insensatos son capaces de decir las verdades que los demás callan?
El «clariaudiente» que ilumina el nuevo camino hallado es un revolucionario; un marginal que orina ante el vecino entrometido para desafiarlo (p. 22); un ácrata que rechaza documentos pueriles que lo aten a una sociedad paralizada y paralizante; un hombre liberado, en fin, por el poder del verso («volví a la poesía porque estoy derrotado/De tanta podredumbre», p. 24).
Ahora bien: ¿quién marca los límites? -El que «lleva la luz» se acerca más al Demonio que a Dios; tiene más de diabólico que de Divino, porque la sabiduría siempre ha gustado de revestir un halo mefistofélico... Y así es como el poeta se convierte en un «Príncipe de legión» (p. 30), un profeta de Lucifer en la Tierra y, al cabo, en el propio Lucifer (Luxfero), heredero del primer hombre surgido a este mundo, precisamente, por la tentación del saber, del mal, de la poesía... (…)

-XVI-
Los «adeptos» o los límites de la libertad
Por Carlos DANÉZ

Revelarse contra el mundo que no los acepta todavía como adultos es propio de la juventud. Una explosión glandular acaba de ocurrir, hay que tomar el cielo por asalto (quizá la referencia está en los Paraísos Artificiales de Baudelaire, para otros en el Mayo Francés) y no se detendrán en ningún límite: el afán es la exploración. Los jóvenes no se conforman con explicaciones, la libertad debe ser un hecho tangible, el resultado de la experiencia; pero, pronto o más tarde la experiencia nos conduce al choque con el obstáculo principal: la «condición humana»: la mía y la del prójimo, el inevitable condicionamiento que se impone como una realidad que nos atrapa.
La nueva novela de Alberto Jiménez Ure, Adeptos (Fundarte, Caracas, 1994), profundiza mediante el más fresco de sus estilos narrativos en un paradigma juvenil: abordando, sin ningún tipo de prejuicios, el tema del consumo de drogas y que   continúa siendo un tabú pese a marcar -definitivamente- a nuestra generación (70).
En el Almuerzo Desnudo W. Burrous incursiona en el tabú de la homosexualidad y la adicción a las drogas heroicas; pero, la experiencia de nuestros «adeptos» es diferente a la de los norteamericanos y europeos. Alberto Jiménez Ure, con vitalidad y fluidez escritural, nos presenta una panorámica del consumo de Canabis Sativa, de drogas que Burrous llama iniciáticas (el LSD, mescalina, hongos alucinógenos, cocaína).
Encontramos en esta panorámica dos aspectos del consumo de estimulantes que nos sugieren una visión veraz y desprejuiciada del asunto: el primero  ocurre en la Mérida lozana y apacible de los Años 70,  cuando los jóvenes aún fumaban marihuana en la Plaza Bolívar. Pese a ser «adeptos», eran muchachos relativamente sanos en su conducta ya que procuraban la libertad mediante la paz y el amor, renunciando a las convenciones:

«-La actitud de tales muchachos fue un postulado hermosamente transgresor. No importa cómo, bajo qué condiciones ni cuándo: subvertir toda autoridad mediocre es una sagrada misión individual y colectiva...»  (Ob. cit. p. 25).

El segundo transcurre bajo un perfil social y geográfico completamente diferente. Su escenario es Tía Juana -casualmente, lugar de nacimiento del autor-,  caluroso campo petrolero. Siendo la primera vez que en la literatura venezolana se aborda la vida dentro de las cercas de esos parajes y en la época de las compañías concesionarias norteamericanas para la explotación del petróleo zuliano:

«-Debo admitir que los venezolanos nos sentíamos muy bien en ese foráneo y exquisitamente corrompido ambiente...» (Idem., p. 15). En esta cardinal los jóvenes son más violentos y la rebelión carece de ideales o sentido; su móvil está determinado por un feroz individualismo: «-Juro que mataré a quien intente tocarla, seducirla o -simplemente- piropearla...»  (cfr. p. 49).

El espíritu romántico, signado a una prevaleciente patología, y que ha acompañado a este autor en el curso de sus narraciones, está presente en Adeptos. Sus obsesiones quedan reforzadas por el leitmotiv de la droga (la calle cubierta de numerosas muñecas ensangrentadas y atravesadas de cuchillos, p. 9), quedando explícito la condición mental del intoxicado («... experimentaba delirio persecutorio, anorexia, insomnio, cataplexia o dispersión intelectual...», p. 19)
Ciertas drogas «iniciáticas» facilitan el contacto con ámbitos no ordinarios de la percepción, pero, el abuso de estos «paraísos artificiales» destierra al consumidor a la dispersión y la locura: «-En silencio, una oveja se acercó y me susurró cuánto veía en mí a un indisciplinado clarividente» (p. 27). La exageración y el absurdo forman parte del estilo narrativo de Jiménez Ure, así como el humor negro: «-mis familiares me hostigaban y acusaban de haberles provocado alucinaciones mediante drogas o sustancias ectoplásmicas emanadas por mi Ser Físico. El médico de confianza desmintió la primera versión citada, ello luego de practicarles rigurosos exámenes sanguíneos...» (p. 49) «-Un millar de cangrejos, montados en las espaldas de igual número de iguanas y sobrevolados por murcielagos escalaban El Dique y se desplazaban rumbo a la residencia de mis parientes...»  (p. 47)
Resultaría casi imposible que no hallar rasgos autobiográficos del escritor en los personajes de sus novelas. En el caso específico de Adeptos, el personaje principal -Demódoco, quien narra en primera persona todos los sucesos y pocas veces es llamado por su nombre propio-, no sólo se parece físicamente al autor («probablemente me confundían con algún cantante de música moderna», p. 6), sino que también pronuncia reflexiones que corresponden a las adhesiones políticas de Alberto Jiménez Ure: «-No justificaré la instauración de gobiernos o la autoridad. Ni en tiempos de caos, durante las guerras, cuando lo civil es desplazado por la irracionalidad o durante la dominación de la barbarie. El mundo es penitente con sus pasiones, errores, seres abominables y, algún día, allá donde los cerebros ordinarios rehúsan llegar, una paz definitiva y extraterrestre reinará...» (p. 60)

A veces, Jiménez Ure se presenta profundamente polémico y provocador. Sus valientes posturas intelectuales han enfrentado tabúes que la mayoría profesa sin explorarlos de manera exhaustiva. Alberto es un defensor de los Derechos Individuales del Hombre que, constantemente, pretenden ser abolidos por los gobiernos en miras de un proyecto que traería «bienestar social»:

«-Porque no somos idénticos, jamás experimentaremos auténticamente la libertad. Pese a ello, seguro que elijo la disidencia...»  (p. 24)

El mismo Platón, luego de explorar la legislación en La República  (libro de leyes), quien pretendió formular un Estado ideal, se preguntó: ¿Qué haremos con el disidente?. Tienen los jóvenes en Adeptos un espejo legitimador de las disidencias, un mapa del sinsentido universal, de nuestros errores y  -por supuesto- de la inconformidad.
Como es de esperarse, la ironía -característica de la rica y recursiva trayectoria literaria de este autor-  está presente y no nos abandona en esta novela ni siquiera en los momentos de clímax erótico: «-El lector podrá imaginar lo incómodo que me sentí. Rígido, ciego y malcriado, mi pene rehusaba cejar su efusión. Menos al verse fervorosamente succionado por mi amiga, pegada cual bebé a su madre. Impertinente, Bartholomew bromeaba rociándome cerveza en la espalda y los cabellos...»   (p. 51)
Es necesario aclarar que Jiménez Ure, bajo ninguna circunstancia, justifica -en el desarrollo de Adeptos-  el consumo de drogas; sin embargo, le da al problema un trato objetivo y profundo: manteniendo un tono ameno en una trama realista levemente fusionada -de manera diestra-   con elementos ficticios.

-XVII-
Los «adeptos» de la condición humana
Por Ramón AZÓCAR

Una de las más recientes obras de Alberto JIMÉNEZ URE, titulada Adeptos  (Fundarte, Caracas, 1994), es un acabado trabajo respecto a la búsqueda constante de la condición humana en tiempos modernos.  Adeptos  se presenta como una dosis de necesaria  rebeldía ante los estigmas y dogmas de nuestra sociedad. Expresiones como «le asesté un golpe», «me comí cuatro hongos alucinógenos», etc., develan    imágenes que llevan al lector a convertirse en cautivo de realidades que se ven distantes de lo cotidiano, pero que se mantienen entre los entretelones de los diversos paisajes de la sociedad burguesa.
Recordando el aporte intelectual de Balzac, quien describió la realidad social de la Francia del Siglo XIX, Jiménez Ure retrata la realidad occidental del Siglo XX. Su  ya remota «bohemia» y su minuciosidad en el oficio de redactarla le han abierto el camino para   describir la fuerza y violencia de una sociedad de consumo similar a la de cualquier metrópolis del mundo: llena de depravaciones y abiertamente confesa de su infinito desprecio hacia el hombre.
Es bueno situar -en la realidad conceptual del término- la extinta «bohemia» de Jiménez Ure. El novelista ha experimentado estremecimientos psíquicos y físicos que lo han impulsado a reflexionar profundamente. No se trata de que yo insinúe que él ha ejecutado en forma directa las «aberraciones» de los eventos que suele narrar. Su actitud contemplativa y escrutadora le ha permitido captar el fulgor y los residuos del medio social tal cual se presentan en las singularidades de los seres humanos.
Adeptos  se inscribe en el género de la novela corta: fantástica o de ficción, que, más allá de profundizar en la imaginación acerca de las cosas y temas de inspiración meramente intelectual, extrae de la realidad ciertos elementos develadores de las  contradicciones del sistema, o de los límites de la democracia burguesa, al punto de confrontarlos y, en ese proceso de creación fantástica, «llevarlos hasta las últimas consecuencias».
A juzgar por la trama de esta historia, se percibe una relación hombre-medio muy significativa. No se trata de exponer, en tono simple, las «aberraciones» del  protagonista  en su desplazamiento hacia el extremo físicamente opuesto, sino de la armonía que ellas establecen con el paisaje: es decir, en el caso de Adeptos,  con el medio ambiente merideño.
Otro aspecto de Adeptos,  digno de analizar, son las   descripciones de los estragos que ocasiona el consumo de drogas alucinógenas.  JIMÉNEZ URE se introduce en las entrañas de la bestia y dibuja, desde adentro de esa realidad,   un mundo onírico y fantástico  en el cual las acciones inconscientes manejan la trayectoria del relato. Alguna vez el autor me diría: «Pienso que toda pócima oculta su propio monstruo».
También sería profano desligar, abiertamente, al autor de su obra. El JIMÉNEZ URE hombre podría hallarse en algún lugar de la trama novelesca de Adeptos: hasta aparece amparando realidades por la vía de la aureola de existencia. Inclusive, narra en primera persona. Con fortaleza, evoca una acción hipotéticamente por él ejecutada y la vierte al papel. En otro aspecto, nos topamos con un creador lejano y pontificador que observa el desarrollo de los episodios como un espectador más: o lector de los cuadros pintados de fantasía narrativa.
En el marco de la narrativa hispanoamericana contemporánea, Adeptos   es un cúmulo de elementos fantásticos que convergen y son entremezclados con la esencia de la filosofía occidental y lo mítico oriental: deja escapar una sensación intrincada, rebelde y dura de las relaciones interpersonales e intersociales que mueven la dialógica de los  pueblos de Occidente.
En  Adeptos,  JIMÉNEZ URE formula, de modo crítico,   las aspiraciones y metas de la juventud occidental de finales del siglo XX.  No se trata de una crítica desde el ángulo marxista o anarquista, sino esencialista (representada en el librepensamiento). El intelectual no admite, lo delata en casi todos sus libros, las sociedades que privan de libertad e igualdad a los hombres. Es por ello que se percibe en sus textos (en Adeptos se matiza un poco el tema) una crítica despiadada a toda autoridad y a la deslealtad.
El caso de Bruno CIENFUEOS (el policía de la Dirección de Inteligencia Militar que no sólo apresó al personaje central sino que, abusando de la autoridad que le confiere la Ley, trató de asesinarlo)  discierne los esfuerzos narrativos de JIMÉNEZ URE por descollar  las depravaciones de la condición humana contemporánea.
Así como en el Siglo XIX el francés Gustave FALUBERT fue el mayor representante del romanticismo en la novela burguesa, JIMÉNEZ URE se erige -en pleno Siglo XX- en un destacado exponente de la novela fantástica a partir de los  ámbitos de la burguesía actual.

-XVIII-
Cuentos Abominables
Por José Antonio YÉPES AZPARREN

En Cuentos abominables (Universidad de Los Andes, Consejo de Publicaciones, Mérida, 1991), Jiménez Ure incursiona más insistentemente -como ya se deja entrever en sus colecciones anteriores de relatos- en temas donde lo terrible y lo perverso se instauran como características sustantivas de su escritura. Y ello se corresponde, fielmente, a su intención de siempre -y de suyo irrenunciable- de ir contracorriente. En un medio como el nuestro, tan provinciano y desinformado, pocos escritores se atreven a esgrimir conceptos y tramas que escapan a los contenidos de una literatura tradicional, aunque se ensayen maneras nuevas en el planteamiento del lenguaje. Es de alcarar, sin embargo, que en el caso de Jiménez Ure las peculiaridades de su escritura son el resultado de su connatural rebeldía, y de su repudio a temas y maneras tantas veces repetidos sin la necesaria invención que impone la narrativa.
En este nuevo, libro Jiménez Ure ha prescindido de su costumbre de introducir axiomas filosóficos a sus narraciones; en su textos pervive ese aire intemporal que también estigmatiza su escritura fantástica, que, por su desenfado y singularidad, le ha ganado no pocos detractores entre escritores y lectores pacatos que son incapaces de reconocer sus aportes, y disfrutar del mismo divertimento que ha llevado a este autor a urdir lo absurdo en sus narraciones, a través de una decena de libros publicados (entre colecciones de cuentos y novelas cortas), que le han dado un nombre sólido entre los cultores de la ficción en Venezuela.
En uno de sus libros de cuentos anteriores, me parece que en Inmaculado (Monte Avila Editores, 1982), Jiménez Ure reclamaba para la lectura de sus cuentos la actitud del sabio: contemplativa. Ella sería la mejor manera de acercarse a sus cuentos, la forma que por excelencia nos permitiría disfrutar  -verdaderamente- de un escritor atípico, que se atreve.
A Jiménez Ure habría que leerlo, sobre todo, como al creador de una escritura inequívocamente personal, que tiene su razón de ser en el desacato y la irreverencia: dos vías reales para lo nuevo imaginario. El maquetista, El sicario, El malentendido y El francotirador hacen de Cuentos Abominables un libro irrechazable.

-XIX-
Jiménez Ure entre la soledad y la desgracia
Por Ramón AZÓCAR

Alberto Jiménez Ure (Tía Juana, Edo. Zulia, 1952) se ha constituido -desde 1976- en uno de los escritores más representativos de la moderna narrativa venezolana. No es la prolongación de una generación de autores que puedan identificarse con algún espectro literario, sino la autonomía intelectual de un escritor que se ha forjado con elementos de la realidad para edificar un mundo de imaginación y superposición de valores.
Una de sus más recientes obras, Aciago (Edición del Rectorado de la Universidad de Los Andes, 1995), es la revelación de un hombre que -a través de la palabra- nos sumerge en un ambiente de esencia y soledad: bajo el estigma de un oficio de escritor que tiene como búsqueda al Universo Fértil. En una palabra, Aciago es una  de las fases de sus lucubraciones acerca de la ausencia y soledad en el Hombre.
Jiménez Ure siempre ha confrontado en sus escritos una gran proyección filosófica y esencialista; abarca un grado de reflexión que hace coincidir a sus lectores con el hecho de estar ante la presencia de un escultor de vibraciones. Cada palabra utilizada en Aciago es potencia, fuerza, vitalidad; temblor, movimiento... Son destellos fulgurantes de reacciones humanas que al encontrarse atrapadas no ven otra vía de escape que la de cambiar su influencia externa, que no es más que el Universo Estéril y producto de simulaciones. Podemos sentir esa fuerza acusadora y rebelde en versos como «Tengo una habitación seca, iluminada, ventilada y limpia:/Un cubículo dotado de todo y de nada./De aparatos electrodomésticos y mecánicos, de papeles y libros,/Pero, a la vez, sin cuanto ilimitadamente amo: mis hijas...» (III. p. 9).
En un marco esencialista, Jiménez Ure anuncia su gran batalla: «Dentro de mí se libra una lucha suprema bajo el influjo exterior...» (VII, p. 13). ¿Cuál es el influjo exterior para él? -Simplemente, el Universo Estéril; pero, no se trata de buscar definiciones simbólicas del lenguaje jiménez-urerista sino mostrar pequeñas frases que delineen una búsqueda y una lucha por la vida.
El escritor es un creador de universos. La sola atinada reflexión de la palabra involucra decantar quimeras de sensiblidad en donde la autodefinición y la autoproclamación son la única oratoria que trasciende: «Soy un benévolo sin credencial de hipócritas congregaciones...» (XI, p. XVII ); y, mostrando más destellos aún: «Es cierto: la literatura me redimirá» (XVII, p. 23)
Ahora bien; Jiménez Ure, como buen enamorado de la sabiduría, deja evidencias de una remarcada voz cartesiana: «Pero no soy testigo porque no experimenté el instante de mi creación o fecundación» (XXV, p. 31). Aquí captamos dos secuencias del empirismo metódico: la experiencia y la fecundación, contrastadas con un término -creación- teológico que deja entrever las raíces cristianas del autor.
Se me ha intentado persuadir en relación a que no debo dar importancia a los términos utilizados en la creación poética, pero es imposible desligar la palabra huérfana de cualquier preposición o elemento de oración: de ese sentido trascendental que intenta dar el autor. Me decía hace algunos años el maestro y escritor Renato Rodríguez que quien escribe lo hace para transmitir algo y -en eso-, cuando paso de escritor a lector, es en lo que más me fijo para poder comprender el sentido intuitivo de quien edifica un universo literario.
Aciago es la obra de Jiménez Ure que más concentra un mensaje: el Hombre entre la soledad y la desgracia busca afanoso al  Universo Fértil y superior donde los sentimientos abarcarían el infinito de las verdades. Alberto Jiménez Ure ha legado con Aciago una obra que resume un gran llamado: «Pido que me dejen en paz porque he muerto al Universo Estéril» (XXIX, p. 35)

-XX-
La novela Aberraciones
Por Marisol MARRERO

Leyendo el libro Aberraciones (Universidad de Los Andes, Consejo de Publicaciones, 1993) de Alberto Jiménez Ure, se me vienen a la mente una serie de observaciones que me gustaría compartir con los lectores.
Dice Lovera De Sola -en la contraportada del libro- que allí todo es al revés.  No estoy de acuerdo con esto, pues, la obscuridad, la sombra, no es el revés del hombre, sino todo lo contrario: es parte de sí, lo impregna, lo adormece, lo arropa, es su propio «Yo», su revés y su envés.
La novela nos habla de la sombra, pues, todo lo que posee substancia posee también una sombra. El ego se yergue ante la sombra como la luz ante la obscuridad. Por más que no queramos, somos imperfectos; hay aspectos inaceptables en nosotros mismos, y son estos aspectos los que se tratan en la obra. Incesto, masturbación, lujuria, lascivia, parricidio, violación y muerte son los contornos de la novela.
Solo incorporando la «Sombra» al «Yo» podemos acceder a nuestra propia humanidad. Esto es, a mi parecer, lo que intenta hacer Jiménez Ure: incorporar o aceptar la sombra como parte del hombre, como parte de sí, porque -seguramente- le ha molestado por largo tiempo.
El libro -todo- es un encuentro con su aspecto más obscuro, pero suyo al fin. A través de la palabra, que se convierte en exorcismo, saca los demonios: es una suerte de «mea culpa» humana. El «Yo» reprimido estalla, sale a la luz; por eso debió dolerle mucho descubrir a los demás ese mundo tenebroso. Tuvo que ser un proceso doloroso, intenso, quebrantador de reglas (noche obscura del alma).
Para nosotros, los escritores, la sombra es el otro: nada es ficción, la palabra es el hombre, consustancial con él. Ya lo decía la Biblia: «Y el verbo se hizo carne»; hombre, que equivale a decir Dios y Demonio, principio de todo, causa primigenia.
Si ponemos atención en lo que se narra, si observamos  profundamente, podemos aprender muchas cosas sobre la sombra del autor y sus contenidos psíquicos. Cuando la sombra aparece en el texto, reaccionamos ante ella con miedo: desagrado o desquicio. Queremos huir de lo obscuro, cerrar el libro, lanzarlo al piso; no queremos saber, huimos de la tenebra, la cortamos porque experimentamos o sentimos que nos persigue.
La tradición cristiana original reconocía que el Mal se halla dentro de cada uno de nosotros, pero, el Nuevo Testamento  sostiene que si un individuo cede ante el Mal su alma empieza un proceso psicológico negativo que termina conduciéndolo a la destrucción y la degración. Por eso el cristianismo ha perdido el contacto con la sombra, y no es de extrañar que -por ese proceso psicológico- el autor de Aberraciones se haya sentido excluído, rechazado, apedreado, porque saca a la luz lo peligroso, lo malo, lo diabólico que tenemos nosotros, esa extraña bestia que todos llevamos en nuestro interior y que, para salvarnos, proyectamos como Diablo, Lucifer o Angel de Luz. Angel Caído, qué extraña contradicción. Si observo la foto del autor en la contraportada del libro, me parece un ángel bueno, temeroso del Mal, luminoso, nada del diablo aquel que «tenía un enorme diamante por cerebro». ¡Brillante!
En la santería criolla, la maldad la personifica Elegguá, el más poderoso después de Obalatá. Este Satán o Lucifer tiene veintiún aspectos malos; creo que Jiménez Ure los desarrolla todos en su novela, incluso hasta la magia negra o la brujería de los congos (Palo de monte o mayombé) a través del perro-niño huérfano. No sé si es consciente o inconscientemente.
Elegguá es lo peligroso, lo destructivo, sanguinario y astuto. Creció solo, y se hizo amigo del Dios de la Guerra, Oggún, pero, también este aspecto obscuro -este diablo- fue el primer vidente que enseñó a Orunlá la adivinación. Este personaje equivale al mago, al vidente de ojos de espejo de la novela, pues, sus poderes son diabólicos, pero tienen que ver con la salvación de la especie, con el acto primigenio (escena primordial) que, según los psicólogos, si es vista por los niños, debido a la promiscuidad, puede ser causante de deseos incestuosos, estimulando el Edipo. No sé por qué pienso que parte del drama interno que sufre el autor podría estar ahí, justamente.
El escritor loco, desquiciado (Federico Flavios) y sus demás compinches, todos exitosos hombres de la Cultura, con todas las aberraciones posibles, son hijos de madres alcohólicas, promiscuas, lujuriosas, insaciables en el sexo, serpientes; son mujeres que profesan el culto al falo, pero ahí está el problema: ese culto se relaciona con Dionisos. El deseo místico de estar «lleno de Dios» tiene su origen en el éxtasis de Eros. Volvemos a lo mismo: Dios hombre y demonio, bueno y malo, terror y bondad (recordemos a Job).
Otro aspecto que observo en el libro es la relación sadomasoquista en los personajes: ¿cómo pueden coincidir el dolor y el placer? Pues bien: el sadismo puede ser considerado como una expresión del aspecto destructivo de la sombra, del asesino que se esconde dentro de cada uno. Se trata de un rasgo específicamente humano que parece disfrutar con la destrucción. Existen seres que gozan con el asesinato y la tortura (Flavios y sus amigos) y este fenómeno está relacionado con la autodestrucción. No resulta -pues- sorprendente que el sadismo y el masoquismo sean fenómenos estrechamente relacionados y suelan aparecer juntos. El asesino autodestructivo se halla en el mismo centro de la sombra arquetípica, es el centro de la irreductible destructividad de los seres humanos (guerra, destrucción de la naturaleza, del ecosistema, del mundo en general).
¿Qué pasa cuando el ego se convierte en la sombra? Se pierden los amigos, la familia, el trabajo, las relaciones, hasta se pierde el piso, por eso hay que equilibrar muy bien el juego de luces y obscuridades, pues es peligroso sacar la «sombra»y no saber dominarla, no saber adaptarla o controlarla. Por lo menos a nivel psicológico es peligroso, no sé a nivel de la escritura, no lo he intentado; confieso que he tenido miedo.
¿Qué ha acarreado este libro a Jiménez Ure? ¿Está solo o ha sido un éxito y le aplauden? -No sé, no lo conozco; simplemente, mi intuición me dice que algo no anda bien. Se metió con arquetipos muy peligrosos, aún no sabemos mucho de ellos, por lo menos como manejarlos, como domeñarlos, como hacerlos propios, aceptándolos sin que nos dañen.
Para finalizar, recuerdo que el cuerpo todo se ilumina con la sombra. Lucifer era Angel de Luz. Afincarse en un solo aspecto es seguir con el mismo problema; la bondad sin la maldad no existe, es incompleta y -por lo tanto- artificial. El poeta Robert Bly, recordando la antigua tradición gnóstica, afirma que «nosotros no inventamos las cosas, sino que simplemente las recordamos».

-XXI-
La novela Aberraciones
Por Manuel GAHETE JURADO


Avezado lector de las obras de los narradores hispanoamericanos, no me resulta extraño -aunque sí sorprendente- el ámbito de ficción hiperbólica que envuelve el texto «Aberraciones» del venezolano Alberto Jiménez Ure. Fue otro autor de ese país, Rómulo Gallegos, quien consiguiera entrar en el espacio internacional con su novela Doña Bárbara: abriendo un importante camino de luz a la narrativa hispanoamericana, que no pasaba de ser una llama lejana en el remoto ultramar. Desde entonces, libros y nombres universales confirman la realidad y la fantasía que una narrativa poderosa (plena de vitalidad y fuerza expresiva, portadora de una ancestral historia de leyendas y mitos) que -arrancando de las raíces de la tierra- se eleva y magnifica hasta el culmen de la entelequia y de la ficción.
La nueva novela, lo que vendría a llamarse «realismo mágico», cuyos antecedentes ya anuncian en la crítica de arte europea, deviene en Hispanoamérica asociada a la figura del novelista cubano Alejo Carpentier y los ensayos del venezolano Arturo Uslar Pietri. Existencia y símbolo, alegoría y tragedia configuran -como nociones paradójicamente entremezcladas- la trama narrativa de esta novela, perfectamente identificable en el contexto fértil de lo «real maravilloso» que la engendra y la cobija.
La ordenación inversa de la acción, que, como «Crónica de una Muerte Anunciada» -de Gabriel García Márquez-, presenta el inminente final en la introducción del argumento, evoluciona hasta el origen y parece componer una historia concéntrica que se va anudando en sí misma. Crea un cierto clima de tensión o misterio, muy del gusto borgiano, sazonado por un buen número de imágenes superpuestas cuya procacidad corta la respiración más en la línea de la sicalíptica colección «La Sonrisa Vertical» que de las intermitencias eróticas de Adolfo Bioy Casares: cuya elegancia irónica contrasta con el también irónico impudor de Jiménez Ure.
No juzgo el talante cínico ni la crítica agria que el escritor pretende arguir como justificación a un texto cargado de «amoralidad, excentricidades y tenebrismo». La oscura y lamentable biografía de Federico Flavios y sus adyacentes -inmersos en una borrascosa borrachera de hipocresía, fanatismo y sangre- permite al autor exponer sus categóricas ideas sobre la sociedad, la religión y Dios. La sórdida trama -de brutales crímenes, encabezadas por el incestuoso escritor- y un sentir pesaroso (marcado por la decepción más desoladora de la vida) nos sumergen en la misma atmósfera delirante y esperpéntica que sufren los protaonistas.
El sinsentido y la irrealidad de algunas afirmaciones actúa como contrapunto cómico a una historia iniciática de sadismo y muerte, producto de la frustración y el desorden moral de los actores, dopados por su terrible realidad, abocados inexorablemente al suicidio o la implacable crueldad de sus propios correligionarios.
Más de una docena de libros jalonan la trayectoria literaria del autor, cuyas narraciones han sido ya difundidas en importantes revistas norteamericanas y en varias de Latinoamérica. Títulos tan sugerentes como «Acarigua, Escenario de Espectros» (1976), «Acertijos» (1879), «Inmaculado», «Suicidios» (1982), «Lucífugo» (1983), «Facia» (1984), «Maleficio» (1986), «Abominables» (1991) y ahora «Aberraciones» (II Edición, 1993), señalan como clarividencia el camino abierto de Alberto Jiménez Ure hacia la procelosa y gratificante aventura de escribir.

-XXII-
Sobre El Despotismo de Jiménez Ure
Por Luis BENITEZ

Querido y admirado amigo mío:
Estuve anoche leyendo, y releyendo, el ensayo que tuviste la generosidad de enviarme y realmente no pude contener las ganas de escribirte sobre la fuerte impresión que me ha causado tu escrito:
«Contiene una pasión que ya te conocía (sabes que soy uno de tus privilegiados lectores, desde hace mucho) pero además, es impresionante la exactitud y la profundidad con las que manejas los conceptos y las ideas, así como tu muy notable capacidad de exposición»
Ya conocía tus capacidades en esos sentidos, pero dado que hace un tiempo algo largo que no te leía, me impresionó vivamente cómo ha madurado tu prosa ensayística, cuando ya antes deslumbraba por su mérito. El conjunto del trabajo es impresionante, pero tiene para mí sus picos más altos -permíteme que te lo señale, desde mi subjetiva lectura- en secciones tales como Fenomenología de la Libertad, los agudos párrafos que le dedicas al Totalitarismo y a la Naturaleza Humana (que posee, esta última, un valor filosófico de gran peso, pese a su brevedad relativa); finalmente, los aforismos agrupados en la sección Pensamientos Políticos, configuran un remate ideal para un corpus tan poderoso como el que los precede.
Por culpa tuya y de tu ensayo, «no he podido pegar un ojo hasta las 3 de la mañana», pero quería agradecértelo así, sobre caliente, pues «estoy ciertamente impresionado por tu trabajo». Recibe mi saludo y mi reconocimiento a tu capacidad creadora y, además, a tu toma de posición, acertadísima, política y humanamente hablando.
[*] Escritor argentino residenciado en Buenos Aires (Junio, 2009)

-XXIII-
Sobre Pensamientos de JIMÉNEZ URE
Por José Manuel BRICEÑO GUERRERO

Si yo me viera confrontado con la tarea de clasificar a todos los «escritores  de ideas», es decir a todos los que «expresen sus pensamientos por escrito», y si fuera necesario establecer sólo dos categorías, y si yo escogiera la sistematicidad como criterio, entendiendo por sistematicidad  el «despliegue deductivo» de la escritura a partir de una estructura de ideas conscientemente elaborada cuya coherencia unitaria gobernara los enfoques particulares determinando tanto el ordenamiento de las partes como las decisiones de índole valorativa, y si consecuentemente los dividiera en «sistemáticos y «no sistemáticos», observando en el primer grupo la tendencia por una parte de construir una gran síntesis omniabarcante de inmenso e imponente poder explicativo y por la otra a encerrarse en un aparato dogmático generador de conflictos maniqueos o de amputaciones y estiramientos procústicos, observando en el segundo grupo por una parte la actitud de quien tiene visiones en la noche a la luz de los relámpagos percibiendo y expresando objetos de un mundo en general obscuro y valoraciones profundas de un alma demasiado grande para aceptar formación conceptual y verbal pero radicalmente certera en el aislamiento de aforismos instantáneos constelables sólo a partir de una sabiduría exterior a la palabra, y por otra parte la actitud superficial del diletante inconsciente de las profundidades insensible para la voluntad de coherencia propia de la razón pero decidido a parecer pensador sin serlo, si yo procediera de esa manera y una vez construido el esquema intentara buscar en él al inquieto, talentoso y valientemente polémico escritor Alberto JIMÉNEZ URE tal como se presenta en su obra Pensamientos Dispersos y en las ideas discernibles como trastienda y retaguardia intelectual de su poderosa narrativa, me encontraría en la imposibilidad de colocarlo en el primer grupo porque ni la época en que vivimos ni su temperamento ni su vocación lo ha impulsado a construir un sistema filosófico , ni su amor a la libertad ni su mercurialidad creadora ni la amplitud de su espíritu le permitirían convertirse en «doctrinario», pero tampoco podría colocarlo en el segundo grupo porque tiende inconteniblemente a precisar su pensamiento y a formularlo inequívocamente, no está informado por ningún desbordado misticismo y nada está más alejado de él que la irresponsabilidad de la palabra pues ha asumido con auténtica seriedad el oficio de escritor con todos sus gajes peligros y martirios, de tal manera que reconozco una vez más la inutilidad de los esquemas a la hora de la verdad, y me veo forzado a declarar sin ínfulas de juez, sin pedantería de evaluador sin sabihondez de crítico observo con asombro, interés, admiración y simpatía la agonal dedicación de este joven al pensamiento y a las letras esperando lo prometido por lo ya realizado desde un centro de consciencia luminoso que no será apagado por circunstancias hostiles ni por circunstancias favorables (Escrito el 26 de Enero 1988, texto evaluativo del libro «Pensamientos» de JIMÉNEZ URE, publicado por el Rectorado y Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes el año de 1995)

-XXIV-
«Retrato de Memoria» de Alberto JIMÉNEZ URE
Por Alberto José PÉREZ

En Tía Juana, población del Estado Zulia, de la ahora República Bolivariana de Venezuela, nació el escritor, ensayista y poeta, Alberto Jiménez Ure, vecino, hace muchos años, de la Ciudad de Mérida, donde, en alguna mesa o barra, de aguas encantadas, nos dimos la mano, de eso hará unos 30 años, por la medida chiquita, es decir, el tiempo mínimo que yo calculo,  de nuestro encuentro, que sigue siendo el piso de una grata y fructífera amistad, por supuesto, ya se ha jubilado de sus labores en la Universidad, es un viejo como yo, laboralmente hablando.
Su primer volumen de cuentos: «Acarigua, Escenario de Espectros», es el testigo de una serie de títulos que abarcan todos los géneros literarios, sin dejar de lado la filosofía. Jiménez Ure como Carlitos Contramaestre, su amigo y mío también, en su tiempo, ya ausente de nuestra vista más no de la memoria, es un testigo excepcional de la vida literaria, política y social de la ciudad de Mérida; en lo político es un referente obligado de la resistencia al actual gobierno sin desconocer la huella buena; en lo literario, no aplaude mediocridades ni medianías y vida social abundante, tiene,  el escritor goza la atmósfera tibia del hogar, allí es el escenario de su oficio, la escritura, la calle ya no es emoción del goce de la noche ni del café, conversadito,  vivimos tiempos de disparos, atracos y atropellos. Pero el escritor que es, no huye de esa realidad, la confronta con ideas que el crecimiento del mundo civilizado le permite esgrimir ante el regreso del abismo, las sombras del infierno, con quien combate cuerpo a cuerpo, lo he visto y así lo señalo, nadie me lo ha contado.
Jiménez Ure es un pensador, mejor dicho, un escritor-filosofo, que a veces  la fuerza de la poesía, lo atrapa, huracanea sus cabellos y  sus pequeños y oscuros espejuelos, se convierten en los hitos que señalan las fronteras de un hombre, ante su realidad y su tiempo.
Muchas son las historias de ficción que Alberto, ha construido, mucha también su poesía, gratas, muy gratas sus reflexiones filosóficas, así como  verlo en el marco de una ventana, asomado a una ventana, como si desafiara una bala perdida, es la imagen cinematográfica que él mismo se ha hecho, palabra a palabra como si fuera el mismísimo Alberto Jiménez Ure, redivivo, en todos sus libros.

-XXV-
Sobre Absurdos
Por Gabriel JIMÉNEZ EMÁN

Creo que he venido asistiendo, acaso sin proponérmelo, al desenvolvimiento del trabajo  narrativo de Alberto Jiménez Ure. Digo sin proponérmelo porque desde su segundo libro editado en Mérida en 1979, Acertijos, y acaso antes, desde Acarigua, escenario de espectros en 1976, he venido presenciando en él, hasta hoy [unos veinte libros narrativos, entre cuentos y novelas] una construcción minuciosa y casi obsesiva de textos, pensares y actitudes que constituyen en si mismos un estilo literario y tal vez un estilo de existencia, tan obstinado es Alberto en sus relaciones paradójicas y peligrosas con la política y la belleza, y han determinado en él una suerte de ética personal, basada esencialmente en una actitud de inflexibilidad frente al abuso del poder político, de asumir una posición radical ante los mecanismos de ese poder, y a la vez ejercer una honestidad intelectual a toda prueba frente a éste, que le han acarreado no pocos inconvenientes. En realidad, «inconvenientes» es un eufemismo: Jiménez Ure ha sufrido en carne propia el dicterio y la exclusión, la censura, el señalamiento moralista y los marginamientos académicos que le han conducido, primero, al aislamiento, y luego a una soledad fértil que es justamente la que le ha proporcionado el tiempo suficiente para dedicarlo a la literatura.
Debemos a la lucidez de Juan Liscano el reconocimiento pleno de la obra de Jiménez Ure. Fue Liscano quien vislumbró de modo consistente la importancia de su obra y abrió nuevos compases de interpretación para ella; una obra ciertamente difícil, que parece no obedecer a una tradición clara en la literatura venezolana. Entre otras cosas, Liscano observó que [...] «Cada vez perfecciona más su empeño en sorprender, descolocar, golpear mediante el absurdo y lo irracional, lo obsceno y lo hiperrealista» […] «Con independencia de su postura literaria y de su temática, la producción de Jiménez Ure se inscribe dentro de la rebelión yoica y ofrece valores espirituales que merecen consideración especial»
En efecto, Alberto ha transitado por vías difíciles: el absurdo, lo grotesco o lo escatológico, pero sobre todo por la naturaleza del mal. Es aquí donde tal vez resida su mayor logro, en cómo va penetrando, con la técnica de un bisturí que disecciona escrupulosamente los tejidos sociales de instituciones, investiduras, empresas y demás proyectos de Estado, del status o del Poder, y va extrayendo de allí la esencia de los personajes: sus perversiones, crueldades y sobre todo su capacidad para producir situaciones escabrosas o terribles. Júzguese sólo por los títulos de algunos de sus libros: Aberraciones, Perversos, Suicidios, Maleficios, Epitafios, Abominables, Macabros, Desahuciados. Tales abominaciones no están construidas, por supuesto, para los amantes de la literatura «hecha», de la literatura cerrada en una circularidad artística o estetizante. Ante todo, creo, la literatura de Jiménez Ure quiere ir contra esa tradición, contra las convenciones de los personajes lineales, previsibles o cercados por las acciones sucesivas del capítulo, guiadas por las leyes del realismo o por cadencias estilísticas elegantes. Jiménez Ure quiere ante todo mostrarnos lo absurdo, lo banal, lo insuficiente, lo inconcluso o lo fragmentario, lanzarnos a la reflexión o a la especulación filosófica. Sus cuentos no desean estar acabados; parecen más bien crónicas, relaciones escuetas o truncas de realidades dobles, de fondos ambiguos y lecturas subyacentes de la conciencia.
Por supuesto, estos rasgos generales no se aprecian todos en cada uno de sus libros (sus pensamientos y poemas también poseen estas cualidades heteróclitas; exhiben características narrativas y líricas mezcladas a sesgos conceptuales); mas si podrían ser enunciados para buena parte de su cuentística. En Absurdos, por ejemplo, están más que ratificadas estas tendencias a examinar el poder, tanto en su fase «cívica» como en su fase militar, y por supuesto en una buena serie de sus escatologías, que van de la agresión sexual hasta el asesinato, desde el deseo más inocente hasta la violación: todo parece suceder en Jiménez Ure de la manera más natural, se desnudan las acciones más descabelladas ante el lector como si fuesen lo más normal de este mundo. Ello hace que nos familiaricemos con sus personajes (una vez que ya hemos descifrado sus códigos secretos en nuestro inconsciente) y los acompañemos en sus acciones, nos gusten o no; presenciamos sus elecciones o desviaciones hasta el final, a veces con un rictus de desagrado en nuestros labios. En cualquier caso, representan un reto para el lector, un  reto que no posee necesariamente consecuencias felices: gags, historietas truncas, comics, muecas, escorzos o trozos del todo, pero nunca el todo.
Para concluir, una anécdota de amistad personal. La eufonía Jiménez Ure-Jiménez Emán nos ha jugado buenas y malas pasadas de gente que cree que yo soy el autor Jiménez Ure o que él soy yo [quizá por ser cuentistas lacónicos y fantásticos ambos], cuestión que lejos de irritarnos nos permite intercambiar identidades e ir más allá de lo literario; es decir, yo puedo ser perfectamente Él y Él ser Yo sin que eso tenga que afectar nuestra literatura o nuestros cuentos, excepto cuando en alguna ocasión yo puedo asesinar a uno de sus personajes y él tal vez apoderarse de uno de los míos. Una vez esto tocó sus extremos en una librería del bulevar de Sabana Grande, en Caracas: un hombre quedó tan maravillado de reconocerme como Jiménez Ure, que yo no quise desilusionarle y le seguí la corriente y hasta le acepté una invitación a almorzar. Cuando tomábamos el café en la sobremesa, luego de disfrutar de unos platillos suculentos, le confesé a mi consecuente lector mi verdadera identidad, y aquel señor pasó de un colapso de ira a una sonora carcajada que aún escucho retumbar en mi oído. Por supuesto, el título de este libro indica su sentido; o en todo caso el sentido de sus sinsentidos. Ni las situaciones ni las acciones de estos cuentos están enlazadas a una causalidad o a una lógica racionalista [como no sea a una lógica fantástica,  como la comprendía G.K. Chesterton refiriéndose a «una lógica del país de las hadas»] muecas irresolutas, pesadillas o crueldades, toman el lugar de los comportamientos sociales aceptados y nos invitan a transgredir el entorno visible.
Yo diría que los textos de Absurdos se manejan principalmente desde las situaciones límites, y desde ahí se lanzan a embargar la realidad con una sobrerrealidad que a primera vista puede parecernos chocante o insolente, pero si somos pacientes pueden abrir un boquete en nuestra conciencia para que veamos un poco más allá de las comodidades cotidianas, y atisbemos o vislumbremos zonas vedadas del delirio o la alucinación.

Sumario
-I-
Sobre Espectros en la narrativa de JIMÉNEZ URE
Por Ednodio QUINTERO
-II-
Sobre Acertijos
Por Juan CALZADILLA
-III-
Jiménez Ure y el Mito del Rebelde
(Logosímbolo)
Por Alexis VÁZQUEZ
CHÁVEZ
                                                                                         
-IV-
Revelaciones de Jiménez Ure: la clave gnóstica
Por Ennio JIMÉNEZ EMÁN
-V-
Sobre Dictados contrarrevolucionarios
[La inteligencia herida en la Materia Oculta de Jiménez Ure]
Por Teódulo LÓPEZ MELÉNDEZ
-VI-
Iluminado
Por José Antonio YÉPES AZPARREN
-VII-
En la tierra de Abraxas
Por Néstor L. RIVERA URDANETA
-VIII-
Desahuciados
Por Héctor LOPEZ
-IX.
Análisis del libro Desahuciados
Por Marisol  MARRERO
-X-
Alucinados
Por Carlos DANÉZ
-XI-
Cuentos escogidos
Por Juan LISCANO
-XII-
Confesiones acerbas de Jiménez Ure
Por Ennio JIMÉNEZ EMÁN
-XIII-
«El Dignatario», del libro Perverso
Por María Conchita MAURO C.
-XIV-
Las voces de «Luxfero»
Por Carlos DANÉZ
-XV-
A propósito de Luxfero, de Jiménez Ure
Por Isabel ABANTO ALDA
-XVI-
Los «adeptos» o los límites de la libertad
Por Carlos DANÉZ
-XVII-
Los «adeptos» de la condición humana
Por Rmón AZÓCAR
-XVIII-
Cuentos Abominables
Por José Antonio YÉPES AZPARREN
-XIX-
Jiménez Ure entre la soledad y la desgracia
Por Ramón AZÓCAR
-XX-
La novela Aberraciones
Por Marisol MARRERO
-XXI-
La novela Aberraciones
Por Manuel GAHETE
-XXII-
Sobre El Despotismode Jiménez Ure
Por Luis BENITEZ
-XXIII-
Sobre Pensamientos de JIMÉNEZ URE
Por José Manuel BRICEÑO GUERRERO
-XXIV-
«Retrato de Memoria» de Alberto JIMÉNEZ URE
Por Alberto José PÉREZ
-XXV-
Sobre Absurdos
Por Gabriel JIMÉNEZ EMÁN